Por Gregorio A. Caro Figueroa |
“Todo silenciamiento
de la discusión supone a infalibilidad”
(John Stuart Mill, 1859)
“Librea: Uniforme compuesto por levita con
chaleco y pantalón, corto hasta la rodilla, y medias; lo usan mayordomos y
otros criados en ciertos actos oficiales y en ocasiones especiales”.
No parece excesivo sostener que la libertad como problema y
las libertades individuales como práctica estuvieron, y aún siguen
estando, excluidas de nuestras
reflexiones y ausentes en nuestra agenda de preocupaciones. Si, en nombre del orden y la Patria, la derecha la desalojó de nuestra práctica y valores; el
populismo la subordinó a la comunidad
organizada y la izquierda la suplantó por la liberación nacional.
Estamos frente a tres vertientes convergen y coinciden en su
común resentimiento contra la libertad y comparten un “desapego cínico hacia la
libertad” (Bernanos). Por caminos diferentes coinciden, además, en su defensa de
la idolatría del Estado y de la omnipotencia del gobierno.
Paradójicamente, a su turno, cada una de esas tres vertientes experimentó la
negación de la libertad en carne propia, infligiéndose recíprocos agravios y
heridas.
Esta ausencia explica que, en Salta, el ejercicio de la
libertad de prensa – salvo breves y excepcionales periodos- haya estado, y siga
estando, sometida al recelo, a la indiferencia, a la manipulación, a un
encubierto o abierto control gubernamental o a su lisa y llana supresión. La
prensa escrita en Salta padeció la aplicación de todas estas modalidades, a lo
largo de los 180 años que corren desde la aparición del primer periódico
mensual en 1824 hasta hoy.
Diarios silenciados
en Salta
Por sus críticas al gobierno de entonces “El Diario Popular”
(1885), primer cotidiano salteño dirigido por el español Ramón Cañaveras,
exiliado en la Argentina por defender a la Primera República Española, terminó
su corta vida cuando la imprenta fue asaltada y empastelada por orden de un
gobernador que convirtió en papel mojado la Ley de Imprenta consagraba “la
libertad de prensa ilimitada” en la provincia.
En Salta, un artículo que contrariaba propagandas y hechos
de la familia Uriburu fue arrancado de las formas del periódico “La Situación”,
momentos antes de publicarse, por orden de Don José Uriburu, aduciendo “…por
única razón el pertenecer la imprenta a la familia”. Durante la gestión del
Gobernador Güemes, la imprenta de “El Diario Popular”, que en el ‘80 sirviera
para sostener la candidatura de Roca, y en 1886 la de Juárez Celman para la
presidencia y la de Martín G. Güemes para la gobernación, fue mandada
empastelar por el propio Gobernador aduciendo haberse vuelto opositora. Y en
1903, en la misma Salta, “La Democracia” fue empastelada por los socios del
Club 20 de Febrero con motivo de una nota publicada haciendo referencia a dicho
club”, dice Eduardo Saguier en su libro “Genealogía de la Tragedia Argentina”.
Tomo-V “Perversiones institucionales y fracaso de un orden
nacional-republicano” (Argentina, 1880-1912), en el capítulo sobre el
empastelamiento de imprentas y chantajes en el periodismo.
Sesenta y tantos años después, pretextando una “campaña
antiargentina” y una prédica “extranjerizante”, el 29 de diciembre de 1949 el
gobierno de Perón clausuró y luego expropió a “El Intransigente” de Salta,
junto a otros diarios opositores del país. Esa clausura se produjo cuatro meses
después de la aparición del primer número del diario “El Tribuno”, propiedad
del Partido Peronista que, de ese modo, vio despejado el camino al ser
eliminado “El Intransigente” no solo como opositor sino como competidor. La libertad
de prensa era tenida entonces por “una superstición liberal y colonial” y los
diarios opositores por “enemigos del país”.
En la sesión de la Cámara de Diputados de Salta del 10 de
junio de 1951, cuando se trató el proyecto de expropiación de las máquinas y
talleres de “El Intransigente” el principal vocero de la bancada del Partido
Peronista justificó ese atropello acusando a David Michel Torino, su director y
propietario, de “vendepatria” y de cómplice dispuesto “a tomar las armas bajo
bandera extranjera para atacarnos”.
Como si esta acusación no fuera suficiente, ese diputado
peronista redobló su ataque contra Michel Torino afirmando que “no debería
estar en la Cárcel Modelo donde se encuentra, sino cinco metros bajo tierra, y
debió haber terminad sus días frente a un pelotón de soldados que le hubieran
reventado el pecho a tiros” (sic).
En 1951 ese gobierno encarceló durante más de tres años a
David Michel Torino, director del diario que, desde enero de 1950 hasta octubre
de 1955, circuló clandestinamente en copias mimeografiada. Cuatro meses antes
de la clausura, comenzó a circular el diario que fue órgano oficial del Partido
Peronista de Salta, confiscado en 1955 tras el derrocamiento de Perón y luego
subastado.
El 8 de junio de 2004 en una sesión pública del Concejo
Deliberante de la Ciudad de Salta, con motivo del Día del Periodista, recordé
que en mi libro “Historia de la Gente Decente en el Norte Argentino” (1970,
página 170) justificaba aquella clausura de “El Intransigente”.
Al hablar en esa reciente sesión dije: “Como no tengo miedo
a rectificarme y decir que he aprendido algo de la dura experiencia argentina,
creo que esa clausura fue nefasta, como también lo fueron las confiscaciones y
el retiro de personerías jurídicas a organizaciones no gubernamentales. Esa
clausura permitió que prosperara una prensa oficialista complaciente que ahogó
a la oposición, cerró los caminos de la oposición legal y los del disenso
legítimo y reabrió los del golpismo y la violencia”.
A aquella mordaza siguió,
a partir de 1955, la que se impuso al peronismo perseguido y proscrito. Los que
padecieron hasta entonces la censura pasaron a ejercerla y el sector político
que la practicó durante una década, comenzó a sufrirla. Mientras reaparecían
las ediciones normales de “El Intransigente”, el peronismo silenciado recurría
a hojas clandestinas impresas en mimeógrafos. Entre 1958 y 1962 aparecieron en
Salta algunos precarios impresos. Recuerdo dos: “Lealtad” y “Resistencia
civil”.
Las otras formas de
censura
Aquella intolerancia, que hunde sus raíces en las guerras
civiles del siglo XIX y que se prolonga en las pugnas ideológicas de los ’60 y
la violencia terrorista de los ‘70, asumió rasgos autoritarios durante los
sucesivos gobiernos de facto pero adquirió formas brutales durante la dictadura
del Proceso (1976–1983).
En provincias como Salta, esa tradición se adaptó a los
tiempos pero sin alterar la matriz. Los rasgos más acentuados y abiertos de la
censura y la manipulación de los medios de comunicación, por parte del poder,
no desaparecieron: encontraron modalidades diferentes, extra legales e
incruentas.
La transición a la democracia coincidió con el comienzo la
irrupción de la sociedad de la información, que llegó de la mano de las nuevas
tecnologías de la información. La multiplicación de la masa de información, la
aceleración de la velocidad de su trasmisión, la expansión de su propagación
geográfica, el libre tejido de redes, la explosión de los medios y del acceso a
los mismos, está provocando la mayor remodelación de las relaciones sociales
y un cambio de paradigma del mundo.
La enorme contradicción es que, en nuestro caso, este
fenómeno se da dentro de una situación local signada por la supervivencia un
régimen de caciquismo que refuerza su poder mediante la abolición del derecho a
informar y ser informados, el control de la información y de los medios de
comunicación, la presión sobre éstos a través de reparto de fondos para
publicidad oficial, la manipulación de la información, el silenciamiento de la
crítica, la exclusión organizada en “listas negras”, la desinformación y la
sustitución de la publicidad y transparencia de los actos de gobierno por una
propaganda empeñada en disfrazar la pobreza de abundancia y la desesperación de
“rebosante optimismo”.
Resulta paradójico que ahora, habiendo tantos medios de
comunicación en Salta, como nunca antes en su historia, el acceso a la
información padezca del estrechamiento, de las limitaciones y del
constreñimiento impuesto por el poder. Sólo en la capital de la provincia, se editan más de veinte publicaciones
periódicas, unas diarias, otras semanales y algunas mensuales.
Muchos medios, poco pluralismo
A ello se suman emisoras FM, televisión por cables y el
acceso a Internet a través de computadoras personales y de miles de cyber. Sin
embargo, y salvo honrosas excepciones, esa diversidad de medios no se traduce
en pluralismo sino que, por el contrario, está siendo organizada para reforzar
la uniformidad oficial.
Esta proliferación de medios gráficos está acompañada por un
decrecimiento de la cantidad de lectores de periódicos, que supera la media
nacional. También coincide con la pérdida de calidad y de credibilidad de esos
medios, por la casi total dependencia de la mayoría de los mismos del gobierno,
por la impuesta abolición del pluralismo y el disenso y por los altos niveles de
autocensura y censura que rige en la casi totalidad de esos medios.
Las tijeras de podar y las “listas negras” son las
herramientas de mayor uso en las mesas de redacción. Desinformación y censura
se cortan con la misma tijera. Ya no hacen falta los expeditivos métodos de las
dictaduras: el cheque oficial es persuasivo, sedante y contundente.
Aunque generadas y
alimentadas desde el poder, tales prácticas son reproducidas a escala y son
imitadas, más allá de la esfera oficial. Como un virus, amenaza con atacar a
todo el organismo social y con corroer el oficio. El periodismo deja de ser un
ejercicio de la libertad social, se hace venal, cortesano y, vestido de librea,
reduce a escombros la dignidad del oficio.
Resulta necesario buscar explicar y comprender este fenómeno
desde su raíz histórica y estructural, yendo más allá del estrecho espacio
local y también más lejos cuestionamiento político y de la mera condena moral.
Si, como señalé en “El clientelismo en Salta” (2004) las
relaciones clientelares se apoyan en el uso político del miedo, las
constricciones al periodismo y la degradación de su ejercicio, tienen un
sustento parecido. Nuestra pertenencia al mundo de la cultura andina hace que
participemos no sólo de su buen legado sino también de sus lacras.
Corrupción, cinismo y
arribismo
Para iniciar la búsqueda de esa comprensión, me parece
pertinente recordar lo que Mario Vargas Llosa explica en su libro “El pez en el
agua”, (Seix Barral, 1993. p. 317): “El Perú es una prueba, más bien, de lo
frágil que es la clase intelectual y la facilidad con que, la falta de
oportunidades, inseguridad, escasez de medios de trabajo, ausencia de un status
social y también la impotencia para ejercer una efectiva influencia, la vuelven
vulnerable a la corrupción, al cinismo y al arribismo”.
Concluyo con Bernanos: "La peor amenaza para la
libertad no es que nos la dejemos tomar -pues el que se la ha dejado robar
siempre puede reconquistarla- sino que se desaprenda a amarla o que ya no se la
comprenda". La tarea que tenemos por delante es pasar, con
responsabilidad, sin estridencias, de un periodismo con librea a un periodismo
limpio y libre.-
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