sábado, 25 de junio de 2016

“Qué dirá el Santo Padre…

Por Carlos Gabetta (*)
...Que vive en Roma, que le están degollando a sus palomas”. Así cantó Violeta Parra en homenaje a Julián Grimau, unos de los tantos torturados y fusilados por el franquismo, con el apoyo de la Iglesia española y el Vaticano.

El papa Francesco I (Bergoglio, por estos pagos), se preocupa en cambio por sus palomas argentinas, aunque no corran peligro de degüello sino de oprobio y, en el peor de los casos, de cárcel. 

No es necesario reseñar la escandalosa suma de alegres, amistosas recepciones —varias de ellas reiteradas— a peronistas “K”, empezando por Cristina Kirchner y la inefable Hebe de Bonafini. Comparada con la cara de parte donde termina la espalda con que recibió al presidente Macri, entre otros gestos como el rechazo a la donación que éste había dispuesto para la Fundación Pontificia Scholas Occurrentes, la conclusión es una clara injerencia en la política argentina.

Ocurre que Bergoglio es argentino y peronista; es decir un populista de pura cepa y tradición, razón por la que fue elegido jefe de la Iglesia Católica, tal como se anticipó en esta columna: “(…) no habría que asombrarse si su sucesor (de Benedicto XVI) resulta un populista al uso (…) El oficio de la Iglesia es sobrevivir a cualquier período de la historia (¿remember la “neutralidad” de Pío XII  durante el nazismo y el Holocausto?), manteniendo su influencia espiritual y material. Acumulando poder, en suma. Fue un gran señorío feudal en el medievo, una monarquía en disputas, guerras y alianzas con las demás luego, y ahora es un Estado de opereta y una gran multinacional económica y financiera” (PERFIL, 3-3-13).

Y también ocurre que el futuro planetario que hoy se avizora es populista. Allí están los Trump, Le Pen, Farage, Hofer y varios otros en los países centrales, que si no gobiernan hoy gobernarán mañana, vista la crisis estructural capitalista, los reiterados fracasos del liberalismo y la conversión liberal o la atonía de la socialdemocracia en todo el mundo. Todos populistas de extrema derecha; “Guardias de Hierro” como Bergoglio. Y puesto que a los populismos latinoamericanos les está yendo mal, se trata de operar para ayudarlos a pasar el mal rato, porque pronto será otra vez la hora.

Como buen populista, el Papa Bergoglio habla mucho, pero hacer, hace muy poco, o nada. Por ejemplo, ya que rechazó la donación para Scholas, podría poner fin a los sueldos que paga el Estado argentino a obispos y sacerdotes; a las subvenciones a escuelas católicas privadas (mil millones de pesos en 2006 sólo a las 4.300 de la provincia de Buenos Aires); al dinero que el Estado transfiere a distintas instituciones ligadas a la Iglesia; a las exenciones impositivas y a tantos otros privilegios. Podría —y debería— hacerlo exigiendo y supervisando que ese dinero se utilizara “para los pobres”, católicos o no.

Esto podría practicarlo en todos los países donde la Iglesia Católica es influyente. Tiene con qué: “El Vaticano posee un cuarto de los edificios que se encuentran en el centro de Roma. Sólo en 2006, añadió a su inventario inmobiliario 8 mil propiedades heredadas. (…) un cálculo aproximado del valor de la totalidad de inmuebles que posee la Iglesia supera los 6 mil millones de dólares. Sin embargo, las propiedades en la capital italiana valen apenas unos pocos millones de dólares, porque la última vez que se valuaron fue en 1929. (…) la Basílica de San Pedro tiene en los libros de la Santa Sede un valor de aproximadamente… un dólar”.

Trate el lector de hacerse una idea del valor de las propiedades de la Iglesia en el mundo —y en Argentina— por no hablar de sus bancos, hoteles de lujo y andamais (http://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/09/130912_cultura_propiedades_millonarias_iglesias_papa_francisco).

“Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo”, apostrofó Jesús a Marcos.

Predicar con el ejemplo; de eso se trata, ¿no?

(*) Periodista y escritor

© Perfil

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