Por James Neilson |
No es nada fácil estar a cargo de un país exageradamente
presidencialista en que buena parte de la ciudadanía cree que uno más uno suman
tres y que quienes lo niegan son sujetos mezquinos que, por motivos perversos,
quieren hambrear al pueblo. Ya lo sabe Mauricio Macri. Desde hace seis meses,
está tratando de encontrar un camino a media distancia entre la realidad
económica y las duras exigencias políticas.
Para apaciguar a los partidarios de
la matemática populista, y también porque está más interesado en reducir la
pobreza que en aprovecharla, tiene que ser a un tiempo sensato y solidario.
Hasta ahora, le ha ido bastante bien. A pesar de la malaria
económica y su propia afición al método de ensayo y error que lo lleva a
rectificarse cada tanto, la mitad de la población aprueba su gestión, acaso por
entender que la alternativa no sería un regreso a la prosperidad módica de
otros tiempos sino una debacle parecida a la venezolana.
Con todo, la tarea que ha emprendido le está resultando aun
más ardua de lo que habría previsto. Macri quisiera que los diversos equipos
que lo acompañan asumieran más responsabilidades administrativas, lo que le
permitiría concentrarse en asuntos estratégicos, pero sucede que en la
Argentina, el Presidente tiene que ocupar siempre el centro del escenario.
Tiene la palabra final. No extraña, pues, que a juzgar por las arrugas que
están surcando su rostro, en seis meses haya envejecido seis años, o que su
corazón le haya jugado una mala pasada que lo obligó a someterse a un
ecocardiograma. Puede que, como nos aseguran los especialistas en la materia,
una “fibrilación auricular” o “arritmia” no es un problema grave, pero es de
prever que la salud de Macri, lo mismo que la de tantos presidentes anteriores,
continúe provocando sustos.
Por cierto, aun cuando los médicos le aconsejen descansar un
poco, no le será dado relajarse. A diferencia de Barack Obama, no podrá pasar
mucho tiempo en las canchas de golf. Tendrá que continuar negociando todos los
días no sólo con una multitud de bloques opositores amorfos y quebradizos, sino
también con sus propios simpatizantes, trátese de miembros de Pro o de la UCR y
la Coalición Cívica ARI, además de intentar congraciarse con líderes
extranjeros que están mirando con vivo interés la evolución sorprendente de la
Argentina que, tal y como están las cosas, está en vías de transformarse en uno
de los países más “normales” del planeta al abandonar dicha condición Estados
Unidos, Brasil, Francia, el Reino Unido, España, Italia y muchos otros.
Macri apuesta a que, merced a la metamorfosis que está en
marcha, pronto llegue un tsunami de inversiones que serviría para ahorrarle la
necesidad de intensificar el ajuste pero que, como ya está ocurriendo, al
fortalecer el peso plantearía un desafío insuperable a las poco competitivas
empresas nacionales. Desgraciadamente para el Gobierno, los empresarios adinerados,
cuya buena voluntad necesita, prefieren esperar cierto tiempo antes de
comprometerse a arriesgarse en un país cuyo prontuario financiero deja
muchísimo que desear. Pero el hecho de que, conforme a las encuestas, el grueso
de la ciudadanía siga dándole a Macri el beneficio de la duda podría
convencerlos de que les convendría apurarse, aunque sólo fuera porque en otras
latitudes las oportunidades están haciéndose cada vez más escasas.
Fronteras adentro, Macri se ha visto perjudicado por la idea
de que, por su origen personal, formación y entorno, sea un derechista nato que
no sabe nada de la vida de los pobres e indigentes. Aunque ha tomado muchas
medidas sociales, como la de reformar drásticamente el sistema jubilatorio, que
en buena lógica lo ubican bien a la izquierda de Cristina, los kirchneristas
“residuales” insisten en acusarlo de ser un monstruo neoliberal que, para citar
al célebre pistolero Guillermo Moreno, es peor que Videla que “tiraba a
nuestros compañeros al mar pero no les quitó la comida a los argentinos”. Tal
comparación ocasionó mucha indignación, pero tal vez sería mejor ver en ella un
síntoma de la desesperación que se ha apoderado de tantos halcones
kirchneristas que se resisten a entender que podrían aguardarles un lugar muy
ingrato en la historia nacional.
Sea como fuere, a Macri no lo ha ayudado en absoluto la
aparición de los llamados papeles de Panamá. Aunque los documentos hackeados se
cuentan por millones y, es de suponer, incluyen los nombres de una cantidad
fenomenal de individuos diseminados por el mundo, en todas partes se ha
propagado la impresión de que figurar en la lista es de por sí evidencia de
criminalidad, de pertenecer al odiado uno por ciento que, según los
contestatarios anticapitalistas, están vaciando todas las economías del
planeta. Como es natural, los kirchneristas y sus aliados de la ultraizquierda
combativa han sacado provecho del asunto con el propósito de desprestigiar al
Presidente, que reaccionó prometiendo repatriar la plata que tiene en las
Bahamas. Conforme a las pautas no sólo internacionales sino también
kirchneristas, es cuestión de monedas, de apenas 1,25 millón de dólares, pero
en el clima actual el Presidente no puede permitir que existan dudas acerca de
su propia honestidad.
Por sus propias razones, Macri y sus colaboradores
principales preferían no gastar mucha energía hablando de la herencia miserable
que les legaron los kirchneristas, pero al darse cuenta de que era aún peor de
lo que habían advertido los opositores más vehementes, no tuvieron más opción
que la de manifestar su asombro ante la magnitud del desastre producido por sus
antecesores que, en su retirada, dejaron tras ellos una tierra bien arrasada
con más bombas de tiempo que recursos.
Asimismo, mientras duró la campaña electoral, no aludieron
mucho a la corrupción que era la característica más llamativa del esquema
kirchnerista, ya que en su opinión hubiera sido mejor postergar un eventual
operativo manos limpias para no brindar la impresión de estar dispuestos a
perseguir judicialmente a sus adversarios ideológicos. Los más astutos habrán
pensado que Cristina y los suyos respetarían una tregua tácita por miedo a lo
que podría sucederles si se les ocurriera buscar vengarse por la derrota
electoral desestabilizando al gobierno de los enemigos del campo nacional y
popular.
Sin embargo, Macri, al decirles a los jueces y fiscales que
no se proponía presionarlos sino que, por el contrario, los dejaría cumplir su
trabajo como corresponde, aseguró que Cristina y sus cómplices más notorios
resultaran ser blancos de una campaña judicial-mediática que culminaría con su
procesamiento y, a menos que todas las muchas denuncias que se han formulado
resulten ser fantasiosas, su encarcelamiento. Lo entendió enseguida la ex
presidenta, razón por la que boicoteó el traspaso ceremonial del poder; luego
de un breve encuentro con quien sería su sucesor, previó que su propio futuro
sería lúgubre, que ni siquiera le sería posible desempeñar en la imaginación
popular el papel de una revolucionaria heroica, víctima de la maldad
imperialista, razón por la que se ha mantenido alejada del ruido mundanal en su
reducto patagónico. Para que la situación en que Cristina se encuentra sea aún
más desagradable, la provincia de Santa Cruz, que está en las manos vacilantes de
su cuñada, corre peligro de verse convulsionada por “estallidos sociales” del
tipo que los kirchneristas esperaban serviría para voltear al gobierno
nacional.
El temor a un estallido social inmanejable es una constante
de la política argentina, una que ha contribuido mucho a frustrar los esfuerzos
esporádicos por reestructurar la economía sobre bases un tanto más firmes que
las tradicionales para que, por fin, pudiera crecer de manera sostenible. Nunca
han faltado los dispuestos a provocar disturbios callejeros de dimensiones
adecuadas para desalojar a los tentados a desmantelar las redes clientelares
que tanto han beneficiado a los acostumbrados a servirse de las penurias
ajenas.
De más está decir que los defensores más resueltos del statu
quo corporativista suelen ser los intendentes peronistas y afines de las zonas
más problemáticas del depauperado conurbano bonaerense. Lo sabe muy bien la
gobernadora María Eugenia Vidal que ha tenido que dar prioridad a su relación
con personajes que, de ser otras las circunstancias, mantendría a raya. Cuenta
con el apoyo decidido del gobierno nacional que es consciente de que, a menos
que tenga mucho cuidado, la combinación de un ajuste, por inevitable que fuera,
con el rencor kirchnerista podría tener consecuencias explosivas en los meses
próximos, razón por la que se ha preparado para enfrentar una emergencia que
sería más apropiada para un país en guerra que para uno que, por suerte, es
relativamente pacífico.
Pero, felizmente para un gobierno que no tiene una mayoría parlamentaria,
los peronistas más lúcidos han llegado a la conclusión de que les corresponde
anteponer los intereses del país en su conjunto a sus ambiciones personales
ayudando a democratizar por completo un movimiento que aún conserva genes
autoritarios, de tal manera posicionándose para volver al poder en cuanto se
haya agotado la etapa macrista. Al fin y al cabo, a un hipotético
presidenciable peronista, le sería mejor “heredar” un país sin demasiados
problemas graves de lo que sería recibir, una vez más, uno que esté “en
llamas”.
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