"Nos falta mucho
para ser un país moderno
y la pelea es aprender a serlo"
Santiago Kovadloff: "Argentina sigue siendo una pequeña nación en un gran territorio". |
Por Giselle Rumeau
Santiago Kovadloff es un hombre cálido, de esos que hablan
de manera pausada, que escuchan y sonríen. Toda una rareza ante el gesto
endurecido por la genialidad que suelen exhibir los intelectuales.
Ensayista,
poeta, traductor de literatura de lengua portuguesa -nada más y nada menos que
de los libros del brillante Fernando Pessoa-, cuenta que pocas cosas ofenden su
inteligencia como cuando los periodistas le preguntan para qué sirve un
intelectual. "¿Y yo qué sé para qué sirve? Es como si me preguntaran,
¿para qué sirve el amor?, dice entre risas que les retruca. Ante la anécdota,
relatada en el living de su departamento porteño, El Cronista se afila y
reivindica a los colegas: ¿Por qué no me dice entonces qué puede aportar un
intelectual? "Puede decirle a la política: ‘Cuidado con confundir el poder
con la razón’. Cuando un político es democrático no se priva del contacto con
los intelectuales", responde.
Acaba de cumplir 50 años de casado y asegura que ese
privilegio consistió en haber aprendido a rectificar sus errores y desmesuras
desde un acto de fe. "Para mí el tiempo es un valor de aprendizaje. Si uno
puede volver a intentar, y no caer en lo que cayó, progresa", dice. Y el
ejemplo se asocia enseguida con el país: "La Argentina tiene que aprender
a no repetir".
- Hace 100 años la Argentina todavía era considerada el granero del
mundo. ¿Qué pasó?
- La celebración del Centenario coincidió con un proyecto en
marcha que era hacer de la Argentina un protagonista de la realidad mundial. En
1816, el país irrumpe enunciando en su Himno Nacional la idea de que integra la
comunidad de los libres del mundo y la responsabilidad de construirnos como
Nación. Y eso aparece representado por una serie de logros, relativos pero
fundamentales, entre los cuales la educación popular, el trabajo asociado a la
inmigración y el ensanchamiento de los ideales políticos asociados a la
democracia permitían decir que Argentina se había hecho cargo de sí misma. En
el año 2016 vale hacer una pregunta: ¿cuáles son las deudas que la Argentina
tiene que saldar para estar a la altura de lo que significa hoy la
independencia? Creo que cada generación debe enfrentarse a las responsabilidades
que le competen para hacer de la independencia una tarea propia. Es decir, la
independencia es un trabajo que se lleva a cabo aprendiendo a discernir cuales
son los desafíos específicos que cada generación tiene. Los nuestros podrían
haber sido saldados anteriormente.
- ¿Por ejemplo?
- La reconstrucción de una democracia republicana; el apego
a la Constitución Nacional; la conversión de la política en un espacio de
acuerdos de Estado que estén más allá de las disputas por el poder coyuntural;
la seguridad nacional en el orden de lo social y para que la vida personal no
corra riesgos radicales. Tenemos que asumir esa deuda que proviene del pasado
para recién entonces poder empezar a pensar los desafíos del porvenir. Y ver si
debemos asumir estas responsabilidades en forma sucesiva o en forma simultánea.
Yo creo que hoy la política argentina está enfrentada a la doble tarea de salir
de su cercanía con el siglo XIX para llegar al siglo XXI y asumir las
responsabilidades propias de una época de globalización a la que el país no
pertenece aún en sentido pleno. ¿Lo podrá hacer? Yo diría que la nuestra es
todavía una cultura en la que el cansancio desempeña un papel muy importante.
Votamos impulsados por el cansancio que generan las frustraciones de los gobiernos
de turno. Si pudiéramos convertir las exigencias populares en demandas de
objetivos que vayan más allá de lo infraestructural, la Argentina sería un país
plenamente moderno. Pero todavía tenemos que pelear por la igualdad social, por
el apego a la ley, por la confianza en el sistema republicano. Nos falta mucho
para ser un país moderno y la pelea es aprender a serlo.
- Si se tiene en cuenta que el peronismo gobernó la mayor cantidad de
tiempo en los últimos 100 años, ¿cuánto tiene que ver en el incumplimiento de
esos objetivos?
-Tuvo que ver. Pero yo creo que hay una pregunta cuya
respuesta es menos previsible: ¿qué pasó con la oposición en los años en que el
peronismo decidió el curso de la Nación? La respuesta que remite a que el
peronismo fue más hábil o más astuto no lleva a comprender profundamente la
crisis del pensamiento no peronista. Creo que la oposición no encontró el cauce
de su propio pensamiento que le permitiera transitar de las líneas
conservadoras de orientación liberal de principios del siglo XX a un
pensamiento modernizador, que aparece asociado al radicalismo pero que en su
desarrollo termina siendo la expresión de un desencanto popular muy grande en
aquellos sectores no peronistas.
- También es verdad que existe una fascinación de la mayoría de los
argentinos por los gobiernos populistas...
-Así es. Una de las finalidades de la Constitución Nacional
era permitir el tránsito político de los liderazgos personalistas a las
investiduras republicanas. Ese tránsito no se produjo porque se convirtió a la
ley en un recurso del poder en lugar de convertir al poder en un recurso de la
ley. Y se produjo precisamente porque las políticas de Estado se convirtieron
en políticas de sectores. No hubo acuerdos intersectoriales que privilegiaran
el desarrollo nacional. Esa es una cultura. Argentina no es un país moderno.
Todavía sigue siendo una pequeña Nación en un gran territorio.
- ¿Y cómo se cambia esta tendencia?
- Con políticas de largo plazo que encuentren continuidad en
gobiernos sucesivos. El problema es que somos de una inconstancia política tan
grande, porque para nosotros el ejercicio de políticas de Estado está asociado
al protagonismo sectorial. A mí me parece que es posible educarse. No hace
mucho visité el Museo de los Inmigrantes y allí hay carteles que dicen así:
"Prohibido escupir en el suelo". Otro decía: "Llame a los
empleados con la palabra mozo, no haga chist". Fuimos logrando
civilizarnos. Hoy por ejemplo a nadie en un restaurante se le ocurre escupir en
el suelo. Y hemos desarrollado en un país tan machista como el nuestro ciertas
habilidades para darle a la mujer más lugar, que no se traducen tanto en la
consideración hacia ella sino en la adquisición por parte de los varones de
algunos roles femeninos. Hoy nos besamos todos los varones, algo imposible hace
40 años. Esto me lleva a pensar que hay hábitos sociales de alta rentabilidad
convivencial que se pueden adquirir pero tienen que producirse en el marco de
un proyecto político más amplio en el cual la confianza en los valores republicanos
asociados a la ley sean vividos con felicidad.
- Pero en la Argentina, la educación parece no importarle a nadie...
- Educarse en la Argentina es aprender a esperar
activamente, constituyéndonos, formándonos. El problema que tenemos es la
impaciencia argentina. Esto tiene que ver con una insensibilidad hacia el valor
del tiempo. Una sociedad madura es la que aprende a reconciliarse con la
espera, con la producción gradual y progresiva de realidades indispensables
para esa persona y su entorno. Yo invertiría las normas que rigen el Código
Civil en el caso del matrimonio. Habría que casarse al quinto año de
convivencia y que el título a uno se lo den como en la facultad después de
haber cursado la carrera. Yo acabo de cumplir 50 años de casado...
- En esta época de amores livianos, eso es un privilegio...
- Más bien somos raros con mi mujer, ¿no? (risas). Pero ese
privilegio consistió en que nosotros hemos aprendido a rectificar nuestros
errores y nuestras desmesuras desde un acto de fe. Hubo fe porque tuvimos la
posibilidad de aprender del error. Y uno alcanza medio siglo de matrimonio si
sus cicatrices están a la vista, si no, no los alcanza. Para mí el tiempo es un
valor de aprendizaje. Si uno puede volver a intentar, y no caer en lo que cayó,
progresa. La Argentina tiene que aprender a no repetir.
- Pero los argentinos no podemos aprender ni siquiera a cuidar el
espacio público...
- La civilización es un bien muy frágil porque el hombre
propende fundamentalmente al exceso. El hombre es desmesurado porque la
desmesura le permite soñar que va a escapar a su finitud. En consecuencia,
podemos decir que la educación no puede ser un bien adquirido definitivamente.
Debemos estar adquiriéndolo todo el tiempo porque si no, como decía Ortega, nos
transformamos en bárbaros modernos. Y la Argentina ha descuidado la educación
porque no la ha considerado como un bien de perpetua tarea.
- Frente al escándalo de corrupción que estamos viviendo, ¿cree que los
argentinos somos "una manga de chorros del primero al último", como
dijo un ex presidente uruguayo?
- En política hay tendencias mayor o menormente dominantes.
En 1983 se inicia un tránsito del autoritarismo hacia la democracia republicana
que queda inconcluso precisamente porque el peronismo no participa de la
convicción de que ese tránsito podría ser próspero para él. (Antonio) Cafiero
creyó en un momento que sí, que era posible transformar el movimiento en un
partido, pero no tuvo éxito. (Carlos) Menem comprendió muy rápido que para
ganar el poder, necesitaba razonar como si no fuera peronista, pero una vez en
el poder, sobre todo en su segundo gobierno, razonó como un hombre de partido.
A mí me parece que es posible aprender. Si podemos capitalizar nuestros
fracasos y esto significa aprender, Argentina puede cambiar como cambió en
otros órdenes, como en el orden de la educación popular en el pasado, en el
orden de la incorporación de la mujer a la vida política. Y por otra parte es
una sociedad que sigue teniendo una clase media significativa, con capacidad de
hacer demandas sociales que aspiren a la conciliación entre la ética y la
política. Aunque tengamos una fuerte propensión al pesimismo, que es un
facilismo social. Eso de creer que no tenemos remedio es una claudicación del
pensamiento. La inteligencia se ofende con esa posición. Yo no soy optimista,
pero soy un hombre esperanzado.
- ¿Pero cómo se llegó al grado de corrupción estructural que tenemos
hoy?
-Se llega a eso a través del concepto de impunidad. La
impunidad en la Argentina está muy asociada a la idea de que el poder político
es un poder que no puede encontrar límite alguno. Fíjese que el régimen
republicano democrático es un régimen que descansa sobre la noción de sospecha.
Tenemos tres poderes, la finalidad de cada uno de ellos es acotar a los otros
dos. Y acá el Poder Legislativo y el Judicial fueron herramientas del
Ejecutivo. Así es como se empieza poco a poca a hacer del exceso una práctica
impune. Tenemos que iniciar en el campo político prácticas de acotamiento del
poder.
- ¿Qué evaluación hace de los primeros seis meses del Gobierno?
- Yo tengo una actitud de apoyo a este gobierno. Me siento
identificado con lo que se propone, lo cual no significa que no le vea cometer
errores. Creo que en esencia, el gran desafío que enfrenta es reconciliar el
proyecto de producción con el de desarrollo social, tiene que combatir la
pobreza con eficacia. Y esa eficacia exige al mismo tiempo que los planes de
mediano y largo plazo una atención incesante del padecimiento actual. En la
provincia de Buenos Aires tiene a su figura más fecunda para mí, María Eugenia
Vidal. En política exterior está procediendo muy bien. En lo que hace a la
convivencia con sus adversarios, también lo veo eficaz. Entonces me parece muy
importante que el Gobierno siga manteniendo las políticas paliativas que heredó
de la gestión anterior, pero en el marco de un proyecto de desarrollo económico
que liquide la inflación.
- ¿Cree que hay riesgo de volver a las políticas de los ‘90?
- Yo no lo veo. El Gobierno aprendió dos cosas del
radicalismo y del menemismo. Del radicalismo, que sin acuerdos intersectoriales
un proyecto minoritario no se sostiene. Con el menemismo aprendió que tiene que
tener una política en la cual las inversiones estén primordialmente orientadas
hacia un concepto de desarrollo que contemple la equidad social. ¿En qué baso
mi esperanza de que lo logre? En su cercanía con sus socios, Elisa Carrió y
Ernesto Sanz, y con su vecina Margarita Stolbizer. Esas figuras, unida a
Graciela Ocaña, son las que interpelan y dialogan con el Gobierno. Mientras el
Presidente esté abierto a esto, creo que se puede esperar cambios donde se
hagan falta y prosecución y decisión donde sea indispensable.
- ¿Si no baja la inflación, puede volver el kirchnerismo?
- Al kirchnerismo lo está derrotando Cristina Kirchner y el
peronismo. En todo caso, el que puede prosperar es el peronismo, pero este
tendrá el porvenir que le depare la distancia que alcance con el kirchnerismo.
Y el gobierno de Cambiemos tendrá el provenir que le permita generar políticas
de Estado que no se agoten en este Gobierno. Creo que el mayor triunfo de
Argentina va a ser que sus políticas de Estado hoy establecidas perduren a lo
largo del tiempo.
- Si a Macri le fuera bien, ¿cuánto cree que le llevará al país volver
a la senda del desarrollo y del crecimiento y alcanzar los objetivos que faltan?
- En volver a la senda, pocos años. Ahora, para sostenerse,
llevará mucho tiempo.
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