Por Pablo Mendelevich |
Cristina Kirchner dice ahora que en la Argentina hay una
democracia de nula intensidad. Es una frase para entendidos, entre los cuales
ella procura insertarse. La expresión que se usa desde hace varios años en
ciencias políticas, aplicada a países donde los poderes supragubernamentales
empequeñecen el vigor de la soberanía popular, es democracia de baja
intensidad. Pero según la ex presidenta, con Macri la democracia no tiene
intensidad alguna, lo que podría entenderse como democracia inexistente.
Antes de deslumbrar a media docena de periodistas conocidos (suyos) a los que escogió para brindarles una conferencia magistral en su casa de Calafate, ella ya había volcado este diagnóstico, el de la democracia de nulidad absoluta, en Facebook, pero allí pasó inadvertido. La intención profunda de la ex presidenta no sería desplazar de las bibliotecas a Norberto Bobbio, Giovani Sartori, Guillermo O'Donnell ni a su admirado Ernesto Laclau. Tampoco se la ve hoy animada como para rebatir por cadena a Montesquieu o a Rousseau en base a su experiencia de democracia de doble intensidad con D'Elía, Hebe de Bonafini, Boudou, Jaime, Moreno, Milani, Milagro Sala, Schoklender, Gildo Insfrán, los hermanos Zacarías, Esteche, el estanciero Báez, el zar del juego Cristóbal López, barrabravas surtidos, Colón descuartizado, la épica del vamos por todo, la equiparación oficial de su esposo con San Martín y las contribuciones monetarias de la comercialización de la efedrina en temporada electoral. Cristina estaría más interesada en refutar la sospecha de que ella edificó una cleptocracia, pero por razones de elegancia discursiva no habla de sí misma, de "su" democracia, sino de la que administra el sucesor, un sujeto "que lleva el apellido Macri", como dijo.
Sutil, como siempre, puso en valor la doctrina 'corruptos
somos todos'. Dijo que cada gobierno tiene su José López, pero al que le tocó a
ella no lo mencionó, probablemente para que nadie se los imagine como viejos
conocidos de Río Gallegos haciendo planes en una sobremesa. Ya que ahora la ex
presidenta dispone de estadísticas propias (según informó la inflación está en
50 por ciento, por fin se decidió a hablar de la inflación) podría haber dicho
que en la Argentina hay un López cada 129 personas, casualmente la misma
frecuencia que la de los Fernández (dicho esto no por ella sino por el
kirchnerista santacruceño que la semana pasada trató de sacar 30 mil dólares
por Ezeiza y argumentó que no conocía la ley: había dejado de ser senador y
sólo se ganaba la vida como abogado). Imposible saber en qué anda cada López,
cada Fernández, cuánta es su sabiduría cuando se trata de llevar dólares de un
lado para el otro.
De las causas judiciales en contra suyo tampoco dejó que se
supiera demasiado porque, según informó, son todas inventadas. A ningún
periodista se le ocurrió en ese instante repreguntar nada (ni en ningún otro
instante, piénsese que la exposición de "la presidenta", como ellos
la llamaban, sólo duró una hora con 38 minutos). Fernández de Kirchner explicó
que la persecución de la que es objeto se debe a dos razones: a que es
peronista, cosa que no es gratis, y a que hizo grandes cosas a favor del
pueblo, las cuales enlistó. En primer lugar mencionó el haber juzgado a los
genocidas. Alfonsín lo había hecho 25 años antes, pero, claro, se ve que a él
no lo persiguieron con causas de corrupción porque no era peronista.
En verdad, contrastar la democracia de Cristina Kirchner con
la de Macri , como si la democracia no fuera una sola, supone admitir que el 10
de diciembre no hubo un cambio de gobierno sino de régimen. Y en eso tiene algo
de razón -sin proponérselo- la ex presidenta, quien en el poder reverenciaba a
Laclau pero honraba a Carl Schmitt. Aunque el nazismo no preservó con mayor
lustre a este filósofo alemán, padre del planteo bélico de la política, de sus
enseñanzas viene doctrinariamente la división binaria en amigos y enemigos que
cultivaron los Kirchner con esmero. He aquí uno de los peores legados del
kirchnerismo, la cultura política distorsionada, el desprecio por la
diversidad. Tanto machacar con los enemigos móviles, al final se naturalizaron
distorsiones implícitas en "la democracia" K, como la de que con el
enemigo no se dialoga. Disparate que Macri erradicó -desde el momento en que
consiguió la aprobación de leyes bien difíciles sin tener legisladores propios
suficientes, se reunió con todos los gobernadores, recibió a los opositores-,
lo que no significa necesariamente que el modelo confrontativo haya sido
superado en términos culturales. En pocos días asistiremos a una prueba del
acostumbramiento a las reglas de juego bélicas que el kirchnerismo, con su
cantinela de la patria y la antipatria, mimetizó con la democracia.
Dentro de dos semanas Margarita Stolbizer y Cristina
Kirchner estarán sentadas frente a frente en una mediación judicial. Créase o
no, ellas no se ven las caras desde antes de que exista el kirchnerismo. Se
cruzaron por última vez en algún pasillo de la Cámara de Diputados cuando la
Humanidad le daba la bienvenida al siglo XXI. Stolbizer había sido elegida por
el radicalismo y Fernández de Kirchner, por entonces vicepresidenta segunda de
la comisión dedicada a investigar el lavado, había llegado por el Partido
Justicialista a la Cámara Baja, de la que en 2001 pasó al Senado.
La mediación entre Fernández de Kirchner y Stolbizer es un
suceso político extraordinario, pero no por haberse dicho ambas líderes a
través de la prensa cosas como "burra" o "chorra" o por
haber contrastado el desarrollo de los respectivos hijos en forma casual y tácita,
debido a que la participación en las Olimpíadas del hijo de Stolbizer forzó un
trámite de cambio de fecha que su retadora se resignó a acatar. Tampoco lo
singular es que Stolbizer, denunciante originaria de las causas Hotesur y Los
Sauces, haya divisado ahora "movimientos extraños" con el dinero de
los Kirchner, que pasó de plazos fijos a dólares embutidos en cajas de
seguridad de un sótano bancario. En muchos países hay denuncias contra
presidentes o ex presidentes por sospechas de haber cometido delitos (algunos,
como Richard Nixon, fueron indultados después de renunciar, otros, como Alberto
Fujimori, marcharon presos, y otros, como Fernando Collor de Mello, zafaron por
falta de pruebas). Que dos políticas se intercambien adjetivos y busquen mayor
potencia en el lunfardo tampoco es algo exótico. Lo verdaderamente anormal es
que quien gobernó durante doce años y medio no haya hablado ni una vez en todo
ese período con una líder política opositora que fundó y dirige un partido y
llegó a ser la segunda fuerza del principal distrito del país. Anormal es que
ni el día de los funerales de su esposo la entonces presidenta haya aceptado
recibir en persona las condolencias de los líderes de la oposición, entre ellos
Stolbizer, tal la tirria institucionalizada.
Ese procesamiento de la diversidad política no tuvo nada que
ver con cuestiones protocolares ni con modales descuidados. Formaron parte del
"proyecto", la concentración de poder sin precedentes que tuvieron
los presidentes Kirchner en su década extendida, un sistema complementado con
la verticalidad del Congreso, la destrucción de los organismos de control, el
aparato de propaganda, en fin, todo lo que a esta altura es bien conocido. Se
sabe que la ex presidenta planea usar la mediación -en la que se descuenta que
no habrá acuerdo- como paso para iniciarle a Stolbizer un juicio civil. Quizás
al reencontrarla le diga "¡tantos años.!". Sí, tantos años: los suyos
en el poder.
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