martes, 26 de julio de 2016

Cristina, Macri y la intensidad de la democracia

Por Pablo Mendelevich
Cristina Kirchner dice ahora que en la Argentina hay una democracia de nula intensidad. Es una frase para entendidos, entre los cuales ella procura insertarse. La expresión que se usa desde hace varios años en ciencias políticas, aplicada a países donde los poderes supragubernamentales empequeñecen el vigor de la soberanía popular, es democracia de baja intensidad. Pero según la ex presidenta, con Macri la democracia no tiene intensidad alguna, lo que podría entenderse como democracia inexistente.

Antes de deslumbrar a media docena de periodistas conocidos (suyos) a los que escogió para brindarles una conferencia magistral en su casa de Calafate, ella ya había volcado este diagnóstico, el de la democracia de nulidad absoluta, en Facebook, pero allí pasó inadvertido. La intención profunda de la ex presidenta no sería desplazar de las bibliotecas a Norberto Bobbio, Giovani Sartori, Guillermo O'Donnell ni a su admirado Ernesto Laclau. Tampoco se la ve hoy animada como para rebatir por cadena a Montesquieu o a Rousseau en base a su experiencia de democracia de doble intensidad con D'Elía, Hebe de Bonafini, Boudou, Jaime, Moreno, Milani, Milagro Sala, Schoklender, Gildo Insfrán, los hermanos Zacarías, Esteche, el estanciero Báez, el zar del juego Cristóbal López, barrabravas surtidos, Colón descuartizado, la épica del vamos por todo, la equiparación oficial de su esposo con San Martín y las contribuciones monetarias de la comercialización de la efedrina en temporada electoral. Cristina estaría más interesada en refutar la sospecha de que ella edificó una cleptocracia, pero por razones de elegancia discursiva no habla de sí misma, de "su" democracia, sino de la que administra el sucesor, un sujeto "que lleva el apellido Macri", como dijo.

Sutil, como siempre, puso en valor la doctrina 'corruptos somos todos'. Dijo que cada gobierno tiene su José López, pero al que le tocó a ella no lo mencionó, probablemente para que nadie se los imagine como viejos conocidos de Río Gallegos haciendo planes en una sobremesa. Ya que ahora la ex presidenta dispone de estadísticas propias (según informó la inflación está en 50 por ciento, por fin se decidió a hablar de la inflación) podría haber dicho que en la Argentina hay un López cada 129 personas, casualmente la misma frecuencia que la de los Fernández (dicho esto no por ella sino por el kirchnerista santacruceño que la semana pasada trató de sacar 30 mil dólares por Ezeiza y argumentó que no conocía la ley: había dejado de ser senador y sólo se ganaba la vida como abogado). Imposible saber en qué anda cada López, cada Fernández, cuánta es su sabiduría cuando se trata de llevar dólares de un lado para el otro.

De las causas judiciales en contra suyo tampoco dejó que se supiera demasiado porque, según informó, son todas inventadas. A ningún periodista se le ocurrió en ese instante repreguntar nada (ni en ningún otro instante, piénsese que la exposición de "la presidenta", como ellos la llamaban, sólo duró una hora con 38 minutos). Fernández de Kirchner explicó que la persecución de la que es objeto se debe a dos razones: a que es peronista, cosa que no es gratis, y a que hizo grandes cosas a favor del pueblo, las cuales enlistó. En primer lugar mencionó el haber juzgado a los genocidas. Alfonsín lo había hecho 25 años antes, pero, claro, se ve que a él no lo persiguieron con causas de corrupción porque no era peronista.

En verdad, contrastar la democracia de Cristina Kirchner con la de Macri , como si la democracia no fuera una sola, supone admitir que el 10 de diciembre no hubo un cambio de gobierno sino de régimen. Y en eso tiene algo de razón -sin proponérselo- la ex presidenta, quien en el poder reverenciaba a Laclau pero honraba a Carl Schmitt. Aunque el nazismo no preservó con mayor lustre a este filósofo alemán, padre del planteo bélico de la política, de sus enseñanzas viene doctrinariamente la división binaria en amigos y enemigos que cultivaron los Kirchner con esmero. He aquí uno de los peores legados del kirchnerismo, la cultura política distorsionada, el desprecio por la diversidad. Tanto machacar con los enemigos móviles, al final se naturalizaron distorsiones implícitas en "la democracia" K, como la de que con el enemigo no se dialoga. Disparate que Macri erradicó -desde el momento en que consiguió la aprobación de leyes bien difíciles sin tener legisladores propios suficientes, se reunió con todos los gobernadores, recibió a los opositores-, lo que no significa necesariamente que el modelo confrontativo haya sido superado en términos culturales. En pocos días asistiremos a una prueba del acostumbramiento a las reglas de juego bélicas que el kirchnerismo, con su cantinela de la patria y la antipatria, mimetizó con la democracia.

Dentro de dos semanas Margarita Stolbizer y Cristina Kirchner estarán sentadas frente a frente en una mediación judicial. Créase o no, ellas no se ven las caras desde antes de que exista el kirchnerismo. Se cruzaron por última vez en algún pasillo de la Cámara de Diputados cuando la Humanidad le daba la bienvenida al siglo XXI. Stolbizer había sido elegida por el radicalismo y Fernández de Kirchner, por entonces vicepresidenta segunda de la comisión dedicada a investigar el lavado, había llegado por el Partido Justicialista a la Cámara Baja, de la que en 2001 pasó al Senado.

La mediación entre Fernández de Kirchner y Stolbizer es un suceso político extraordinario, pero no por haberse dicho ambas líderes a través de la prensa cosas como "burra" o "chorra" o por haber contrastado el desarrollo de los respectivos hijos en forma casual y tácita, debido a que la participación en las Olimpíadas del hijo de Stolbizer forzó un trámite de cambio de fecha que su retadora se resignó a acatar. Tampoco lo singular es que Stolbizer, denunciante originaria de las causas Hotesur y Los Sauces, haya divisado ahora "movimientos extraños" con el dinero de los Kirchner, que pasó de plazos fijos a dólares embutidos en cajas de seguridad de un sótano bancario. En muchos países hay denuncias contra presidentes o ex presidentes por sospechas de haber cometido delitos (algunos, como Richard Nixon, fueron indultados después de renunciar, otros, como Alberto Fujimori, marcharon presos, y otros, como Fernando Collor de Mello, zafaron por falta de pruebas). Que dos políticas se intercambien adjetivos y busquen mayor potencia en el lunfardo tampoco es algo exótico. Lo verdaderamente anormal es que quien gobernó durante doce años y medio no haya hablado ni una vez en todo ese período con una líder política opositora que fundó y dirige un partido y llegó a ser la segunda fuerza del principal distrito del país. Anormal es que ni el día de los funerales de su esposo la entonces presidenta haya aceptado recibir en persona las condolencias de los líderes de la oposición, entre ellos Stolbizer, tal la tirria institucionalizada.

Ese procesamiento de la diversidad política no tuvo nada que ver con cuestiones protocolares ni con modales descuidados. Formaron parte del "proyecto", la concentración de poder sin precedentes que tuvieron los presidentes Kirchner en su década extendida, un sistema complementado con la verticalidad del Congreso, la destrucción de los organismos de control, el aparato de propaganda, en fin, todo lo que a esta altura es bien conocido. Se sabe que la ex presidenta planea usar la mediación -en la que se descuenta que no habrá acuerdo- como paso para iniciarle a Stolbizer un juicio civil. Quizás al reencontrarla le diga "¡tantos años.!". Sí, tantos años: los suyos en el poder.

© La Nación

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