Por James Neilson |
Exageran quienes nos dicen que una imagen vale más que mil
palabras, pero no cabe duda de que, debidamente filmados, aquellos espectáculos
hollywoodenses que fueron protagonizados por una serie de prohombres
kirchneristas han tenido un impacto llamativamente mayor que las denuncias
elocuentes que a través de los años formularon políticos opositores,
periodistas e intelectuales.
Para convencer a la mayoría de que durante años el
país fue una zona liberada para una banda de ladrones que podían saquearlo con
impunidad, fue necesario llenar las pantallas televisivas de imágenes de
sujetos como Lázaro Báez, José López e Ibar Pérez Corradi, con cascos y
chalecos antibalas para que sus amigos no los ultimaran, o jóvenes eufóricos
que contaban montones de dólares en una cueva del barrio favorito de la
nomenclatura K.
Una vez trasladado el drama político del terreno meramente
verbal al pictórico, el kirchnerismo comenzó a licuarse como una medusa
expuesta al sol. Gobernadores, senadores, diputados, intelectuales orgánicos y
“artistas” célebres por su fervor están manifestando su asombro por lo que
ocurría bajo sus narices. Como corresponde, a muchos les han impresionado más
los pormenores estéticos que los meramente legales. Arrojar una donación
multimillonaria de dólares y euros por encima del muro de un monasterio, para que
las monjas orantes y penitentes que vivían en él se hicieran cargo del regalo,
les pareció tan “grotesco” que lo encontraban inaceptable. Se entiende: robar
plata es una cosa, procurar huir con el botín de manera tan ridícula es otra.
En su libro de 1988, “El conocimiento inútil”, Jean-François
Revel analizó los extraños mecanismos mentales que permitieron que una
generación de intelectuales galos pasara por alto detalles como el asesinato de
decenas de millones de personas por el comunismo, tratándolos como anecdóticos
de suerte que sería absurdo suponer que descalificaban lo que para tantos era una
idea genial. Desde hace algunos meses, pensadores, periodistas, políticos y
empresarios locales están tratando de hacer con el relato kirchnerista lo mismo
que hizo Revel con el espejismo marxista. ¿Cómo fue posible, se preguntan, que
lo tomaron en serio tantas personas presuntamente listas?
La mayoría da por descontado que, merced a los episodios
recientes, dicho relato ha quedado irremediablemente desprestigiado. Puede que
esté en lo cierto, pero es de prever que, tarde o temprano, los buscadores de
alternativas más emocionantes que las reivindicadas por tecnócratas grises se
dejen engañar por una nueva versión del género; si la historia de nuestra
especie nos ha enseñado algo, es que no hay límites a la credulidad de los
deseosos de reemplazar el mundo que les ha tocado por otro que tal vez no sea
mejor pero que sería claramente distinto.
Con todo, está en vías de consolidarse el consenso de que el
régimen kirchnerista logró llevar la corrupción a una etapa superior. Para
Néstor, Cristina y quienes subieron a su carro triunfal, no se trataba de
ahorrarse disgustos tolerando la rapiña del chiquitaje sino de instalar un
sistema que serviría para que la familia gobernante se apropiara de una
proporción notable de la riqueza del país. Iban por todo. Nacionalizaron el
pillaje. Por ser ellos mismos corruptos, no pudieron oponerse a que sus
subordinados procuraran emularlos y, de todos modos, entendieron que les convenía
que todos se sintieran culpables.
Lo confesaron aquellos empresarios que, para sobrevivir,
colaboraron con los ladrones, pagándoles las comisiones exigidas: dice Héctor
Méndez, un representante destacado de la cofradía, que “A la obra pública la
llamaban Movicom porque iba con el 15 adelante. Cada empresario tiene que hacer
una mea culpa. Yo también he sido cómplice”. Lo mismo que los militares y los
terroristas, los kirchneristas hicieron de la complicidad un aglutinante muy
fuerte.
Como suele suceder luego de la caída en desgracia de un
régimen corrupto, el país ha entrado en una fase moralizadora. Personas que
ayer nomás nos aseguraban que, algunas manchas aparte, el proyecto kirchnerista
era muy bueno, están alejándose de él so pretexto de que nunca habían imaginado
que los jefes pudieran ser tan voraces. Como señalan sus adversarios, no es
concebible que hombres del riñón del movimiento K como Lázaro y José López
adquiriesen fortunas inmensas sin que sus jefes, Néstor y Cristina, se
enteraran de que a su alrededor sucedía algo bastante raro. Un tanto
tardíamente, muchos políticos que los habían apoyado, votando como autómatas a
favor de proyectos de ley aberrantes, han llegado a la misma conclusión.
¿Reaccionarían de tal forma los referentes peronistas que
están pronunciando discursos fúnebres sobre lo que toman por el cadáver de la
ilusión kirchnerista si creyeran que podría levantarse de la tumba que le han
cavado? Es poco probable. En su parte del mundillo político, la ética se ve
firmemente subordinada al poder. Siempre y cuando resultara ser de su interés
mirar para otro lado, seguirían atribuyendo las denuncias, por verosímiles que
fueran, a la malicia opositora, pero en cuanto les parezca que solidarizarse
con los corruptos les supondría problemas ingratos, suman sus voces al coro de
quienes reclaman justicia ya.
Pues bien: dejar atrás una época signada por la corrupción
sistémica no será del todo sencillo. De aplicar la ley con severidad justiciera
como muchos están pidiendo, medio país -empresarios como Méndez, jueces
tortuguescos, punteros barriales, luchadores sociales, militantes humildes,
panfletistas a sueldo y así, largamente por el estilo- quedaría entre rejas. Lo
normal es castigar a un puñado de “emblemáticos”, concentrándose en aquellos
procedentes del liberalismo, y perdonar por sí acaso a quienes cuentan con
apoyo político, pero a la luz del clima predominante, tal opción plantearía
demasiados problemas. Por cierto, un operativo mani pulite que no incluyera
entre los procesados a Cristina y los integrantes más notorios de su entorno
sería contraproducente. Al reducirse cada vez más el poder político omnímodo al
que se habían acostumbrado, les viene la noche.
Mientras tanto, el presidente Mauricio Macri y sus adláteres
están observando los acontecimientos con una mezcla de cautela y regodeo:
cautela, porque no les gusta verse acusados de persecución ideológica; regodeo
porque el naufragio K y las tormentas que está ocasionando en el peronismo
distraen la atención de buena parte de la ciudadanía del ajuste doloroso que
está en marcha. También saben que, por ser la Argentina un país en que muchos
suponen que el capitalismo liberal es intrínsecamente perverso, ellos mismos
corren con desventaja. Aquí, es borrosa la frontera entre la corrupción y las
maniobras legítimas pero así y todo desagradables de adinerados para defender
su patrimonio. El asunto de los papeles panameños ha perjudicado mucho a los
oficialistas al brindar a sus enemigos lo que necesitan para intentar mostrar
que, en el fondo, Macri es tan deshonesto como los santacruceños.
El sesgo anti-empresario que es típico de la cultura
sociopolítica nacional, combinado con la tradición resumida en la consigna
supuestamente jocosa “roba pero hace”, está en la raíz de la decadencia económica
de la Argentina. Desde mediados del siglo XIX, el progreso económico ha sido
imposible sin un empresariado vigoroso que confíe en lo que está haciendo y no
tema competir con sus equivalentes de otras latitudes.
Las prioridades de los corruptos que se llenan la boca
hablando de justicia social, inclusión y otras cosas buenas no son las de
quienes quisieran privilegiar el bien común; cuando el gobierno mismo hace de
sus propios negocios su razón de ser, el Estado no tarda en transformarse en
una sanguijuela gigantesca e insaciable que termina dejando exangüe al resto de
la sociedad. Además de privar al país de una cantidad fenomenal de recursos
materiales, la banda de los K estimuló actitudes que harán aún más ardua una
eventual recuperación. De todas las batallas que los macristas tendrán que
librar, la cultural es la que más importa.
A esta altura, todos saben bastante bien lo que sucedió en
el curso de los más de doce años ganados por el kirchnerismo, pero la realidad
pictórica, la de las imágenes, no es la misma que la legal que depende de las
palabras. Así, pues, el destino próximo de Cristina, Máximo, Julio De Vido,
Aníbal Fernández y otros se verá decidido por lo que digan, en el caso de que
hablen, Báez, López y Pérez Corradi. De “arrepentirse” tales presos, podrían
completar el cuadro que buena parte del país ya tiene en la cabeza, lo que
sería una pésima noticia para lo que el amigo de las monjas llama la
superioridad. Aunque, por motivos que es de suponer son altruistas, los
políticos han impedido que la corrupción sea considerada tan grave como el
lavado de dinero, el narcotráfico o el terrorismo post-1983, parecería que la
cópula kirchnerista no ha sido ajena a tales modalidades delictivas, de manera
que, si lo creen conveniente, los magistrados que entienden en las causas que
están proliferando deberían estar en condiciones de presionarlos para que nos
digan lo mucho que saben acerca del sistema creado por el clan K.
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