Por Fernando González |
Los tatuajes son indelebles. Son para toda la vida. Y esa es
una de las mayores dificultades que tiene esa tendencia tan de moda a llenarse
el cuerpo de dibujos. Es lo que le está sucediendo a la diputada Juliana Di
Tulio, una dirigente respetada aún por quienes están lejos de sus ideas
políticas. La paradoja es que Juliana tomó una frase que solía utilizar
Cristina Kirchner en el final de su gestión y se la hizo tatuar en la parte
posterior del cuello. "No fue magia", dice allí, a la vista de los
fotógrafos que se suelen divertir retratando la leyenda para lograr una imagen
diferente.
Juliana nunca supo, o tal vez sí y no le importó, que la frase la
había repetido en octubre pasado José López. El hombre de la obra pública K que
ha pasado a la frondosa galería del bochorno argentino luego de ser sorprendido
tratando de esconder hace dos noches nueve millones de dólares en efectivo y en
otras monedas diferentes. La ex presidenta lo había dicho y al ex funcionario
que hoy dice estar bajo un brote psicótico le había gustado. Y a Juliana
también le había gustado en boca de Cristina. Por eso, terminó en el cuello de
la diputada que ahora debe estar maldiciendo aquella idea del tatuaje. Como los
novios o los esposos despechados. Porque el kirchnerismo se ha convertido en
éso. En un matrimonio que ha estallado en mil pedazos. Los dirigentes que
gobernaron 12 años y no participaron de la rapiña sistemática del dinero
estatal (el de todos los argentinos, incluidos el de los más pobres) saben que
nunca más podrán invocar el nombre de Néstor y Cristina sin que se forme en la
cabeza de los ciudadanos la idea del robo. La idea del afano, que es como los
argentinos llamamos al robo cuando es ejecutado con descaro y sin vergüenza.
Juliana no va a poder sacarse el tatuaje del "No fue
magia". Y muchos dirigentes del kirchnerismo no van a poder elaborar más
teorías que exculpen a los jefes del movimiento político que lo tuvo todo para
pasar a la historia del desarrollo argentino. La inteligencia y la audacia de
Néstor. La formación política y el temperamento de Cristina. La soja a 600
dólares. La endeblez moral del peronismo y el cansancio de una sociedad
aterrada por cualquier eventual regreso a los días dramáticos del 2001. Un
cansancio que se convirtió en ceguera mientras funcionó el modelo del consumo
intensivo, el marketing de la épica y la intolerancia militante. La falta de
respuestas de las dirigencias opositoras completaron el combo y las
hamburguesas fluyeron durante más de una década aunque todos sabíamos que al
final nos iban a indigestar.
Aunque lo descubrieron de madrugada en un convento, José
López no es un marciano atacado por el virus de la corrupción. López era el
encargado de repartir la obra pública y separar el dinero para la corona. Hacía
el trabajo sucio que Julio De Vido monitoreaba y que llegaba a la usina siempre
sedienta de los Kirchner. Ya se sabe. El dinero es el combustible esencial de
la política. Pero termina destruyendo esa misma maquinaria cuando es el único
combustible que alimenta la ambición por el poder. Y así funcionaba el
circuito. José, Julio, Jaime, Amado, Lázaro y tantos otros eran los soldados
del desfalco. Algunos, los más perspicaces, lograron separar una parte de la
recaudación para provecho personal. Otros fueron simples engranajes. Pero el
robo sistemático, como lo describe muy bien el juez Julián Ercolini en sus
escritos de la causa Hotesur, terminó siendo tan estructural que no hay manera
de defenderlo.
Por eso, el caso López es la definitiva autodestrucción del
kirchnerismo. El ladrillo que faltaba en la pared que los descubrimientos
políticos, judiciales y periodísticos venían edificando en los últimos años. El
Papa Francisco ya no podrá recibirlos tan alegremente en Santa Marta. Los
gobernadores peronistas ya sienten que no tienen ninguna deuda con ellos. Y que
podrán explorar el territorio desconocido de las convicciones personales.
Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey respiran aliviados por haber sido los
primeros en escapar de la trampa. Y los leales, los senadores, diputados y dirigentes
que mantienen la ilusión del regreso, se irán alejando para poder demostrar al
menos que no fueron beneficiarios conscientes del reparto. Juliana deberá
decidir qué hace con su tatuaje indeleble. La explosión de la moda tatoo
también hizo aparecer a muchos prestidigitadores que se ofrecen a
invisibilizarlos por un precio razonable. Aunque siempre ponen una condición.
Los tatuajes pueden borrarse, dicen. Pero dejan marcas.
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