Partidarios de la
literatura deliberada
Borges y Bioy Casares:la amistad profundizada a través de la literatura de detectives y un autor, como H. Bustos Domecq, que no es real pero que escribe con ellos. |
Por Miguel Munárriz
La relación de amistad
entre Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges es de sobra conocida, incluso
mantuvieron también una estrecha colaboración profesional escribiendo a cuatro
manos relatos policiales, como Seis
problemas para don Isidro Parodi, bajo el pseudónimo de H. Bustos Domecq,
apellidos de un bisabuelo materno de Borges (Bustos) y de la abuela paterna de
Bioy (Domecq).
Ambos escritores se ríen de la literatura de detectives,
género que admiran, a través del genio de un exbarbero en Buenos Aires, Isidro
Parodi, acusado de un crimen que no cometió y condenado a 21 años en la
Penitenciaría Nacional, que resuelve los enigmas que le plantean las visitas
que recibe, desde su celda 273. Cuarentón, gordo y sedentario a la fuerza,
Parodi reúne lo mejor de los héroes de ficción de Borges y Bioy: Sherlock
Holmes, Auguste Dupin y el padre Brown, es decir, de tres de sus maestros:
Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe y G. K. Chesterton.
De esta amistad entre ambos escritores rescatamos para Zenda
el resumen de una larga conversación que yo propicié en 1991 entre Adolfo Bioy
Casares (Premio Cervantes de ese año) y Daniel Moyano en donde se habló,
naturalmente, de Jorge Luis Borges.
–Bioy, ¿cuándo conociste a Borges?
–Borges fue mi amigo de siempre, lo conocí en 1932, en casa
de Victoria Ocampo, que era muy autoritaria.
–¿Y cómo era esa relación en la que mezclabais la amistad y el
trabajo?, ¿qué pasó con el encargo publicitario de una marca de yogur?
–Un día me pidieron a mí que hiciera un folleto sobre la
cuajada y el yogur, y como pagaban muy bien –pagaban 17 pesos la página, que
era mucha plata en esos momentos– le propuse a Borges que lo hiciéramos juntos.
Entonces nos fuimos al campo para escribirlo, y como nos aburríamos empezamos a
hacer bromas con aquella redacción. Yo creo que esas bromas fueron como una
semilla que, tal vez, minó nuestra colaboración posterior. Éramos dos
escritores partidarios de la literatura deliberada: no de escribir con el
inconsciente, sino al contrario, nítidamente escrito y con la conciencia
despierta, y nos propusimos escribir historias policiacas clásicas con un
enigma y una solución. Nos dejábamos arrastrar por las bromas, de pronto,
Borges me preguntaba: “Y qué vamos a hacer con este autor?, ¿y eso a dónde nos
lleva?”. Vale decir que tuvimos una lección de humildad, tal vez por esas
bromas que hacíamos mientras redactábamos el folleto sobre el yogur, en el que
descubrías también frases pomposas, como si en esa época Borges y yo creyésemos
que escribir bien era escribir pomposamente.
–¿Cómo se escriben relatos a cuatro manos?
–Nos veíamos por la noche, antes de la cena, y si a uno se
le ocurría una historia le anunciaba al otro que tenía un cuento para que lo
escribiésemos juntos. Si el otro aceptaba, lo conversábamos durante la cena y
nos proponíamos no escribirlo hasta después de la tercera cena, para haber
hablado bastante de él. Pero en la segunda cena Borges se impacientaba y
entonces yo me ponía a la máquina de escribir y al que se le ocurría la primera
frase la proponía; si al otro le parecía bien, la aceptaba, escribíamos esa
frase y así seguíamos.
–¿Teníais algún secreto para que no se rompiera esa relación?
–El secreto –ya lo dijo Borges– era no tener amor propio, no
tener vanidad, y no tener cortesía con el otro cuando las cosas iban por mal
camino. Realmente resultaba mucho más fácil que escribir solo porque de esta
manera hay que resolver las dificultades sin ayuda; en cambio, cuando son dos
las personas que escriben es probable que la dificultad de uno no sea la del
otro.
–El tono de vuestros relatos es jocoso, divertido, paródico…
–Puedo decir que fuimos muy felices escribiendo juntos, que
nos divertíamos mucho. Nos hicimos odiar por Silvina Ocampo y por los amigos
que estaban en el otro lado del cuarto porque Borges se reía a carcajadas
cuando estábamos escribiendo.
–¿Tuvisteis más proyectos juntos?
–Después, cuando decidimos escribir en serio, teníamos
planes para escribir un libro parecido a uno de Ezra Pound, ABC de la lectura. No pudimos hacerlo
porque ya estábamos viciados con las bromas y de la única forma que podíamos
escribir era burlescamente, así que, de algún modo, nuestro procedimiento nos
castigó y nos obligó a dejar proyectos que tal vez hubieran sido buenos.
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