Por Jorge Fernández Díaz |
Unos sostienen que Macri es el Videla de la canasta
familiar; otros que es un Kirchner de buenos modales. En el medio, algunos
comunicadores y ciertos artistas de variedades, ya sin el incentivo de la pauta
oficial ni el temor al hostigamiento del Estado, y con la ideología del rating
como única y sagrada bandera, se lanzan sobre Cambiemos armados de feroces y
contradictorios argumentos de izquierda y de derecha, e impostando una
sensibilidad social de la que carecían hasta hace tres semanas y un día: garpa
ser apocalípticos y demagógicos, camaradas, y entonces urge el festín.
No es,
por supuesto, que este gobierno de seis meses y fragilidad de origen no ofrezca
flancos ni merezca críticas: se manda macanas todo el tiempo, su plan económico
todavía es un albur y la prensa debe cumplir su objetivo de señalarle los
errores. Pero algunos atolondrados del minuto a minuto arremeten a ciegas, sin
marco histórico ni teórico, ni meditación ideológica alguna, y entonces vemos
carneros de antaño transformados de repente en carnívoros voraces, y monjitas
inocentes actuando como meretrices. Los debates o conversaciones de la gran
tertulia argentina usualmente calientan pero no esclarecen; hay momentos
surrealistas en los que un progre coincide con el ensañamiento de un
neoliberal, hasta que de pronto descubre que en realidad éste está criticando a
Macri no por ser cruel e impiadoso sino por ser blandengue. Y viceversa. A los
que luchan contra las dos simplificaciones los escupe Dios, y los estraga el aire.
Por supervivencia y por decoro, nadie quiere quedar como oficialista (una moda
kirchnerista provisoriamente en extinción) y, por lo tanto, hasta el más
prudente sobreactúa catastrofismo. En fin, como si no tuviéramos problemas
reales y agitadores profesionales en las calles, ahí están las fraguas y los
huracanes mediáticos.
Un debate serio entre tirios y troyanos debería tender a
aclarar si el macrismo es un hambreador serial sin parangón, como pretenden los
cristinistas, y si el "proyecto nacional y popular" es inocente de
los tremendos sinsabores actuales que padece el pueblo argentino después de 12
años de poder absoluto, viento de cola, manteca al techo y economía
insustentable. Sería interesante también que la otra minoría intensa explicitara,
en respuesta, el plan transformador que le reclama al Presidente. Les daré una
ayudita, para ponerlo todo negro sobre blanco: Macri debería decirle a la gente
que la salvó de otro 2001 y esperar agradecimiento eterno; a continuación,
multiplicar por 10 el tarifazo, despedir a 500.000 empleados públicos y clavar
el dólar a 25 pesos. Es un buen plan macroeconómico, qué duda cabe. El problema
es que para cumplirlo habría que cerrar el Parlamento, intervenir manu militari
el Poder Judicial (ay esas cautelares) y rodear la Casa Rosada con el Ejército,
la marina y la aviación.
El necesario proceso de contextualización no debería excluir
tampoco la larga cocción que tuvo esta crisis espesa. Comenzó cuando la
Pasionaria del Calafate se dio cuenta de que teníamos un serio contratiempo;
lanzó entonces la "sintonía fina" (un ajuste), pero no se bancó la
caída de la popularidad, así que inventó medidas estrafalarias para no hacer
los deberes. El lunar con mal aspecto de hace cinco años se transformó en este
tumor maligno con metástasis que tiene al paciente recién intervenido y con
pronóstico reservado.
Narrado en detalle estos días por un ex ministro del
gabinete de Cristina Kirchner, el plan pergeñado en el living de Olivos por
ella y por sus dos brillantes estrategas napoleónicos (Máximo y Wado) no deja
de ser patético. Había que evadir cualquier costo político, diferir toda clase
de pagos y legarle al sucesor el "regalito" y la obligación de
embarrarse con la sintonía gruesa. El sucesor era, por supuesto, Daniel Scioli.
De quien Cristina hablaba pestes día y noche, y a quien consideraba un
calamitoso administrador, pero también alguien de quien cuidarse: el torpedo
naranja tenía que hacer un gobierno mediocre para que no se quedara con el
peronismo y traicionara a la gran dama, como ella y su esposo habían hecho con
Duhalde. Durante la presidencia de Scioli la militancia estaría a salvo en sus
cargos rentados, las causas judiciales irían feneciendo una tras otra, Santa
Cruz recibiría auxilios excepcionales, se levantarían las hipotecas económicas,
se desgastaría su liderazgo y todo esto posibilitaría el paulatino despegue
crítico de Cristina y después su regreso triunfal como salvadora de la patria.
"Con semejante cuadro dramático y la salvaje lucha interna por el poder, típicamente
peronista, si se hubiera dado ese escenario habríamos tenido un estallido
afuera y una implosión adentro", confiesa hoy el ex ministro. Igualmente,
el plan original se derrumbó con la aparición de un cisne negro. Ganó
Cambiemos, y entonces las causas avanzaron, Río Gallegos se incendió, algunos
militantes perdieron el conchabo, y todo lo que queda hoy es acusar con saña al
Gobierno mientras éste intenta arreglar la ruina silenciosa que el cristinismo
produjo, operando para que Macri no haga pie, siga el destino de los
presidentes no peronistas, vuele por los aires, y que la "restauración
emancipadora" se haga por fin realidad. En eso estamos, compañeros, de sol
a sol.
La Argentina se encuentra en el centro de un tétrico
laberinto económico. Y así como durante la Copa América todos vuelven a ser
directores técnicos, hoy cualquier perejil de la esquina se siente un
economista avezado. La magnitud del enredo no aparece en los manuales de uso y
exige muchos prodigios a la vez: reducir el déficit, incentivar el consumo,
producir empleo, bajar la inflación, calmar las tasas, reflotar el dólar,
atraer inversores, aumentar las exportaciones, proteger la industria argentina,
blindar a los vulnerables, contentar a la clase media. Tal vez habría que traer
10 premios Nobel de economía para que hagan un ateneo excepcional, y pedirle al
papa Francisco que interceda directamente ante el Barbudo. Que sabe de
milagros.
Después de hablar durante dos años del "plan
bomba" es hipócrita sorprendernos ahora con sus explosiones. Podemos
acusar de mala praxis a quienes intentan desactivarlo y a veces no lo
consiguen, pero hacerlos completamente responsables del dolor es de cínicos y
cobardes. Meter provocadores en las barriadas pobres para que tomen
supermercados y alentar el regreso de las capuchas y los palos a las calles y
rutas es tan irresponsable como lanzar en esta delicada coyuntura huelgas
brutales que dejan sin combustible y sin vuelos al país. O utilizar la pantalla
para hacer populismo sensiblero y vacuo. A propósito: si Macri hubiera
propiciado que Moyano o Tinelli condujeran la AFA, ¿habrían existido esta
semana esas huelgas y ese tuit contra Aranguren? El primero, al menos, puede
jactarse de haber enfrentado a Menem y a Cristina. El segundo, en cambio, calló
durante años de latrocinio kirchnerista y ofreció su programa para que Scioli
cerrara su campaña electoral.
Hay gente pauperizada que debe ser atendida. Hay que tener
contemplaciones con pequeños comercios, trabajadores en negro, clubes barriales,
teatros y librerías. Hay que exigirle al Gobierno que aguce el ingenio, aprenda
rápido el oficio y camine la calle. Y aceptar que tal vez no se pueda salir del
populismo sin algunas medidas inevitablemente populistas. Pero sobre todo lo
que resulta imprescindible es no caer nunca más en la amnesia. Ni hacernos los
otarios.
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