domingo, 12 de junio de 2016

El primer semestre del nuevo orden

Por James Neilson
No es nada fácil estar a cargo de un país exageradamente presidencialista en que buena parte de la ciudadanía cree que uno más uno suman tres y que quienes lo niegan son sujetos mezquinos que, por motivos perversos, quieren hambrear al pueblo. Ya lo sabe Mauricio Macri. Desde hace seis meses, está tratando de encontrar un camino a media distancia entre la realidad económica y las duras exigencias políticas. 

Para apaciguar a los partidarios de la matemática populista, y también porque está más interesado en reducir la pobreza que en aprovecharla, tiene que ser a un tiempo sensato y solidario.

Hasta ahora, le ha ido bastante bien. A pesar de la malaria económica y su propia afición al método de ensayo y error que lo lleva a rectificarse cada tanto, la mitad de la población aprueba su gestión, acaso por entender que la alternativa no sería un regreso a la prosperidad módica de otros tiempos sino una debacle parecida a la venezolana.

Con todo, la tarea que ha emprendido le está resultando aun más ardua de lo que habría previsto. Macri quisiera que los diversos equipos que lo acompañan asumieran más responsabilidades administrativas, lo que le permitiría concentrarse en asuntos estratégicos, pero sucede que en la Argentina, el Presidente tiene que ocupar siempre el centro del escenario. Tiene la palabra final. No extraña, pues, que a juzgar por las arrugas que están surcando su rostro, en seis meses haya envejecido seis años, o que su corazón le haya jugado una mala pasada que lo obligó a someterse a un ecocardiograma. Puede que, como nos aseguran los especialistas en la materia, una “fibrilación auricular” o “arritmia” no es un problema grave, pero es de prever que la salud de Macri, lo mismo que la de tantos presidentes anteriores, continúe provocando sustos.

Por cierto, aun cuando los médicos le aconsejen descansar un poco, no le será dado relajarse. A diferencia de Barack Obama, no podrá pasar mucho tiempo en las canchas de golf. Tendrá que continuar negociando todos los días no sólo con una multitud de bloques opositores amorfos y quebradizos, sino también con sus propios simpatizantes, trátese de miembros de Pro o de la UCR y la Coalición Cívica ARI, además de intentar congraciarse con líderes extranjeros que están mirando con vivo interés la evolución sorprendente de la Argentina que, tal y como están las cosas, está en vías de transformarse en uno de los países más “normales” del planeta al abandonar dicha condición Estados Unidos, Brasil, Francia, el Reino Unido, España, Italia y muchos otros.

Macri apuesta a que, merced a la metamorfosis que está en marcha, pronto llegue un tsunami de inversiones que serviría para ahorrarle la necesidad de intensificar el ajuste pero que, como ya está ocurriendo, al fortalecer el peso plantearía un desafío insuperable a las poco competitivas empresas nacionales. Desgraciadamente para el Gobierno, los empresarios adinerados, cuya buena voluntad necesita, prefieren esperar cierto tiempo antes de comprometerse a arriesgarse en un país cuyo prontuario financiero deja muchísimo que desear. Pero el hecho de que, conforme a las encuestas, el grueso de la ciudadanía siga dándole a Macri el beneficio de la duda podría convencerlos de que les convendría apurarse, aunque sólo fuera porque en otras latitudes las oportunidades están haciéndose cada vez más escasas.

Fronteras adentro, Macri se ha visto perjudicado por la idea de que, por su origen personal, formación y entorno, sea un derechista nato que no sabe nada de la vida de los pobres e indigentes. Aunque ha tomado muchas medidas sociales, como la de reformar drásticamente el sistema jubilatorio, que en buena lógica lo ubican bien a la izquierda de Cristina, los kirchneristas “residuales” insisten en acusarlo de ser un monstruo neoliberal que, para citar al célebre pistolero Guillermo Moreno, es peor que Videla que “tiraba a nuestros compañeros al mar pero no les quitó la comida a los argentinos”. Tal comparación ocasionó mucha indignación, pero tal vez sería mejor ver en ella un síntoma de la desesperación que se ha apoderado de tantos halcones kirchneristas que se resisten a entender que podrían aguardarles un lugar muy ingrato en la historia nacional.

Sea como fuere, a Macri no lo ha ayudado en absoluto la aparición de los llamados papeles de Panamá. Aunque los documentos hackeados se cuentan por millones y, es de suponer, incluyen los nombres de una cantidad fenomenal de individuos diseminados por el mundo, en todas partes se ha propagado la impresión de que figurar en la lista es de por sí evidencia de criminalidad, de pertenecer al odiado uno por ciento que, según los contestatarios anticapitalistas, están vaciando todas las economías del planeta. Como es natural, los kirchneristas y sus aliados de la ultraizquierda combativa han sacado provecho del asunto con el propósito de desprestigiar al Presidente, que reaccionó prometiendo repatriar la plata que tiene en las Bahamas. Conforme a las pautas no sólo internacionales sino también kirchneristas, es cuestión de monedas, de apenas 1,25 millón de dólares, pero en el clima actual el Presidente no puede permitir que existan dudas acerca de su propia honestidad.

Por sus propias razones, Macri y sus colaboradores principales preferían no gastar mucha energía hablando de la herencia miserable que les legaron los kirchneristas, pero al darse cuenta de que era aún peor de lo que habían advertido los opositores más vehementes, no tuvieron más opción que la de manifestar su asombro ante la magnitud del desastre producido por sus antecesores que, en su retirada, dejaron tras ellos una tierra bien arrasada con más bombas de tiempo que recursos.

Asimismo, mientras duró la campaña electoral, no aludieron mucho a la corrupción que era la característica más llamativa del esquema kirchnerista, ya que en su opinión hubiera sido mejor postergar un eventual operativo manos limpias para no brindar la impresión de estar dispuestos a perseguir judicialmente a sus adversarios ideológicos. Los más astutos habrán pensado que Cristina y los suyos respetarían una tregua tácita por miedo a lo que podría sucederles si se les ocurriera buscar vengarse por la derrota electoral desestabilizando al gobierno de los enemigos del campo nacional y popular.

Sin embargo, Macri, al decirles a los jueces y fiscales que no se proponía presionarlos sino que, por el contrario, los dejaría cumplir su trabajo como corresponde, aseguró que Cristina y sus cómplices más notorios resultaran ser blancos de una campaña judicial-mediática que culminaría con su procesamiento y, a menos que todas las muchas denuncias que se han formulado resulten ser fantasiosas, su encarcelamiento. Lo entendió enseguida la ex presidenta, razón por la que boicoteó el traspaso ceremonial del poder; luego de un breve encuentro con quien sería su sucesor, previó que su propio futuro sería lúgubre, que ni siquiera le sería posible desempeñar en la imaginación popular el papel de una revolucionaria heroica, víctima de la maldad imperialista, razón por la que se ha mantenido alejada del ruido mundanal en su reducto patagónico. Para que la situación en que Cristina se encuentra sea aún más desagradable, la provincia de Santa Cruz, que está en las manos vacilantes de su cuñada, corre peligro de verse convulsionada por “estallidos sociales” del tipo que los kirchneristas esperaban serviría para voltear al gobierno nacional.

El temor a un estallido social inmanejable es una constante de la política argentina, una que ha contribuido mucho a frustrar los esfuerzos esporádicos por reestructurar la economía sobre bases un tanto más firmes que las tradicionales para que, por fin, pudiera crecer de manera sostenible. Nunca han faltado los dispuestos a provocar disturbios callejeros de dimensiones adecuadas para desalojar a los tentados a desmantelar las redes clientelares que tanto han beneficiado a los acostumbrados a servirse de las penurias ajenas.

De más está decir que los defensores más resueltos del statu quo corporativista suelen ser los intendentes peronistas y afines de las zonas más problemáticas del depauperado conurbano bonaerense. Lo sabe muy bien la gobernadora María Eugenia Vidal que ha tenido que dar prioridad a su relación con personajes que, de ser otras las circunstancias, mantendría a raya. Cuenta con el apoyo decidido del gobierno nacional que es consciente de que, a menos que tenga mucho cuidado, la combinación de un ajuste, por inevitable que fuera, con el rencor kirchnerista podría tener consecuencias explosivas en los meses próximos, razón por la que se ha preparado para enfrentar una emergencia que sería más apropiada para un país en guerra que para uno que, por suerte, es relativamente pacífico.

Pero, felizmente para un gobierno que no tiene una mayoría parlamentaria, los peronistas más lúcidos han llegado a la conclusión de que les corresponde anteponer los intereses del país en su conjunto a sus ambiciones personales ayudando a democratizar por completo un movimiento que aún conserva genes autoritarios, de tal manera posicionándose para volver al poder en cuanto se haya agotado la etapa macrista. Al fin y al cabo, a un hipotético presidenciable peronista, le sería mejor “heredar” un país sin demasiados problemas graves de lo que sería recibir, una vez más, uno que esté “en llamas”.

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