Por Carlos Gabetta (*) |
Si alguna firma al pie faltaba para certificar la deriva a
la derecha de la socialdemocracia, se agregaron ahora las del británico Tony
Blair y el portugués José Manuel Durao Barroso.
Blair, enfangado por el
“informe Chilcot” en las escandalosas mentiras pergeñadas junto a Estados
Unidos, siendo primer ministro, para justificar la invasión a Irak.
Barroso, ex
primer ministro de Portugal y presidente de la Comisión Europea, al fichar como
presidente “no ejecutivo” de la filial inglesa del banco de inversiones Goldman
Sachs; el mismo que “engañó a sus clientes” e inició “los trapicheos y
prácticas fangosas, sin control público, que llevaron a la crisis de las
hipotecas basura y al desplome griego”, según una investigación parlamentaria
estadounidense (“The financial crisis inquiry report”; El País, 11-7-16).
Nada nuevo. Blair da conferencias de alto precio para Louis
Vuitton; Felipe González es lobbista del archimillonario mexicano Carlos Slim y
Telefónica de España; el alemán Gerard Schroeder trabaja para la petrolera rusa
Gazprom; el italiano Bettino Craxi murió en exilio, luego de ser hallado
culpable de corrupción en el proceso Manos Limpias. Todos ex primeros
ministros…
Estos son los ejemplos líderes de una deriva ideológica, que
se presenta como pragmática y cuya formulación explícita corrió por cuenta del
actual primer ministro francés, Manuel Valls: “My government is pro-bussines”;
tal cual, en inglés. La crisis capitalista debe resolverse según la lógica del
capitalismo y sus necesidades actuales; o sea desarbolar el Estado de bienestar
y los derechos adquiridos por las clases media y trabajadora. La corrupción, la
represión a las protestas y la adhesión a las aventuras militares vienen con el
paquete (http://www.perfil.com/columnistas/Socialistas-de-derecha-20141011-0022.html).
En Argentina, esta evolución hacia la derecha y sus maneras
se expresa como repliegue. La propuesta socialdemócrata se ha esfumado. Al cabo
de un desarrollo prometedor, cuyo pico fue la conformación del Frente Amplio
Progresista y el segundo lugar de Hermes Binner en las elecciones
presidenciales de 2011, el Partido Socialista cristalizó en un honesto y eficaz
administrador municipal y provincial. Y allí quedó, en Rosario y Santa Fe,
recluido en querellas internas y en conflicto con sus aliados. Parece haber
abandonado toda ambición nacional; consecuencia del abandono de su propia
teoría; de todo análisis y diagnóstico económico y social. Al reorganizarlo muy
meritoriamente en 1972, Guillermo Estévez Boero y su grupo lo despojaron de su
tradición universalista, circunscribiéndolo a un nacionalismo asumido, aunque
por momentos vergonzante, ya que choca con sus bases teóricas e historia
política. Una suerte de honesto populismo local. Puedo dar testimonio de esta
abdicación. El año pasado, invitado por el PS a dar unas charlas en Córdoba
ante un público de militantes en su mayoría jóvenes, cuando en cada ocasión
mencioné al pasar que El capital de Marx había sido traducido al castellano por
Juan B. Justo, parte de la audiencia quedó pasmada. Lo ignoraban, así como
otras cosas de su propia historia. No me atreví a preguntar si habían leído a
Marx o a sus epígonos.
Las únicas lucecitas socialdemócratas están encendidas,
paradójicamente, en Estados Unidos e Inglaterra. Pero por ahora, Bernie Sanders
sólo ha conseguido que Hillary Clinton discursee algunas de sus propuestas
sociales, al precio de apoyarla frente a Donald Trump. Jeremy Corbin, por su
parte, sigue firmemente apoyado por las bases laboristas, pero la dirigencia
del partido y sus parlamentarios hacen lo posible por destronarlo.
Mientras las recetas neoliberales siguen fracasando y el
mundo capitalista se desintegra –el Brexit es la última manifestación– y se
encamina al conflicto armado, la extrema derecha ocupa el lugar que debería
estar ocupando una socialdemocracia aguerrida.
(*) Periodista y escritor
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