jueves, 16 de junio de 2016

El tatuaje de Juliana y la autodestrucción del kirchnerismo

Por Fernando González
Los tatuajes son indelebles. Son para toda la vida. Y esa es una de las mayores dificultades que tiene esa tendencia tan de moda a llenarse el cuerpo de dibujos. Es lo que le está sucediendo a la diputada Juliana Di Tulio, una dirigente respetada aún por quienes están lejos de sus ideas políticas. La paradoja es que Juliana tomó una frase que solía utilizar Cristina Kirchner en el final de su gestión y se la hizo tatuar en la parte posterior del cuello. "No fue magia", dice allí, a la vista de los fotógrafos que se suelen divertir retratando la leyenda para lograr una imagen diferente. 

Juliana nunca supo, o tal vez sí y no le importó, que la frase la había repetido en octubre pasado José López. El hombre de la obra pública K que ha pasado a la frondosa galería del bochorno argentino luego de ser sorprendido tratando de esconder hace dos noches nueve millones de dólares en efectivo y en otras monedas diferentes. La ex presidenta lo había dicho y al ex funcionario que hoy dice estar bajo un brote psicótico le había gustado. Y a Juliana también le había gustado en boca de Cristina. Por eso, terminó en el cuello de la diputada que ahora debe estar maldiciendo aquella idea del tatuaje. Como los novios o los esposos despechados. Porque el kirchnerismo se ha convertido en éso. En un matrimonio que ha estallado en mil pedazos. Los dirigentes que gobernaron 12 años y no participaron de la rapiña sistemática del dinero estatal (el de todos los argentinos, incluidos el de los más pobres) saben que nunca más podrán invocar el nombre de Néstor y Cristina sin que se forme en la cabeza de los ciudadanos la idea del robo. La idea del afano, que es como los argentinos llamamos al robo cuando es ejecutado con descaro y sin vergüenza.

Juliana no va a poder sacarse el tatuaje del "No fue magia". Y muchos dirigentes del kirchnerismo no van a poder elaborar más teorías que exculpen a los jefes del movimiento político que lo tuvo todo para pasar a la historia del desarrollo argentino. La inteligencia y la audacia de Néstor. La formación política y el temperamento de Cristina. La soja a 600 dólares. La endeblez moral del peronismo y el cansancio de una sociedad aterrada por cualquier eventual regreso a los días dramáticos del 2001. Un cansancio que se convirtió en ceguera mientras funcionó el modelo del consumo intensivo, el marketing de la épica y la intolerancia militante. La falta de respuestas de las dirigencias opositoras completaron el combo y las hamburguesas fluyeron durante más de una década aunque todos sabíamos que al final nos iban a indigestar.

Aunque lo descubrieron de madrugada en un convento, José López no es un marciano atacado por el virus de la corrupción. López era el encargado de repartir la obra pública y separar el dinero para la corona. Hacía el trabajo sucio que Julio De Vido monitoreaba y que llegaba a la usina siempre sedienta de los Kirchner. Ya se sabe. El dinero es el combustible esencial de la política. Pero termina destruyendo esa misma maquinaria cuando es el único combustible que alimenta la ambición por el poder. Y así funcionaba el circuito. José, Julio, Jaime, Amado, Lázaro y tantos otros eran los soldados del desfalco. Algunos, los más perspicaces, lograron separar una parte de la recaudación para provecho personal. Otros fueron simples engranajes. Pero el robo sistemático, como lo describe muy bien el juez Julián Ercolini en sus escritos de la causa Hotesur, terminó siendo tan estructural que no hay manera de defenderlo.

Por eso, el caso López es la definitiva autodestrucción del kirchnerismo. El ladrillo que faltaba en la pared que los descubrimientos políticos, judiciales y periodísticos venían edificando en los últimos años. El Papa Francisco ya no podrá recibirlos tan alegremente en Santa Marta. Los gobernadores peronistas ya sienten que no tienen ninguna deuda con ellos. Y que podrán explorar el territorio desconocido de las convicciones personales. Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey respiran aliviados por haber sido los primeros en escapar de la trampa. Y los leales, los senadores, diputados y dirigentes que mantienen la ilusión del regreso, se irán alejando para poder demostrar al menos que no fueron beneficiarios conscientes del reparto. Juliana deberá decidir qué hace con su tatuaje indeleble. La explosión de la moda tatoo también hizo aparecer a muchos prestidigitadores que se ofrecen a invisibilizarlos por un precio razonable. Aunque siempre ponen una condición. Los tatuajes pueden borrarse, dicen. Pero dejan marcas.

© El Cronista

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