Por Fernando Savater |
En cierta ocasión, pasando revista a sus tropas eventuales y
poco disciplinadas, Lord Wellington comentó: “No sé si darán miedo al enemigo,
pero a mí me hacen temblar”. Siempre que se acercan elecciones, alguien nos
comunica su miedo a que gane Fulano o Zutano. Parece que ciertos políticos son
temibles y en efecto hay algunos de los que cabe esperar las mayores torpezas o
arbitrariedades.
Pero lo que deberíamos decir es que nos echamos a temblar
cuando pensamos en los votantes que pueden elegir a los indeseables.
La democracia es el sistema político donde uno no tiene por
qué temer a ningún candidato a gobernante, pero como contrapartida está
justificado que tema a quienes eligen a entre ellos.
No temblaremos bajo los caprichos del tirano sino por los
caprichos de una mayoría que puede descartar al mejor y entusiasmarse con el
bribón que más hábilmente sabe hacerse querer o desear.
Lord Wellington sintió un sobresalto al pasar revista a sus
tropas, pero luego con ellas ganó la batalla. Lejos de ser infalible como dice
la leyenda, el pueblo al que pertenecemos puede equivocarse junto tal como cada
uno nos equivocamos por separado.
Aún peor: su libertad política consiste en que tiene el
santo derecho a equivocarse. A lo que no tiene derecho es a decir después “a mí
no me representan” o antes a no prestar la debida atención a las mil fuentes de
que hoy disponemos para calibrar la catadura de cada candidato y el realismo o
el fraude de sus propuestas.
Sea como fuere, esas son las tropas con las que debemos
salir adelante y nadie puede decidir por ellas. Ya lo dijo Chesterton, “la
democracia es como sonarse: aunque sea mal, cada cual debe hacerlo por sí
mismo”.
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