Por Carlos Gabetta (*) |
...Que vive en Roma, que le están degollando a sus palomas”.
Así cantó Violeta Parra en homenaje a Julián Grimau, unos de los tantos
torturados y fusilados por el franquismo, con el apoyo de la Iglesia española y
el Vaticano.
El papa Francesco I (Bergoglio, por estos pagos), se
preocupa en cambio por sus palomas argentinas, aunque no corran peligro de
degüello sino de oprobio y, en el peor de los casos, de cárcel.
No es necesario
reseñar la escandalosa suma de alegres, amistosas recepciones —varias de ellas reiteradas—
a peronistas “K”, empezando por Cristina Kirchner y la inefable Hebe de
Bonafini. Comparada con la cara de parte donde termina la espalda con que
recibió al presidente Macri, entre otros gestos como el rechazo a la donación
que éste había dispuesto para la Fundación Pontificia Scholas Occurrentes, la
conclusión es una clara injerencia en la política argentina.
Ocurre que Bergoglio es argentino y peronista; es decir un
populista de pura cepa y tradición, razón por la que fue elegido jefe de la
Iglesia Católica, tal como se anticipó en esta columna: “(…) no habría que
asombrarse si su sucesor (de Benedicto XVI) resulta un populista al uso (…) El
oficio de la Iglesia es sobrevivir a cualquier período de la historia
(¿remember la “neutralidad” de Pío XII
durante el nazismo y el Holocausto?), manteniendo su influencia
espiritual y material. Acumulando poder, en suma. Fue un gran señorío feudal en
el medievo, una monarquía en disputas, guerras y alianzas con las demás luego,
y ahora es un Estado de opereta y una gran multinacional económica y
financiera” (PERFIL, 3-3-13).
Y también ocurre que el futuro planetario que hoy se avizora
es populista. Allí están los Trump, Le Pen, Farage, Hofer y varios otros en los
países centrales, que si no gobiernan hoy gobernarán mañana, vista la crisis
estructural capitalista, los reiterados fracasos del liberalismo y la
conversión liberal o la atonía de la socialdemocracia en todo el mundo. Todos
populistas de extrema derecha; “Guardias de Hierro” como Bergoglio. Y puesto
que a los populismos latinoamericanos les está yendo mal, se trata de operar
para ayudarlos a pasar el mal rato, porque pronto será otra vez la hora.
Como buen populista, el Papa Bergoglio habla mucho, pero
hacer, hace muy poco, o nada. Por ejemplo, ya que rechazó la donación para
Scholas, podría poner fin a los sueldos que paga el Estado argentino a obispos
y sacerdotes; a las subvenciones a escuelas católicas privadas (mil millones de
pesos en 2006 sólo a las 4.300 de la provincia de Buenos Aires); al dinero que
el Estado transfiere a distintas instituciones ligadas a la Iglesia; a las
exenciones impositivas y a tantos otros privilegios. Podría —y debería— hacerlo
exigiendo y supervisando que ese dinero se utilizara “para los pobres”,
católicos o no.
Esto podría practicarlo en todos los países donde la Iglesia
Católica es influyente. Tiene con qué: “El Vaticano posee un cuarto de los
edificios que se encuentran en el centro de Roma. Sólo en 2006, añadió a su
inventario inmobiliario 8 mil propiedades heredadas. (…) un cálculo aproximado
del valor de la totalidad de inmuebles que posee la Iglesia supera los 6 mil
millones de dólares. Sin embargo, las propiedades en la capital italiana valen
apenas unos pocos millones de dólares, porque la última vez que se valuaron fue
en 1929. (…) la Basílica de San Pedro tiene en los libros de la Santa Sede un
valor de aproximadamente… un dólar”.
Trate el lector de hacerse una idea del valor de las
propiedades de la Iglesia en el mundo —y en Argentina— por no hablar de sus bancos,
hoteles de lujo y andamais (http://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/09/130912_cultura_propiedades_millonarias_iglesias_papa_francisco).
“Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo
a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo”, apostrofó Jesús a Marcos.
Predicar con el ejemplo; de eso se trata, ¿no?
(*) Periodista y escritor
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