viernes, 1 de julio de 2016

ENTREVISTAS / SANTIAGO KOVADLOFF

"Nos falta mucho para ser un país moderno 
y la pelea es aprender a serlo"

Santiago Kovadloff: "Argentina sigue siendo una pequeña nación en un gran territorio".
Por Giselle Rumeau

Santiago Kovadloff es un hombre cálido, de esos que hablan de manera pausada, que escuchan y sonríen. Toda una rareza ante el gesto endurecido por la genialidad que suelen exhibir los intelectuales. 

Ensayista, poeta, traductor de literatura de lengua portuguesa -nada más y nada menos que de los libros del brillante Fernando Pessoa-, cuenta que pocas cosas ofenden su inteligencia como cuando los periodistas le preguntan para qué sirve un intelectual. "¿Y yo qué sé para qué sirve? Es como si me preguntaran, ¿para qué sirve el amor?, dice entre risas que les retruca. Ante la anécdota, relatada en el living de su departamento porteño, El Cronista se afila y reivindica a los colegas: ¿Por qué no me dice entonces qué puede aportar un intelectual? "Puede decirle a la política: ‘Cuidado con confundir el poder con la razón’. Cuando un político es democrático no se priva del contacto con los intelectuales", responde.

Acaba de cumplir 50 años de casado y asegura que ese privilegio consistió en haber aprendido a rectificar sus errores y desmesuras desde un acto de fe. "Para mí el tiempo es un valor de aprendizaje. Si uno puede volver a intentar, y no caer en lo que cayó, progresa", dice. Y el ejemplo se asocia enseguida con el país: "La Argentina tiene que aprender a no repetir".

- Hace 100 años la Argentina todavía era considerada el granero del mundo. ¿Qué pasó?
- La celebración del Centenario coincidió con un proyecto en marcha que era hacer de la Argentina un protagonista de la realidad mundial. En 1816, el país irrumpe enunciando en su Himno Nacional la idea de que integra la comunidad de los libres del mundo y la responsabilidad de construirnos como Nación. Y eso aparece representado por una serie de logros, relativos pero fundamentales, entre los cuales la educación popular, el trabajo asociado a la inmigración y el ensanchamiento de los ideales políticos asociados a la democracia permitían decir que Argentina se había hecho cargo de sí misma. En el año 2016 vale hacer una pregunta: ¿cuáles son las deudas que la Argentina tiene que saldar para estar a la altura de lo que significa hoy la independencia? Creo que cada generación debe enfrentarse a las responsabilidades que le competen para hacer de la independencia una tarea propia. Es decir, la independencia es un trabajo que se lleva a cabo aprendiendo a discernir cuales son los desafíos específicos que cada generación tiene. Los nuestros podrían haber sido saldados anteriormente.

- ¿Por ejemplo?
- La reconstrucción de una democracia republicana; el apego a la Constitución Nacional; la conversión de la política en un espacio de acuerdos de Estado que estén más allá de las disputas por el poder coyuntural; la seguridad nacional en el orden de lo social y para que la vida personal no corra riesgos radicales. Tenemos que asumir esa deuda que proviene del pasado para recién entonces poder empezar a pensar los desafíos del porvenir. Y ver si debemos asumir estas responsabilidades en forma sucesiva o en forma simultánea. Yo creo que hoy la política argentina está enfrentada a la doble tarea de salir de su cercanía con el siglo XIX para llegar al siglo XXI y asumir las responsabilidades propias de una época de globalización a la que el país no pertenece aún en sentido pleno. ¿Lo podrá hacer? Yo diría que la nuestra es todavía una cultura en la que el cansancio desempeña un papel muy importante. Votamos impulsados por el cansancio que generan las frustraciones de los gobiernos de turno. Si pudiéramos convertir las exigencias populares en demandas de objetivos que vayan más allá de lo infraestructural, la Argentina sería un país plenamente moderno. Pero todavía tenemos que pelear por la igualdad social, por el apego a la ley, por la confianza en el sistema republicano. Nos falta mucho para ser un país moderno y la pelea es aprender a serlo.

- Si se tiene en cuenta que el peronismo gobernó la mayor cantidad de tiempo en los últimos 100 años, ¿cuánto tiene que ver en el incumplimiento de esos objetivos?
-Tuvo que ver. Pero yo creo que hay una pregunta cuya respuesta es menos previsible: ¿qué pasó con la oposición en los años en que el peronismo decidió el curso de la Nación? La respuesta que remite a que el peronismo fue más hábil o más astuto no lleva a comprender profundamente la crisis del pensamiento no peronista. Creo que la oposición no encontró el cauce de su propio pensamiento que le permitiera transitar de las líneas conservadoras de orientación liberal de principios del siglo XX a un pensamiento modernizador, que aparece asociado al radicalismo pero que en su desarrollo termina siendo la expresión de un desencanto popular muy grande en aquellos sectores no peronistas.

- También es verdad que existe una fascinación de la mayoría de los argentinos por los gobiernos populistas...
-Así es. Una de las finalidades de la Constitución Nacional era permitir el tránsito político de los liderazgos personalistas a las investiduras republicanas. Ese tránsito no se produjo porque se convirtió a la ley en un recurso del poder en lugar de convertir al poder en un recurso de la ley. Y se produjo precisamente porque las políticas de Estado se convirtieron en políticas de sectores. No hubo acuerdos intersectoriales que privilegiaran el desarrollo nacional. Esa es una cultura. Argentina no es un país moderno. Todavía sigue siendo una pequeña Nación en un gran territorio.

- ¿Y cómo se cambia esta tendencia?
- Con políticas de largo plazo que encuentren continuidad en gobiernos sucesivos. El problema es que somos de una inconstancia política tan grande, porque para nosotros el ejercicio de políticas de Estado está asociado al protagonismo sectorial. A mí me parece que es posible educarse. No hace mucho visité el Museo de los Inmigrantes y allí hay carteles que dicen así: "Prohibido escupir en el suelo". Otro decía: "Llame a los empleados con la palabra mozo, no haga chist". Fuimos logrando civilizarnos. Hoy por ejemplo a nadie en un restaurante se le ocurre escupir en el suelo. Y hemos desarrollado en un país tan machista como el nuestro ciertas habilidades para darle a la mujer más lugar, que no se traducen tanto en la consideración hacia ella sino en la adquisición por parte de los varones de algunos roles femeninos. Hoy nos besamos todos los varones, algo imposible hace 40 años. Esto me lleva a pensar que hay hábitos sociales de alta rentabilidad convivencial que se pueden adquirir pero tienen que producirse en el marco de un proyecto político más amplio en el cual la confianza en los valores republicanos asociados a la ley sean vividos con felicidad.

- Pero en la Argentina, la educación parece no importarle a nadie...
- Educarse en la Argentina es aprender a esperar activamente, constituyéndonos, formándonos. El problema que tenemos es la impaciencia argentina. Esto tiene que ver con una insensibilidad hacia el valor del tiempo. Una sociedad madura es la que aprende a reconciliarse con la espera, con la producción gradual y progresiva de realidades indispensables para esa persona y su entorno. Yo invertiría las normas que rigen el Código Civil en el caso del matrimonio. Habría que casarse al quinto año de convivencia y que el título a uno se lo den como en la facultad después de haber cursado la carrera. Yo acabo de cumplir 50 años de casado...

- En esta época de amores livianos, eso es un privilegio...
- Más bien somos raros con mi mujer, ¿no? (risas). Pero ese privilegio consistió en que nosotros hemos aprendido a rectificar nuestros errores y nuestras desmesuras desde un acto de fe. Hubo fe porque tuvimos la posibilidad de aprender del error. Y uno alcanza medio siglo de matrimonio si sus cicatrices están a la vista, si no, no los alcanza. Para mí el tiempo es un valor de aprendizaje. Si uno puede volver a intentar, y no caer en lo que cayó, progresa. La Argentina tiene que aprender a no repetir.

- Pero los argentinos no podemos aprender ni siquiera a cuidar el espacio público...
- La civilización es un bien muy frágil porque el hombre propende fundamentalmente al exceso. El hombre es desmesurado porque la desmesura le permite soñar que va a escapar a su finitud. En consecuencia, podemos decir que la educación no puede ser un bien adquirido definitivamente. Debemos estar adquiriéndolo todo el tiempo porque si no, como decía Ortega, nos transformamos en bárbaros modernos. Y la Argentina ha descuidado la educación porque no la ha considerado como un bien de perpetua tarea.

- Frente al escándalo de corrupción que estamos viviendo, ¿cree que los argentinos somos "una manga de chorros del primero al último", como dijo un ex presidente uruguayo?
- En política hay tendencias mayor o menormente dominantes. En 1983 se inicia un tránsito del autoritarismo hacia la democracia republicana que queda inconcluso precisamente porque el peronismo no participa de la convicción de que ese tránsito podría ser próspero para él. (Antonio) Cafiero creyó en un momento que sí, que era posible transformar el movimiento en un partido, pero no tuvo éxito. (Carlos) Menem comprendió muy rápido que para ganar el poder, necesitaba razonar como si no fuera peronista, pero una vez en el poder, sobre todo en su segundo gobierno, razonó como un hombre de partido. A mí me parece que es posible aprender. Si podemos capitalizar nuestros fracasos y esto significa aprender, Argentina puede cambiar como cambió en otros órdenes, como en el orden de la educación popular en el pasado, en el orden de la incorporación de la mujer a la vida política. Y por otra parte es una sociedad que sigue teniendo una clase media significativa, con capacidad de hacer demandas sociales que aspiren a la conciliación entre la ética y la política. Aunque tengamos una fuerte propensión al pesimismo, que es un facilismo social. Eso de creer que no tenemos remedio es una claudicación del pensamiento. La inteligencia se ofende con esa posición. Yo no soy optimista, pero soy un hombre esperanzado.

- ¿Pero cómo se llegó al grado de corrupción estructural que tenemos hoy?
-Se llega a eso a través del concepto de impunidad. La impunidad en la Argentina está muy asociada a la idea de que el poder político es un poder que no puede encontrar límite alguno. Fíjese que el régimen republicano democrático es un régimen que descansa sobre la noción de sospecha. Tenemos tres poderes, la finalidad de cada uno de ellos es acotar a los otros dos. Y acá el Poder Legislativo y el Judicial fueron herramientas del Ejecutivo. Así es como se empieza poco a poca a hacer del exceso una práctica impune. Tenemos que iniciar en el campo político prácticas de acotamiento del poder.

- ¿Qué evaluación hace de los primeros seis meses del Gobierno?
- Yo tengo una actitud de apoyo a este gobierno. Me siento identificado con lo que se propone, lo cual no significa que no le vea cometer errores. Creo que en esencia, el gran desafío que enfrenta es reconciliar el proyecto de producción con el de desarrollo social, tiene que combatir la pobreza con eficacia. Y esa eficacia exige al mismo tiempo que los planes de mediano y largo plazo una atención incesante del padecimiento actual. En la provincia de Buenos Aires tiene a su figura más fecunda para mí, María Eugenia Vidal. En política exterior está procediendo muy bien. En lo que hace a la convivencia con sus adversarios, también lo veo eficaz. Entonces me parece muy importante que el Gobierno siga manteniendo las políticas paliativas que heredó de la gestión anterior, pero en el marco de un proyecto de desarrollo económico que liquide la inflación.

- ¿Cree que hay riesgo de volver a las políticas de los ‘90?
- Yo no lo veo. El Gobierno aprendió dos cosas del radicalismo y del menemismo. Del radicalismo, que sin acuerdos intersectoriales un proyecto minoritario no se sostiene. Con el menemismo aprendió que tiene que tener una política en la cual las inversiones estén primordialmente orientadas hacia un concepto de desarrollo que contemple la equidad social. ¿En qué baso mi esperanza de que lo logre? En su cercanía con sus socios, Elisa Carrió y Ernesto Sanz, y con su vecina Margarita Stolbizer. Esas figuras, unida a Graciela Ocaña, son las que interpelan y dialogan con el Gobierno. Mientras el Presidente esté abierto a esto, creo que se puede esperar cambios donde se hagan falta y prosecución y decisión donde sea indispensable.

- ¿Si no baja la inflación, puede volver el kirchnerismo?
- Al kirchnerismo lo está derrotando Cristina Kirchner y el peronismo. En todo caso, el que puede prosperar es el peronismo, pero este tendrá el porvenir que le depare la distancia que alcance con el kirchnerismo. Y el gobierno de Cambiemos tendrá el provenir que le permita generar políticas de Estado que no se agoten en este Gobierno. Creo que el mayor triunfo de Argentina va a ser que sus políticas de Estado hoy establecidas perduren a lo largo del tiempo.
 
- Si a Macri le fuera bien, ¿cuánto cree que le llevará al país volver a la senda del desarrollo y del crecimiento y alcanzar los objetivos que faltan?
- En volver a la senda, pocos años. Ahora, para sostenerse, llevará mucho tiempo.

© 3Días

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