Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Luego de que mi psicóloga, algunos exjefes, amigos y
familiares me pidieran que bajara un cambio, que mida mis palabras y que
tuviera cuidado con quién me metía, llegué a un par de conclusiones. Primero,
que el hecho de que mi abogado fuera el único que me dijera “dale para
adelante” obedece a que pretende vivir de mis derrapes bajo la falsa premisa de
suponer que los periodistas tenemos algún dejo de poder adquisitivo. Segundo,
que en este ispa definitivamente son mayoría los que creen que la mejor forma de
no tener problemas es no laburar.
En ese orden de cosas, nunca en la vida debería haber
escrito la primera nota sobre el juez federal Sebastián Casanello, esa que
publiqué el mismo día que la causa del Lázarogate cayó en la cueva militante
del cuarto piso de Comodoro Py 2002, en abril de 2013. Sí, han transcurrido
tres años y dos meses y todavía hay quien recuerda esa nota como “una muestra
de mi personalidad conflictiva” y no como lo que fue: tan sólo el relato de
cómo funciona un juzgado con secretarios provenientes de La Cámpora.
Siguiendo con la buena onda, está claro que tampoco debería
haber contado la vergüenza de lo que son los exámenes de ingreso y permanencia
dentro del Ministerio Público Fiscal, esos en los que preguntaban a los aspirantes
a conservar sus laburos temas tan trascendentales para tomar denuncias como
cuáles fueron las causas del colapso del neoliberalismo, la lucha entre
colonizadores y desplazados en el siglo XVI y los nuevos paradigmas sociales
instaurados desde 2003. Tampoco correspondió que afirmara que toda la runfla
que Alejandra Gils Carbó designó al frente de la Unidad Fiscal AMIA que estuvo
a cargo de Alberto Nisman, forman parte de ese colectivo exclusivo y excluyente
denominado Justicia Legítima. Nota que me trajo más dolores de cabezas que las
lecturas que tuvo y que, a la fecha, también se anota en mi curriculum de
persona conflictiva. Por ello, no da que cuente que en la UFI AMIA hoy tienen
marginado a todo el personal que formó parte del equipo del suicidado fiscal,
ni que llevaron el personal de 43 empleados a 70 gracias al cupo de camporistas
del riñón de Julián Álvarez, ni mucho menos que hostigan a los que quedaron,
como a una secretaria a la que tienen sin funciones desde hace un año y medio,
o la chica a la que le quitaron un cargo retroactivamente y que en su último
recibo de sueldo cobró 1.400 pesos.
Obviamente, en el último tiempo –después de meses de
portarme bien– volvió el mote de bardero gracias a que tuve el tupé de
defenderme de una catarata verborreica de un diputado que se enojó por una nota
que tiene casi seis años. Once horas de hostigamiento, llamadas de su equipo a
cuanto periodista se solidarizara para seguir carpeteándome, intentos de
salpicarme en mi laburo con el claro fin de que me dieran un voleo en el orto,
y algunas amenazas de muerte mediante, no faltó el colega que dijera que me lo
busqué. Por conflictivo. Porque parece que cumplir con el laburo es pasearse de
minifalda por la segunda bandeja de La Bombonera. Por suerte, fueron los menos.
Increíblemente, a tres años de la nota contra Casanello,
seis de la nota en la que mencioné al pasar a Vera, uno de la nota sobre la UFI
AMIA y a tan sólo un mes del quilombo con la mucama ad-hoc de Su Santidad, me
encuentro con el diputado gestionando el encuentro del juez federal con el Jefe
de Estado de otro país mientras la Procuradora ya pide pista para viajar a
Roma. Todo muy normal.
Lo curioso es que aquellos que se ponen a armar la listita
del súper con el laburo ajeno se olvidaron de mencionar otros quilombos que
tuve. Como aquella vez que dije que Juan Carlos Fábrega tenía lista la renuncia
al Banco Central y me bombardearon a puteadas sus voceros. Dos días después
aflojaron: Fábrega había renunciado.
Vale aclarar algo: odio practicar periodismo de
investigación. Me resulta engorroso, aburrido y lo más cercano a trabajar en
serio que puede estar un periodista y hay tipos muchos más serios que yo para
llevarlo a cabo con excelentes resultados. Si hubiera querido continuar
investigando cosas, me habría quedado en el Poder Judicial. Que tire datos no
es investigación: me los pasaron, los conocía de antes, los encontré detrás mi
planta de albahaca cuando la regaba, se le cayeron a una vieja en el bondi. No
importa la procedencia, chequeo el dato y, si se trata de una fija, se publica.
Convengamos que decir lo que se tiene a mano no es ningún mérito y a escribir
aprendimos en la primaria. Una agenda y un mínimo de conocimiento de sintaxis
alcanza y sobra para ejercer el periodismo gráfico, aunque algunos genios de
los negocios nos convencieron que hay muchas cosas que estudiar para ser como
los periodistas que admiramos, esos que no pisaron escuela de periodismo
alguna.
El periodismo ha dado lugar a la administración de datos. La
constante reciprocidad del interlocutor gracias a las redes sociales nos da la
pauta de qué se lee, qué no y, en base a ello, tratamos de dilucidar qué puede
garpar. De a poco todos se van convirtiendo en amarillistas: rápido impacto,
mínimo laburo. Y así terminamos discutiendo cuándo le teníamos que tomar
juramento a Gabriela Michetti luego del infarto masivo de Mauricio Macri,
cuando se encontraba reunido con periodistas, en vez de putear por el balance
de cómo se encontraba el Estado al 10 de diciembre de 2015. Pero si a ustedes
les da paja leer 233 carillas de informe, imagínense a un periodista un viernes
a la tarde.
En el debate del huevo y la gallina, mi posición es básica:
si una noticia cae en un bosque y nadie la escucha ¿produce algún ruido? El
poder está en el lector: los periodistas existimos si nos leen, escuchan, ven.
Bastante tenemos con que al vivir de los clicks padezcamos el problemita de que
pocos quieran leer notas a las que acusan estar escritas para voltear al
gobierno nacional, provincial o de la ciudad. Es como si criticar cualquier
cosa fuese un atentado contra un estilo de vida, o como si la administración
del Ejecutivo se tratase de una cooperativa que comparte dividendos entre
simpatizantes. Ayer, sin ir más lejos, se publicó en el boletín oficial de la
provincia de Buenos Aires un decreto al que María Eugenia Vidal le puso el
gancho un día antes. En esa nueva norma figuraba una modificación en la
legislación procesal penal tan gris que muchos abogados –todos, digamos–
dijeron que era una locura y que podía terminar con periodistas sopres por
difundir datos de declaraciones juradas. Bastó que el Secretario General de la
gobernadora dijera en una radio que el decreto fue mal interpretado para que
los simpatizantes de Vidal salieran a cuestionar a quienes aún sostenían lo
contrario a lo manifestado por el Secretario. Una hora después, Vidal decía en
la tevé que modificaría el decreto al que reconoció como un error. Yo apuntaría
los cañones al Secretario General que dejaron en orsai. O es un boludo, o todo
lo contrario y metió el chascarrillo legislativo para ocultar algo.
Sin embargo, nadie nos complica más el laburo que el
kirchnerista promedio cuestionando al gobierno actual. Básicamente porque uno
cierra los ojos, pasea su dedo por el código penal y anexos, y donde frene
encontrará un delito cometido por las gestiones pretéritas. No quedó ni uno por
cometer. Ni uno. Incluso fueron tan creativos que crearon concursos que
creíamos imposibles, como Amado Boudou, a quien investigaban por una cometa y
del que descubren que tiene domicilio en un médano y, cuando lo van a buscar,
que ni siquiera tiene el DNI en regla.
Es muy difícil que un kirchnerista nos inste a que
critiquemos la compra de gas a Chile por parte de Aranguren cuando en la
política energética pasamos de la exportación de hidrocarburos a la importación
en menos de dos de los doce años que estuvo Julio De Vido a cargo. Nos embarran
el trabajo. Quiero escribir a cuatro manos que Aranguren tiene menos cintura
que Cabito jugando de enganche, o que es una falta de respeto que argumente que
no pasa nada con tener acciones en Shell porque las decisiones sobre la
petrolera la toman los que reciben órdenes de él. Pero que me lo reclame
cualquiera menos el que banca al ministro más dañino del kirchnerismo.
Y como no levantan la libido de nadie cuando mandan sus
gacetillas, muchos de los bajitos y paquitas de Cristina le mandan cartas
pidiendo que haga algo. Más huérfanos de lo que se sentían cuando convirtieron
a una extraña en la madre intocable, y sin lograr que Máximo tenga un liderazgo
acorde a su tamaño, le mandan cartitas a Cris por Facebook. Al menos son
conscientes de con quien hablan y le cuentan cómo está el país, ya que la Jefa
derrocada por la dictadura de las urnas antipopulares se encuentra incomunicada
ante la carencia de los diarios del Tango 01.
El ex secretario de Planificación Económica Emmanuel Álvarez
Agis se quejó de la situación económica. Es obvio que la única persona que
podía darle bola a cuestionamientos económicos efectuados por quien planificó
la economía del período más recesivo e inflacionario desde 2002 era su Jefa. O
sea: hablamos de la persona menos indicada para emitir cualquier comunicado que
incluya palabras como “transparencia”, “previsión”, “ilegalidad”, “blanqueo” o
cualquier otro vocablo que se aproxime a términos aplicable a la economía.
La cartita le recordó a Cristina momentos legislativos como
cuando se indignó por ver a quienes se alegraron por el proyecto de
privatización de YPF. No, no hacía referencia a la felicidad de ella y su
marido. La expresi, en cambio, nos hizo rememorar que es una burra con ganas de
ostentarlo al hacer el paralelismo de la reparación a jubilados con un Caballo
de Troya “pero que adentro no viene Aquiles”, cuando el buen hombre recibió el
flechazo de París en su talón unos años antes.
Totalmente fuera de tiempo, la Presi cuestionó el ataque a
la libertad de prensa por el polémico artículo 85, cuando ya habían pasado 48
horas del anuncio del gobierno de dar marcha atrás con el mismo. Y para
rematarla, confesó que, “como ex legisladora, y ante una rápida lectura del
proyecto, lo que más llamó mi atención fue la mezcolanza de temas: blanqueo,
jubilados, juicios, cambios de índices de actualización y edades del SIPA,
venta de acciones del FGS, derogación de impuestos progresivos, acuerdos fiscales
con las provincias”. No entendió cómo un proyecto tenía un objetivo, una fuente
de financiamiento y un plan de acción.
Como fiel representante del subgénero político que hemos
dado en llamar “kirchnerismo”, nos corrió del eje. Más allá del detalle de que
Cristina demostró nuevamente que siempre miró la realidad a través de los ojos
de sus chupamedias, hoy tendríamos que estar hablando de si está bien que
blanqueen los que tienen la guita suficiente como para justificar cuentas en el
extranjero, si es un logro haber impedido que se puedan adherir los
funcionarios y gobernadores cuando hubiera sido la oportunidad ideal para
pedirles explicaciones en tribunales por el origen de los fondos, si el
blanqueo puede incluir la dentadura de mi tía Giuseppina o si además de los
fondos caribeños podemos traernos algo de playas como la gente y un poco de
calor para recibirnos de país bananero. En cambio, estamos acá, debatiendo lo
dicho por una mujer a la que, ante cualquier opinión sobre temática
jubilatoria, habría que responderle con un “yo te vi vetar el 82% móvil” y
pasar a otro tema.
El resto es tirar tinta, gastar luz, amortizar teclados,
justificar salarios. Y ni siquiera es para tanto.
Vernedí. Cada vez menos periodistas. Cada vez más meros
administradores de datos.
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