Por Manuel Vicent |
Creen algunos que alcanzar un sueño significa satisfacer un
deseo imposible o llegar a una meta que siempre parece alejarse y para
conseguir este propósito los más osados están dispuestos a cualquier heroísmo o
villanía; en cambio, otros piensan que alcanzar un sueño solo significa dormir
y los más simples se limitan a contar ovejas con la luz apagada.
Dormir parece una empresa muy poco arriesgada, pero puede
que el insomne con los ojos abiertos en la oscuridad se vea obligado también a
realizar grandes hazañas imaginarias, que no desmerecen a las que realizan en
la práctica los héroes o los villanos para conquistar un ideal.
Con la cabeza en la almohada cada insomne afronta con una
estrategia distinta la dura travesía de la noche.
Unos se ponen nostálgicos y remontan el río de la memoria
hasta la infancia donde se sienten inexpugnables recreando el olor de aquel
desván, el sabor de la mermelada de la abuela, los juegos en las tardes de
verano, o el placer de las primeras caricias en la playa. El nombre olvidado de
aquella niña impide conciliar el sueño y uno se da otra vuelta en la cama para
ver si encuentra su rostro al otro lado de la oscuridad. Recordar su nombre es
toda una proeza.
Otros insomnes se
ponen metafísicos y se entretienen tejiendo y destejiendo las múltiples
variaciones del azar que han conformado su vida; se preguntan qué habría pasado
si aquel determinado día hubiera estado en otro lugar y comienzan a rehacer su
destino a la medida de los deseos.
Otros se ponen guerreros y convierten el insomnio en un
baluarte para atacar a sus enemigos o se erigen en héroes galácticos, en vengadores
de la injusticia, en artistas famosos, en creadores.
Otros se inventan una gran historia de amor y en el momento
en que la amada va a entregarse, por fin se quedan dormidos. Son hazañas que
siempre suceden en la cama.
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