Por Pablo Mendelevich |
Una de las cosas que más reiteró Macri en los últimos
tiempos, tanto en el país como en el exterior, tiene tono de lamentación. Macri
asegura que se vio obligado a adoptar medidas "duras y difíciles", se
entiende que en alusión a la cuestión tarifaria. Sin mencionar al gas, el
sábado repitió el concepto en Tucumán durante el discurso del Bicentenario:
"Si hubiese habido una alternativa para no tomarlas, la hubiese tomado (se
refiere a la alternativa; la construcción gramatical del presidente no fue en
esta ocasión demasiado exquisita), pero no existía".
Lo de los gobernantes que piden esfuerzos extraordinarios al
pueblo, o como en el caso de Macri justifican la imposición de medidas duras,
es tan antiguo como las calamidades; también podría decirse tan antiguo como la
propia existencia de los gobernantes (y desde luego gana énfasis cuando el
gobernante superado ha sido él mismo una calamidad). Sin duda, Winston
Churchill alcanzó la cumbre del género en 1940, a poco de haber comenzado la
Segunda Guerra Mundial, cuando les pidió a los británicos sangre, esfuerzos,
lágrimas y sudor, lista que sufrió pequeñas variaciones en sucesivos
enunciados. Tiempo después de que Churchill titulase la primera recopilación de
sus discursos "Blood, sweat and tears" le dejaron de cuestionar la
originalidad con citas de Henry James, Lord Byron y Theodore Roosevelt y la
expresión se volvió un modelo universal de sacrificio y confianza asociado al
estadista y Premio Nobel de Literatura británico. Sangre, sudor y lágrimas
hasta sirvió para nombrar a una banda de rock.
Está claro que acá no se trata de la batalla de Francia, de
superar varias derrotas contra la Alemania nazi ni del sacrificio del pueblo
inglés en semejantes circunstancias y a nadie se le ocurriría confundir por
ahora a Macri con Churchill. Pero lo más seguro de todo es que ninguna futura
banda de rock va a inspirarse en la lamentación de Macri para darse un nombre.
No es sólo porque la luz y el gas, convertidos en facturas, tienen bajo
contenido épico sino porque Macri no consiguió poner su lamento en términos
empáticos ni condensar la idea de que no hubo otra alternativa más que subir
brutalmente las tarifas para reparar el desaguisado energético que dejó el
kirchnerismo.
"Macri no
consiguió condensar la idea de que no hubo otra alternativa más que subir
brutalmente las tarifas para reparar el desaguisado energético que dejó el
kirchnerismo"
Quizás no se trate de un deficit comunicacional, como a
veces se dice para reducir las fallas a aspectos ornamentales, sino de un
problema conceptual que involucra tanto la manera en que se hizo la suba
tarifaria como la indisoluble forma en la que le fue trasmitida la novedad a la
población. En el mismo discurso del sábado el Presidente dijo una vez más que
él va a manejarse con la verdad, lo cual ya se sabe que constituye un giro
copernicano respecto de lo que había. La sola intención de decir la verdad marca
un contraste incandescente. El kirchnerismo viene de ofrendarle a Macri uno de
los íconos más acabados de la mentira que se puedan imaginar, el intento de
retiro a la vida monástica, digamos, de José López. Bueno, imaginar... Morgan
Robertson previó en una novela publicada en 1898 el choque de un transatlántico
con un iceberg 14 años antes de lo del Titanic, casi con las mismas
características. Hubo por cierto autores que describieron el suceso de aviones
estrellados a propósito contra los rascacielos de Nueva York antes de 2001.
Pero a nadie se le ocurrió nunca nada parecido a la burda escena
cinematográfica del secretario de Obras Públicas de los Kirchner en el
monasterio de General Rodríguez, escena de una eficacia inigualable para
resignificar el adjetivo del slogan la década ganada. A esa genialidad del
destino para graficar la corrupción -tan rotunda que hasta rindió a los
fanáticos del kirchnerismo- el gobierno de Cambiemos no le encontró ni de lejos
un equivalente en el terreno de las tarifas mensuales de energía sostenidas
durante años por razones demagógicas a la altura del precio de un café con dos
medialunas.
Macri, afortunadamente, se apega a la idea de hablar con la
verdad. "Yo me comprometo a decirles la verdad", repite. ¿Pero qué
verdad? ¿Dicha cómo? La prueba de que el tema no es blanco o negro la dio el
propio Macri al acudir a la metáfora del truco. Dijo que el truco, juego que le
gusta mucho, no se aplica a la vida porque "uno no puede andar día a día
cantando falta envido sin nada, no puede hacer señales falsas; al revés,
necesitamos señales claras". En realidad, en el truco la mentira forma
parte de las reglas. Quizás el Presidente no quiso hacer la alegoría completa
porque estaba en el día del Bicentenario. El problema con el kirchnerismo es
que jugando al truco no se limitó a mentir sino que escondió algunas cartas y
marcó otras, imprimió un mazo paralelo, acusó a los demás jugadores de hacer
trampa y en el momento en que iba perdiendo agarró a patadas la mesa, entre
gritos, mientras alguien que estaba de acompañante se guardaba todos los
porotos. Quebraba invariablemente las reglas bajo el supuesto de que los fines
justifican los medios -rémora setentista-, porque luchaba contra corporaciones
muy poderosas, hazaña encomiable que el señor López contribuyó como nadie a
poner en duda.
"Necesitamos señales claras", dice bien Macri
refiriéndose a lo que debe suministrar su propio gobierno, quien asocia esa
entrega con la verdad. Pero la verdad como meta genérica no alcanza. Hacer
coincidir las afirmaciones con los hechos, tener honestidad, buena fe y hasta
sacar bien las cuentas respecto de lo que de verdad nos cuesta conseguir la
energía para luego dividir el costo entre los consumidores incluso puede
desembocar en una no verdad: la de que será posible cobrar sumas impagables.
Verdades mal mostradas y cálculos desalmados apenas mitigados con una tarifa
social, con una formalidad legal descuidada, seguramente producirán un
zafarrancho formidable. Es lo que está sucediendo con el gas. Aunque el
Gobierno haya partido de la reverenciada verdad.
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