Ya hay danza de nombres en el Gabinete
Nacional para tratar de mejorar ciertos resultados que tardan. Internas a
full.
Por Roberto García |
Hace varios meses, un
conspicuo político argentino se entrevistó con Michelle
Bachelet. Durante el diálogo, la mandataria chilena lo interrogó:
“Dime, ¿cómo es el gabinete de Macri?”. A lo que el visitante respondió: “Casi
todos los ministros son Ceo del sector privado, ensaya un modelo nuevo de
gestión”. Entonces, Bachelet lo miró sonriente y, con su mejor tonada
trasandina, recordó: “Igualito, entonces, al primer gobierno que yo formé en su
momento”. Para agregar, tras el pique de sus palabras: “Fue notable. Empecé con
más del 50% de aprobación y al poco tiempo me bajaron la estima al 20%”.
Si
bien las experiencias nunca son comparables y Mauricio
Macri mantiene un volumen optimista de adeptos, a
seis meses de transcurrido el mandato ya suenan tambores de cambio:
demasiados tropiezos, varios ministros para un mismo cargo, internas obvias
(José Torello vs. Marcos Peña, preferido de cuanta crítica planea; Prat-Gay vs.
Melconian, Melconian vs. Frigerio; Sturzenegger contra el mundo) y cierta
desazón por resultados que la arrogancia no contemplaba. Sobre todo si se
parte de esa manía distorsiva que fija números desopilantes (inflación de 20% a
23%, corregida por último a 42% para escándalo del Ejecutivo) o establece
plazos semestrales de dudosa ejecución para alcanzar la felicidad, promesas que
no se cumplen y que a fin de año –si no hay datos que entusiasmen– habilitarán
una sangría o diversos enroques en el núcleo duro conocido como el círculo
rojo. Para ganar, a veces se debe cambiar. Aunque, como dicen que
“Mauricio está en todo, se preocupa por todo y mastica chicle a cada rato”,
mucho antes tal vez se produzca una partida de un área sensible que el periodismo
no suele recorrer: la titularidad de Salud, por ejemplo, donde Jorge Lemus
parece ubicarse en la punta de la planchada. No sería una novedad: cuando
estuvo con su jefe y amigo en la municipalidad, también fue despedido como
amenazan hacerlo ahora. Nadie sabe si es una señal anecdótica o el anticipo de
un iceberg en ese mar de funcionarios que ya se quejan por tener sueldos de
camioneros pero con una responsabilidad mayor.
Extrañamente contrario a
lo que se imaginaba, a Macri le va mejor en la política que en lo
económico. Gracias a la diáspora cristinista y al fenómeno de la
renovación peronista forjado por dos insignias del partido, Lázaro Báez y,
sobre todo, José López y sus bolsos. Pampásico el frente
peronista, entonces, ya que se van del desierto cientos de intendentes, todos
fotografiados orgullosamente con el ahora preso López, quien gustaba de
registrar instantáneas con sus favorecidos de la obra pública (al revés de lo
que ocurre hoy con el solitario Néstor Grindetti, jefe comunal de
Lanús, criado a la vera de Mauricio y en proceso de descomposición por los
Panamá Papers).
Se pasan también
arrepentidos gobernadores, ni hablar de parlamentarios, tránsfugas en general
que juran su mudanza por indignidad ante el pasado que protagonizaron,
igual que algunos empresarios de fuste que alegan haber sido narcotizados por
Cristina. Macri se beneficia, agranda la casa, el cándido Estado ofrece cargos
que los contribuyentes pagan, reparte generoso. Por si alguno protesta, este
mes devolverá a los gremios un monto gigantesco de las obras sociales que CFK
ni les permitía oler y, de paso, organiza una ley para la familia que debería
bendecir el Papa.
Confusión. Igual se confunde con la vorágine invasiva,
se le destrozan los cálculos políticos: debe tachar, por ejemplo, como
candidata y líder a la dama que más temía, vigila a Sergio Massa por la
asistencia carísima que le brinda a María Eugenia Vidal, ni computa al
sanjuanino Gioja, medroso para dirigir el partido, no irrita a la ex y ni
siquiera confirma o desliga a Ricardo Echegaray de la Auditoría General de la
Nación.
En los planes, sin embargo,
prosperan los misiles contra Daniel Scioli, ya
irrescatable del escándalo –entienden–, a quien Elisa Carrió riega de
imputaciones sobre campos vecinos a la familia de Macri en Tandil o posesiones
presuntas en Italia, hasta en un mismo lugar de veraneo que compartieron con
Macri. Por si no alcanza, el bombardeo llueve sobre su ex jefe de Gabinete,
Alberto Pérez, ahora experto en plástica y colecciones artísticas, y afecta al
ex responsable de seguridad Ricardo Casal, quien no parece haber abandonado en
estos seis meses su influencia sobre áreas penitenciarias bonaerenses que dicen
responder a la gobernadora. Siguen los nombres.
Hay temas en los que
nada puedo hacer, previene el mandatario antes de que le pregunten. Ni se ocupa
de José Manuel de la Sota, dañado en
apariencia por affaires brasileños, y mucho menos del salteño de la farándula Juan Manuel
Urtubey, quien ha ganado fama de pródigo al tomar un préstamo
con tasas de 9, 5% para la provincia, que podría superar récords africanos.
Tiene en apariencia el
Presidente la pista libre de oposición para el año próximo,sin contar la limpieza que le brinda una Justicia
liberada de traumas y presiones, al igual que los empresarios, sindicalistas y
otros mandantes, según el nuevo manual de hipocresía. Le quedaba el escollo de
Francisco, un enigma. Pero decidió su resolución, dejó el traje de civil,
desechó el clergyman y hasta se calzó una sotana en la Eucaristía de Tucumán.
Nunca se vio tanta jerarquía eclesiástica aplaudirlo cuando expresó su
pensamiento sobre la concepción, una llave –se supone– que abriría el corazón
del Papa.
Un primer gesto, más una
carta para felicitarlo por el Día del Sumo Pontífice (raro que no lo
incorporaron como feriado), justo cuando se formaliza el ingreso de dos nuevos
miembros de la Corte Suprema, uno contra el aborto (Horacio Rosatti), el otro
por los eufemísticos derechos de la mujer (Carlos Rosenkrantz). Y justo cuando
desde Roma se reprocha la distribución del ingreso que favorece a los bancos
(fue el sector con más rendimiento en lo que va del año, aunque habría que
descontarle la tasa de inflación que no afecta a otros rubros) y la influyente
presencia de Peña, Jaime Duran Barba y Fabián Rodríguez Simón (alias Pepín) en
las inmediaciones de Macri.
Le imputan lo que no
son, hasta que se rinden o sirven a Clarín. Casi como los cristinistas, que dicen que se
gobierna para los ricos y para el poder mediático, slogans de repercusión pero
que no alteran a los peronistas que hacen las maletas rápido para no hacer cola
en las entradas. No se sabe de Francisco, aunque él está en todas partes.
© Perfil
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