Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Está claro que la fiesta fue magra. En comparación con los
festejos del bicentenario de la Revolución de Mayo, lo de este fin de semana
fue como festejar un cumpleaños en enero, pero no por eso dejó de generar
polémica entre los que están a favor y en contra. A favor de que se festeje
fuerte y en contra de que se tenga que pagar, obviamente.
Con la cabeza agobiada por los problemas que nos arroja la
recesión económica, el clima de bicentenario no se hizo presente. Estamos en
otra. Tan en otra que no registramos que Carrió le pidió a María Eugenia Vidal
que haga algo con el jefe de la policía bonaerense, ya que su pasado en la
lucha contra el narcotráfico fue tan improductivo que daba para sospechar de
algún tipo de connivencia. Otra que no lo registró fue Patricia Bullrich, que
salió a bancar al jefe de la poli de Buenos Aires sobre el que pesa la misma
consideración que se podría tener sobre el jefe de la Federal, que pasó la
última década al frente de la superintendencia de Drogas con los resultados que
ya conocemos.
Tampoco registramos que Horacio Rodríguez Larreta acepta la
renuncia de un funcionario porque a un grupo de actores que vive puteándolo no
les gustó que ese funcionario dijera que son unos ladris. Era previsible: el
pelado pelado ya había salido a bancar a los taxistas que le cortan el tránsito
y a los porteros que no lo votaron.
A doscientos años de la declaración de la independencia de
este cacho de tierra al que llamamos Patria, el debate político sigue vigente,
aunque flojo de encanto. Hoy no discutimos sobre qué país queremos dejarles a
nuestros hijos y nietos, sino sobre si corresponde o no que el dibujo de Eva en
la 9 de Julio esté iluminado por las noches, sobre si hay que pagar las tarifas
con aumento, si reclamamos el Ahora 12 para la factura de gas, o si nos
calentamos a leña pero con wifi.
El Papa envía una carta para saludar a los argentinos por el
bicentenario y remarca que “la Madre Patria no se vende”. Mientras muchos nos
preguntábamos qué habrá querido decir el amigo famoso de Gustavo Vera, si
cancelaron la venta de España o qué corno, el kirchnerista despechado lo tomó
como bandera y lanzó la contrarrevolución tirando toda la carne al asador. La
carne alcanzó para un hashtag en Twitter, pero hay que reconocerles la voluntad.
Cristina Elisabet agitó la previa al bicentenario
dolarizando ahorros y tuiteando desde su departamento en Recoleta. La
mishiadura económica nos afectó a todos y la expresi vio cómo en dos meses pasó
de ser recibida por multitudes y dar discursos ante miles de personas en
Comodoro Py, a ser recibida por Parrilli, veinte pibes y 52 banderas, tener más
policías que militantes en tribunales y quejarse de una cámara de seguridad en
la esquina.
Luego de una semana de hitazos triunfalistas, Cris se quiso
tomar el palo antes de la medianoche del 8 de julio, pero el clima la hizo
volver a su depto, donde la esperaba el orfanato camporista cantando
villancicos nuevos como “la Recoleta es de Perón”. Sí: la Jefa se instala en el
barrio más paquete y aristocrático de la ciudad de Buenos Aires, pero la
militancia lo toma como un acto de rebeldía.
Cristina, consciente de que estaba frente al grupo de Edipos
irresueltos más grande que ha dado este país, mostró de primera mano lo fácil
que le sale dibujar los hechos. Se los encontró de pedo porque le cancelaron el
vuelo, pero les dijo que “solamente nosotros podemos hacer un acto peronista en
calle Juncal”. Luego dijo que se quedó pensando en lo que dijo el Papa con eso
de que “la Patria no se vende”. La que le entregó un cacho de tierra soberana a
los chinos y la exploración petrolera a Chevron no profundizó demasiado en el
tema, pero alcanzó y sobró para que cayeran algunas lágrimas de emoción entre
quienes la escuchaban.
Montada en la caja de una camioneta, a la Presi le pidieron
que se quede hasta la medianoche para celebrar el bicentenario con la
muchachada. Complaciente con los pibes que se bancaron ser señalados como
parias emocionales con capacidades ideológicas diferentes, la expresi tiró un
claro, conciso y esperanzador “Olvidate” acompañado de un arengador “no me
quedo acá hasta las doce”. No existe dinero que pueda pagar tamaña sabiduría de
estadista. Finalmente Cris se retiró y la camioneta pudo continuar vendiendo
huevos por el barrio.
El actor Diego
Reinhold, descendiente de los mapuches que habitaban los bosques alemanes de
Saafeld, se quejó de que los festejos se llevaran a cabo en la plaza que está
al lado del Teatro Colón. La queja es que el teatro se llama Colón. Porque
está claro que Cristóbal Colón combatió la independencia argentina a pesar de
la pequeña desventaja de haber nacido italiano, nunca haber pasado ni cerca del
Río de la Plata y haber fallecido 310 años antes.
Reinhold fue la cara visible, pero detrás de él hubo cientos
de nabos con acceso a Internet que nos corrieron con que “esto es una
pesadilla”, con que no podemos tener a un ex rey de invitado, con que es una
vergüenza que se organice un desfile militar para una fecha patria, y con que
es un embole que no contemos con recitales de los amigos de Teresa Parodi.
No veía berrinche colectivo tan infantil desde que en
preescolar nos cancelaron la salida grupal al show de Carlitos Balá en la calle
Corrientes. El planteo es simple, estimados: ¿Cómo creen que España llegó a ser
el “imperio donde nunca se pone el sol”? ¿Con amor? ¿Y cómo creen que
conseguimos la independencia del imperio con el ejército más poderoso del mundo
de aquel entonces? ¿Con charlas en las plazas? ¿Cuáles creían que eran “los
laureles que supimos conseguir” si no fueron en campos de batalla? ¿Qué creían
que significaba “o juremos con gloria morir”? ¿Que organicemos un pacto suicida
con todas las chicas llamadas Gloria?
Puedo entender que tantos años llamando imperialistas a esos
países a donde van a gastar su dinero reventando la tarjeta de crédito les dejó
la comprensión al mismo nivel de un australopithecus con retraso madurativo,
pero combatir al imperio en el siglo XIX requería algo más que pancartas.
El Grito de Asencio no fue un discurso arengador ni el sitio
de Montevideo consistió en un abrazo solidario convocado por Whatsapp. Y si
bien del Éxodo jujeño podrían haber participado del saqueo para que no quede
nada a los que vengan después, lo cierto es que tampoco fue llevado cabo por
ensayistas. El Combate de Las Piedras, la batalla de Tucumán, la batalla de San
Lorenzo, Suipacha, el cruce de los Andes, la batalla de Chacabuco, todos fueron
hechos claves y concretos que consiguieron, aseguraron y garantizaron nuestra
independencia. Y no, no se gestaron desde una reunión en una unidad básica, ni
gracias a un videito en YouTube, ni por una campaña de carteles de actores
prebendarios en Facebook.
Se definen militantes, un vocablo derivado de militar,
reivindican a San Martín, Rosas y Perón, se sienten parte de un movimiento
creado por un Teniente General, pero les irrita que los militares del siglo XXI
marchen, porque no deberían tras las bestialidades que cometieron los militares
del siglo XX, ese mismo siglo XX que nos dio al Sheneral.
Entiendo que la incoherencia la llevan en el ADN, pero no
dejan de sorprenderme que hayan aprendido a atarse los cordones. Doce años de
realismo mágico les dejó las neuronas empastadas y realmente creen que con
firmar un papelito alcanza para que las cosas ocurran. Si aplaudieron la
construcción de millones de viviendas sólo porque se prometieron en un decreto,
cómo no van a creer que fuimos independientes gracias a que los godos se asustaron
y abandonaron la mitad de sus posesiones de ultramar luego de enterarse que
treinta y tres rebeldes habían firmado un documento en el living de una casa.
También patalearon por la presencia del rey emérito Juan
Carlos de Borbón. No registraron que en Argentina hablamos español, que somos
mayoritariamente católicos, y que el 100% de nuestros patriotas nacieron en
territorios pertenecientes a la corona. Son los mismos giles con apellido
europeo que hablan en primera persona para criticar la colonización europea
desde una computadora en un departamento de la Buenos Aires que perteneció a
los querandíes. Lindo mensaje para los que aspiran a superar La Grieta: en
España pasaron doscientos años, ocho reyes, diez gobernantes que no fueron
monarcas, varias formas de gobierno, un par de dictaduras y una monarquía
constitucional, pero invitar al Juanca es entregar nuevamente los dominios del
virreynato del Río de la Plata a su majestad absolutista.
El mundo gira, pasan los años, pasan los siglos, y las cosas
cambian tanto que nada es determinantes. De hecho, si llegaran a registrar que
el primer país que nos reconoció como un par libre e independiente fue el Reino
Unido de la Gran Bretaña, entran en un colapso nervioso. Y lo hizo recién en
1826, tras 16 años de guerras contra los godos que dieron paso a las guerras
intestinas que se prolongaron por otros sesenta años.
Sí, los militares se cargaron a la democracia varias veces a
lo largo de cuatro décadas. Y de la última pasaron otras cuatro décadas. Y
entiendo que el delirio personalista los lleve a confundir las instituciones
con las personas. Pero si los militares de hoy en día tienen que pagar por los
errores cometidos por la institución de hace cuarenta años, bajemos la persiana
y mudémonos de planeta: el Estado también es una institución y es la misma que
reprimió, desapareció gente y asesinó a mansalva, y no por eso vamos a impedir
que siga existiendo como tal. Supongo que no debería ser muy difícil de
entender, pero aprovecho la onda papal que aplican y les digo que, con el mismo
criterio, deberíamos suprimir los tedeums en fechas patrias, dado que Mario
Poli no debería dar la cara luego de todas las muertes y torturas cometidas por
la inquisición durante siglos.
Por último, y para relajar los ánimos y llevar algo de calma
a esos espíritus tan preocupados por el qué dirán los progres del mañana al ver
la foto de este bicentenario, les comunicó que el último militar de la
dictadura que tuvo una acusación por su accionar cuando era un purrete de 21
años, se encuentra procesado desde hace un buen tiempo. Se llama César Milani.
Si tan sólo hubieran prestado atención cuando les enseñaron
la diferencia entre Gobierno y Estado, o entre personas e instituciones, no
estarían sufriendo tanto y se sentirían felices de habitar un país que celebra
dos siglos de independencia del imperio más grande que ha conocido el mundo.
Y eso costó sangre. Mucha, mucha sangre derramada a lo largo
de décadas para que hoy no tengamos que discutir qué modelo de país tenemos.
Con probar la receta que nos dejaron por escrito por una vez, quizás, en una de
esas, salimos adelante.
Domingo. “Juremos no dejar las armas de la mano hasta ver al
país enteramente libre o morir con ellas como hombres de coraje”, dijo José de
San Martín y no, precisamente, en su muro de Facebook.
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