Por Nicolás José
Isola
(desde Brasil)
La experiencia del fútbol es vivida de formas diversas,
ligadas a los contextos histórico-culturales de cada país. En Brasil, el fútbol
de la verdeamarelha se palpita de un
modo más moderado que el de los clubes. Se acepta que la selección juega mal,
pero esa crítica se agota rápidamente para pasar a otro tema.
En la Argentina, el nerviosismo frente a la vida y el
deporte conforma un retazo de la acuarela compleja de los modos como se habita
lo público. Creemos que en las victorias se nos juega la vida y las hacemos
depender de mitos personales. Por eso ante las derrotas, como en un circo
romano, buscamos culpables con fruición: alguien tiene que pagar con la autoría
de la desdicha del pueblo. Lo que pasa en una cancha involucra nuestra identidad.
Es el todo o nada de un triunfalismo que festeja hasta los fraudes del juego y
que a ellos les da un tono divino.
Ni bien se pateó el último penal, lo primero que hizo Messi
fue quitarse el brazalete de capitán. Todo un gesto de aquel niño adolescente
que dejó la Argentina con el sueño de jugar para la selección. Ese chico de
trece años que se infiltraba en la soledad de su habitación el cuádriceps cada
día en una pierna distinta sin ninguna certeza de llegar a ser profesional.
Ayer ese hombre que sonríe a cada rato en la cancha, dijo
que ya no da más. Al petiso al que ninguna tirada de camiseta lo frenaba, lo
ensordeció una presión social constante e insoportable. Diez años siendo
discutido: que no canta el himno, que no tiene personalidad, que en las finales
arruga, que en el Barça?
Messi sufrió una marca personal de la sociedad que Neymar
jamás sufrirá. Intentaron hacerlo pelear con Cristiano Ronaldo hasta el
hartazgo. Maradona lo buscó hasta el agotamiento con sus declaraciones sucias.
Messi, ese N°10 que nunca busca las cámaras, que habla poco
y que jamás insulta quizá sea demasiado moderno para este país primitivo que adora
la controversia infecunda y que consume como droga los caudillismos redentores
y pedantes.
Una cultura voraz se fagocitó a un artista, a un
prestidigitador de la pelota. El rey del Olimpo del fútbol no quería tener su
propia Iglesia, ni ser venerado como un semidiós.
Llora maldito, maldito Messi... sólo querías divertirte como
un niño, sólo querías jugar a la pelota.
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