"Ser pesimista es decadente"
Jostein Gaarder: "Ser pesimista significa negar la responsabilidad" |
Por Pilar Gómez Rodríguez
A él le gusta España y a nosotros nos gusta él. Nos gustó a
los periodistas que le entrevistamos en la sede de la editorial Siruela, por su
claridad, paciencia y amabilidad y porque nos dedicó más tiempo del previsto.
A los de Filosofía Hoy
nos gustó en particular porque representa mejor que nadie el intento de llevar
y acercar esta disciplina al gran público sin distinción de ningún tipo.
Ocurrió que llevábamos a la cita algunas preguntas que hicieron los compañeros
y seguro que también ocurrió lo mismo, pero al revés. De modo que hemos pensado
que, para no perder detalle y, con su permiso, estaría bien integrar el
resultado de toda la charla invocando cierto espíritu comunal. Este es el
resultado del turno de preguntas.
-¿Cuál fue el secreto de El mundo de Sofía? ¿Cómo consiguió iniciar o
educar a tantas personas en la disciplina filosófica?
-Creo que fue escrito en un buen momento, en el momento
justo, aunque entonces no lo supiera. Mi mujer, de hecho, me dijo que no
tendría lectores y que no nos supondría ningún ingreso. Era a principios de los
90, se acababa de caer el telón de acero y había muchas nuevas sociedades
abriéndose a nuevos valores, quizá no muy conocidos en ellas como la democracia
o la justicia. El libro se hizo muy popular en los países del este, Rusia, y
hoy en China es un gran bestseller. Cuando cayó el muro, el sindicato noruego
de profesores quería hacer un regalo solidario a Rumanía y se pensó en
medicina, ropa, y al final se decidió enviar un cargamento de este libro porque
lo consideraron “saludable”. Por otro lado, en algunos países occidentales como
España, era el momento de empezar a tratar seriamente con un nuevo laicismo. La
iglesia había dejado de ofrecer respuestas y muchos volvieron sus ojos a la
filosofía, por la que, creo, se siente mucho respeto en Europa, pero había que
dejar de considerarla como algo aburrido, académico, algo que en países como
Alemania había actuado como una barrera frente al interés del gran público;
quizá ese fue el secreto.
-¿El enorme éxito que tuvo con ese libro le ha cambiado? ¿Le ha servido
para aprender algo de él?
-No me ha cambiado a mí personalmente, pero sí ha cambiado
mi vida en un modo físico, económico, práctico... Y también ha cambiado mi
carrera y mis perspectivas como escritor, abriéndome muchas puertas. El mundo
de Sofía se ha traducido a 63 idiomas... Una locura. Gracias a eso he podido
escribir otros libros –alguno que yo considero igual de importante, como El
enigma y el misterio– y que gracias a El
mundo de Sofía también se leen. No sé si se hubieran leído igual de no ser
por él. Con ese libro, además, gané mucho dinero, con el que además de escribir
otro atendiendo al deber y a la preocupación por la ecología, La tierra de Ana, creé una fundación que
concede un premio al mejor proyecto medioambiental.
-Sus libros los leen todos los
públicos. A la hora de escribirlos, ¿se plantea el destinatario? ¿Influye el
tipo de lector en el resultado final de una obra?
-En realidad no es tan distinto escribir para un público o
para otro y antes de empezar a escribir no sé cuál será el destinatario. Sí
creo que mi literatura tiene estratos, capas que hacen que unas cosas sean
entendidas (o mejor entendidas o entendidas de una forma diferente) por las
personas de una edad u otra. Un ejemplo: me dicen que El enigma y el espejo, donde una niña que está muriendo se
encuentra con un ángel, es un libro triste. Y sí, pero mientras los adultos se
centran en esa tristeza hasta el punto de llorar, los niños dicen “vale, pero
eso ya se sabe desde la primera página” y se centran en el hecho de conversar
con un ángel; eso les fascina.
En mi país tenemos que decidir si el libro se imprime para
niños, jóvenes adultos o adultos. Y creo que hay muchas historias que los
adultos se pierden porque no las compran si tienen pinta de ser para niños o
jóvenes. Curiosamente, muchos –quizá la mayoría– lectores de mis libros
escritos para jóvenes sean adultos. Recuerdo una mujer que se acercó para que
le firmara justo ese libro, El enigma y
el espejo, y le pregunté: ¿tienes niños? Y me dijo que no. Era para ella.
También es una forma de fomentar la lectura en familia. Creo que todas las
edades pueden encontrar algo “nutritivo” en el texto. A veces son los niños
quienes lo “pillan” y otras los adultos, no estos siempre y necesariamente. Una
cosa sí tengo clara; no es más fácil escribir para niños que para adultos.
-Teniendo en cuenta ese argumento referido, ¿es la tristeza una
constante en sus obras?
-También es parte de los seres humanos. Sin embargo, mi opinión
personal es que la vida siempre es una alegría y creo que mis obran lo
confirman. Desde niño, yo he tenido la impresión de formar parte de un milagro,
un enigma y un misterio. Mi vida siempre ha sido fantástica, bella, pero,
claro, no durará para siempre. Y eso es triste. Yo estoy de acuerdo con lo que
se escribía en los muros de la Sorbona en mayo del 68 y que decía: “La muerte
es contrarrevolucionaria”. Lo suscribo y también lo suscribe esta colección de
Las tres edades, que viene a decir algo así como que la fantasía al poder,
poder para la fantasía.
-Cree entonces, como Leibniz,
que vivimos en el mejor de los mundos posibles...
-No conozco otros. Pero sí, me preocupa el mundo en que
vivimos y me preocupan muchos asuntos como el cambio climático. Cuando escribí
El mundo de Sofía no hice ninguna referencia al tema, pero es que tampoco la
hay en toda la historia de la filosofía, de modo que cuando lo revisé años
después tuve que escribir otro libro que tratara sobre esa preocupación, La
tierra de Ana. Pero soy optimista. ¿Que por qué? Pues porque no hay opción para
el pesimista. Ser pesimista es decadente. Significa negar la responsabilidad.
Es muy fácil estar sentado, mirar el facebook y decir “vaya, el mundo se va al
carajo”. Pero entre un extremo y otro creo que se encuentra la esperanza; es
una categoría que se combina con la lucha. Decididamente me considero
optimista. Y si fuera pesimista –y si a veces lo soy–, solo se lo diría al oído
a mi mujer y, por supuesto, nunca en público.
-¿Ha leído a su nieto Los mejores amigos?
-Le encantó. A sus cuatro años entiende bien el drama, la
relación con el oso, el accidente... Es una historia de cómo dejamos huella
tanto los adultos como los niños. Se parece a la casa del caracol, que se queda
ahí no solo como un recuerdo, sino como algo más, una vida que ya no existe. La
historia la cuenta el oso y eso es lo que extrañó a mi nieto, que me preguntó:
“¿es posible?”.
-¿Es partidario de hablar con niños abiertamente de sucesos como los
últimos atentados de París?
-Buena pregunta. Se la hizo todo mi país tras el ataque
terrorista, ya que hay ediciones de periódicos para niños y también la
televisión estatal tiene noticias para los más pequeños. El debate planteaba si
esa información se cubría o se ocultaba. Yo creo que, en cierto modo, sí hay
que proteger a los niños, no exponerlos a ciertos detalles, porque hay cosas
que un niño no es capaz de entender. Nosotros tuvimos también nuestro brutal
atentado, un suceso imposible de esconder. No es posible esconder el mal, en
general, y tampoco se trata de eso, sino de entender que cuando hablamos con un
niño, hablamos con un niño. A este respecto diría que todos los buenos libros
para niños son buenos libros para adultos, pero no al revés. Ciertas cosas
pertenecen solo a la vida adulta y creo que los niños deberían ser protegidos
en internet de la violencia y la pornografía porque no tienen la capacidad de
entender ciertos aspectos de ambos mundos.
-A la hora de escribir, ¿tiene en cuenta el formato? ¿Puede este de
alguna manera influir en lo que se escribe?
-Quizá yo esté pasado de moda, pero a mí (y creo que también
a los niños) me gustan los libros, su aspecto físico. Por supuesto que se puede
leer en pantalla, pero, en realidad, tampoco creo que la diferencia sea
significativa. Lo que necesitamos son cuentos, historias, relatos. Los
necesitamos mucho más y mucho antes que cualquier libro o dispositivo y, de
hecho, existían cuando no existía más formato que la tradición oral, con las
peculiaridades de cada país. La misma Biblia fue contada antes de que existiera
una versión escrita. En el mundo de hoy creo que la mejor forma de distribuir y
difundir las historias siguen siendo los libros. Personalmente aún no he leído
una novela entera en una tableta, pero es algo que posiblemente haré en el
futuro.
Un aspecto que me gustaría tocar ahora que hablamos de
pantallas es el hecho de conformar una sociedad de la autopresentación, de la
autopromoción, en la que somos capaces de seguir nuestro facebook con más
interés que el destino de las víctimas del cambio climático o de cualquier otro
desastre. Es muy curioso contemplar a un grupo de turistas interesado solo en
retratarse junto con aquello que visitan. Esta especie de cultura del selfie no
deja de ser más que un tipo de ceguera y los libros pueden ser una vacuna
contra ellas.
-Hacer preguntas ha sido un aspecto vital en su carrera (de hecho, uno
de sus libros se llama Me pregunto y consiste en eso, en enumerar cuestiones).
¿Por qué asuntos recientes no puede dejar de preguntarse?
-Es un buen ejercicio preguntarse por aquello por lo que uno
aún no se ha preguntado. Y en las últimas décadas han surgido diversos
fenómenos: la preocupación por el cambio climáticos, sin duda, y los nuevos
modos de terrorismo, la amenaza para la democracia que ello supone, la opresión
de las mujeres... De alguna manera, considero que están interrelacionados;
hechos como el yihaidismo y la opresión de las mujeres de un modo evidente,
pero también esta última con el cambio climático. Por ejemplo, en África, ellas
son las que tradicionalmente se han encargado de asuntos como el agua, los
cereales, incluso de hacer sombra plantando árboles...
-En la actualidad, en España se ha visto drásticamente reducida la
presencia de la filosofía en las aulas. ¿Cuál cree que es su sitio, la escuela
o una esfera más privada?
-No parece una decisión muy sabia, porque, además, la
filosofía puede resultar muy importante para otras materias, aunque no esté
directamente relacionada con la industria o la economía. Pero no soy un
fanático. Veo alternativas y pienso que la filosofía puede emerger en otras
asignaturas, pues hay implicaciones filosóficas en todas ellas. Lo más importante
es que en la escuela los profesores tengan una educación filosófica. En mi país
no importa que estés estudiando derecho, idiomas o medicina: tienes que aprobar
un examen de filosofía.
-Siempre hay bestsellers sobre historia, psicología, y no tantos sobre
filosofía. ¿Quizá sea por el lenguaje? ¿Debería adecuarse a un público
mayoritario?
-Soy de la opinión de que un pensamiento claro se puede
expresar claramente. Y al revés; si alguien no habla de una forma inteligible,
igual es que no sabe de qué está hablando. El mundo de Sofía también es una
simplificación. De eso me han acusado y a mí me gusta poner este ejemplo: si
haces autostop desde Copenhagen a Roma, alguien para y te dice que va a Milán,
¿qué haces? ¿Dices que no? ¡Súbete! Y ya verás cómo llegas a Roma. Pues igual
este libro es capaz de despertar el interés por Hegel o Kant y hacer que luego
tú quieras continuar, llegar hasta ellos por ti mismo.
Y nunca hay que perder de vista el origen de la filosofía:
un señor llamado Sócrates, preguntando a la gente por la calle sus opiniones
sobre la justicia, por ejemplo, y demostrando que todos podían tener opiniones
valiosas al respecto.
-En la actualidad proliferan diversos formatos que tratan de acercar la
filosofía al gran público por medio del cómics, de tutoriales en youtube o de
cafés filosóficos. ¿Pueden estas iniciativas ser beneficiosas para la filosofía
o contribuyen a bajar el nivel?
-Pues depende. Depende de cómo estén hechos, enfocados.
Personalmente creo que no es imposible contar la historia de la filosofía en
dibujos animados, por ejemplo. Y otro caso: yo cuando enseñaba religión,
empezaba con la historia del mundo, el big bang, la aparición de la vida, la
evolución, el ser humano, un planteamiento histórico... Todo esto me llevaba
unas ocho sesiones, pero creo que se puede contar lo mismo en 10 minutos. Creo
en el valor de lo que llamo la “perspectiva del pájaro”: puedes ver mucho,
mucho más si te alejas, si prescindes de ciertos detalles.
-Volviendo a la relación entre literatura y filosofía, ¿puede esta ser
un cuento?
-Es lo que pretendí al escribir El mundo de Sofía, contar un cuento. Y lo que figura en el
subtítulo, Novela sobre la historia de la filosofía, tiene un estilo un tanto
épico. Pero es que la épica también forma parte de nuestras vidas. Vivir es
pura épica. Confieso que cuando viajo y algún compañero de asiento me reconoce,
quiere hablar conmigo y yo no tengo ganas, lo que hago es preguntarle por su
vida. Y todo el mundo empieza a hablar porque tiene su historia. Vivir es una
cosa muy seria y solo se hace una vez, de modo que a la gente le gusta contar
la historia de su vida, porque la tiene. Todo el mundo la tiene y tú seguro que
también la tienes.
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