Como Carrió, los empresarios salieron a hacer
denuncias,
pero de cosas que antes apoyaban.
Por Roberto García |
Algunos
miran, pero no ven. Otros, impunemente, se tapan los ojos con las manos.
También hay quienes no escuchan o, si escuchan, no entienden. O
enmascaran el entendimiento. Y no faltan, en el éxtasis de la distracción,
quienes se prescinden como testigos o partícipes necesarios de los
acontecimientos que observan.
Formas cínicas de supervivencia en la historia
reciente, quizás como las que encontraba el cristinista José López –el
de los US$ 9 millones non sanctos descubiertos en un monasterio de
General Rodríguez–, quien en su propia casa albergaba amuletos
religiosos, figuras y piezas cristianas, cruces y emblemas católicos, réplicas
de mártires, vestales y, lo más singular, una copia del Libro del Eclesiástico,
Libro de la sabiduría de Jesús o de la Iglesia, extenso cuerpo con máximas que
el ex funcionario hoy preso había depositado para la lectura en un atril de su
living. Se nutría al parecer con esa guía espiritual que, curiosamente, estaba
abierta en uno de los capítulos que aconsejaba conductas para el ejercicio
público de la función.
Ciertamente,
parece difícil saber si López consultaba ese minucioso texto cuando distribuía
obras entre empresas, intendentes y gobernadores durante los gobiernos K o si,
más tarde, emprendió su lectura hasta producirle algún efecto alucinógeno que lo hizo apersonarse con bolsos repletos de dinero en un
convento que preside una anciana monja sacralizada por el papa
Benedicto, la madre Alba, sanadora de almas como la de Julio De Vido o
colaboradora espiritual de Alicia Kirchner para que su hija pudiera procrear.
Tal vez, si no le alcanzaba a López para ese acto lo que manda el refugio del
Eclesiástico que repasaba en su casa, se habrá asistido con alguna sustancia en
el agua bendita. Nadie lo sabe y poco importa, incluso si es engañosa esta
versión posterior al allanamiento, ya que la impostura gobernaba sus
actos, incluso el mandamiento del punto 17, capítulo uno, cuando alude
a “les colma la casa de bienes preciosos y con sus joroductos llena sus
graneros”. Aunque estuvo poco atento, el hombre que se encerrró solo en
un calabozo, casi sin intervención de la Justicia, ya debió advertir otra
observación en el mismo libro aparecida en el versículo 22, que precisa:
“Un arrebato indebido no puede justificarse porque el ímpetu de la pasión lleva
a la propia ruina”. Si a veces hay ojos que no quieren ver, también hay libros
que se poseen y no se leen –aunque presidan la biblioteca o un atril– o, si se
los lee, ese ejercicio no garantiza comprender la sabiduría de su mensaje.
Hay
otros ejemplos menos escandalosos que la peripecia de López. Otros,
recientes, que la sociedad y los medios fingen no advertir.
En un
singular fenómeno colectivo de silenciosa complicidad, nadie señaló que la denuncia de Elisa Carrió contra el jefe de la Policía Bonaerense Pablo
Bressi –cuya suerte se torna sellada–, imputándolo por favorecer a los narcos o
involucrándose con ellos, en rigor implicaba otro juicio de mayor alcance y
apuntaba no sólo al entourage de la gobernadora María Eugenia Vidal: se
dirigió contra el propio Mauricio Macri, contra su familia y especialmente
contra su primo Jorge Macri, miembro del gobierno provincial e intendente
de Vicente López. Y postulante ya revelado del Presidente para las elecciones
de medio término del año próximo. A él también lo acusó, en su campaña
redentora, de hacer la vista gorda o estar inmerso en ese sórdido mundo del
narcotráfico. Carrió lo dijo con exactitud, nadie del Gobierno –ni el propio
aludido– le respondió, como si proteger a Bressi hubiera sido más importante
que defender a un pariente presidencial. Algunos cínicos, claro, atribuyen ese
juicio de la dama controversial a la necesidad política de ella para desmontar
la candidatura de un competidor. Si así fuera, ese cálculo –al margen de la
humillación más calamitosa para un hombre– supera cualquier límite ético,
supone una vergonzante osadía de la tercera socia del oficialismo. Entonces,
mejor no hablar, no contestar, proceder como si esa manifestación no hubiera
ocurrido.
Empresarios. Otra particularidad la ofrece el universo
empresarial, el mismo que aplaudió al matrimonio sureño, lo halagó durante 12
años, se sometió a sus vanos caprichos y, en simultáneo, se beneficiaba con
tajadas obvias. Menos expuestos que Lázaro Báez u
otros dilectos de la pareja, naturalmente. Un caso, la Cámara de la
Construcción, casi un apéndice del Gobierno, la fluctuante Unión Industrial
Argentina y el Cicyp, esa Cámara de Comercio presuntamente interesada en la
libertad de comercio que se convirtió en el 6,7,8 del Gobierno
en pro del estatismo. Basta ver el breviario de su colección de actos. Como se
exaltan a sí mismos despreciando al Eclesiástico (“no sea que caigas y
atraigas sobre ti el deshonor”), muchos de sus dirigentes descubrieron
en la nueva etapa del país la conveniencia de denunciar anomalías y delitos del
pasado, mencionarlos en público y luego no sostenerlo ante la probanza de
un tribunal. Pasó con los prebendarios de la construcción, de los industriales
(“Todos sabíamos lo que pasaba”, o “se cobraba el 15% de mordida, como el
movicom”) y hace pocos días lo completó el Cicyp, cuando Adrián Werthein se
golpeó el pecho, se arrepintió de la connivencia y la permisividad con el
régimen anterior. Casi todos, como si no hubieran multiplicado sus negocios,
patrimonios y ventajas, ofreciendo asados, reuniones, asociándose, convocando
magistrados por si los tiempos cambian.
A
Werthein, a quienes algunos ven como crítico de su antecesor Eduardo Eurnekian,
la familia Saguier de La Nación lo calificó de “hipócrita” por
su arrepentimiento repentino y, en el editorial, se olvidó de señalar que en
ese almuerzo de contrición se homenajeaba al embajador de los Estados Unidos,
Noah Mamet, quien no ha cesado de propiciar todo tipo de subvencion estatal para
“las inversiones que van a venir” en el rubro energías renovables, en
particular para General Electric, incluyendo en el ejercicio un perdón
específico en el futuro blanqueo para aquellos que exterioricen fondos no
declarados en ese sector.
Hablaba
Werthein frente al diplomático, consentían ambos y el resto de los
participantes en el aplaudido mea culpa, junto a un invisible en ocasiones
empresario favorito de la embajada, consultor asiduo de Carlos
Zannini y socio aún en no menos de una docena de proyectos
formales con Jorge Chueco, el hacedor de sociedades de
Báez. Otro que por sus desvaríos de conciencia o terrores a la Justicia está
preso por su propia cuenta al huir casi sin que nadie lo persiga.
Nadie
vio, nadie escuchó, nadie participó. Como
los monitos. Aunque todos siguen en lo mismo.
© Perfil
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