Por Pablo Mendelevich |
Río Cuarto recordó en las elecciones del domingo que en la
política argentina dos más dos ya no es cuatro. Dicho de otro modo, la singular
buena imagen que hoy beneficia a Macri en medio de un torbellino de inflación y
ajuste no necesariamente es pasible de transmutarse en torrentes de votos. Se
sospechaba: sólo algunas veces la popularidad de unos se derrama sobre otros.
Por ejemplo cuando el votante embute en el sobre una boleta kilométrica atraído
por un nombre que reluce entre decenas de ignotos, forma coercitiva de
sufragar, hoy en vías de extinción: el voto electrónico coming soon, dirían en el cine. De modo que los niveles nacional,
provincial y municipal ya no deberían funcionar como vagones enganchados de un
mismo tren.
Precisamente la de Río Cuarto fue una elección sólo
municipal, sin arrastre forzado (en Córdoba, además, rige la boleta única).
Pero el gobierno nacional parece haber supuesto que habría arrastre por
contagio glamoroso. Y eso no sucedió.
Los hechos son conocidos: una desfasada elección para
intendente en esa ciudad mediana, la segunda de Córdoba, escaló durante la
campaña a la categoría de test nacional, tanto para Cambiemos, que gobierna el
país, como para el peronismo, que gobierna la provincia. Resultó que el
candidato a intendente peronista Juan Manuel Llamosas desalojó del poder al
radicalismo al vencer al candidato Eduardo Yuni. Pero a este simple enunciado
hay que adosarle algunos datos importantes. Primero, que no fue una elección
pareja sino que el radicalismo perdió por 12 puntos. Segundo, que con el
propósito de fortalecer la campaña de Cambiemos desembarcaron en Río Cuarto
altos funcionarios del gobierno nacional, nada menos que el jefe de Gabinete,
el ministro del Interior, el de Agricultura, Ganadería y Pesca, y el de
Comunicaciones. ¿Fue entonces la estrepitosa derrota de Cambiemos un primer
fracaso electoral del presidente Macri y, consecuentemente, un mal augurio?
Es obvio que si quien nacionaliza una campaña pierde feo
después se tiene que aguantar las interpretaciones que sólo siguen su lógica:
miran el tablero como si se tratara de una muestra del país y concluyen cosas
poco agradables respecto de un gobierno particularmente necesitado de engordar
sus bancadas parlamentarias en 2017. Los que miran las cosas en blanco y negro
y practican el cacheteo a Macri como una rutina gimnástica dirán que él mandó a
cuatro ministros a hacer campaña a una elección perdida porque no entiende nada
de política. Pero muchos protagonistas, tanto de Cambiemos como del peronismo
cordobés, describen una situación más compleja cuando se les pregunta por este
traspié oficial.
Hace unos cuantos meses, cuando en el ambiente político
empezaba a vislumbrarse que la elección de Río Cuarto podría llegar a ser vista
como un test, Macri se comprometió con el gobernador Juan Schiaretti a que
ninguno de los dos participaría de la campaña. Es decir, que la campaña no se
provincializaría ni se nacionalizaría adrede. No todos están felices en Córdoba
con esta clase de cercanía, el entendimiento del presidente con el gobernador,
abundan los recelos, pero está claro que la Casa Rosada, minusválida
parlamentaria, prioriza las relaciones con los gobernadores, sobre todo si son
peronistas. Córdoba encima es un caso singular por dos motivos concurrentes, la
extraordinaria cantidad de votos que le dio a Macri para llegar a la
presidencia (más del 53 % votó por él en las generales de octubre; más del 71%
lo votó en el ballottage de noviembre) y la debilidad irremediable que allí
tiene el kirchnerismo (en octubre el FpV no llegó al 20%). El peronismo
cordobés, ya sea representado por Schiaretti o por el histórico José Manuel de
la Sota, aliado de Sergio Massa, constituye una corriente dialoguista de
vanguardia, es decir, anterior al fenómeno de profuguismo kirchnerista que hoy
anima la vida del Congreso.
Las encuestas sobre Río Cuarto que trascendían daban una
relativa paridad entre Llamosas y Yuni, con leve ventaja para el candidato
opositor, lo cual contribuyó al parecer a que influyentes radicales ejercieran
presión sobre Macri para que fuera a Río Cuarto y asegurara el triunfo. ¿Habría
sido así? Macri decidió no ir, en primer lugar para no arriesgar las buenas
relaciones con Schiaretti (quien no por casualidad acaba de declarar que no fue
Macri quien perdió en Río Cuarto). Sin embargo, aceptó -o decidió- que viajaran
los ministros y al final de la campaña grabó él mismo un spot pidiéndoles a los
indecisos que votaran por Yuni. A lo cual le siguió un spot de De la Sota y de
Schiaretti a favor de Llamosas. El pacto no se quebró en términos de
participación física, pero sí en cuanto a la intervención en la campaña (lo
cual es probable que, a la luz de los resultados, no genere grandes rencores).
La mayoría de los análisis de las últimas horas aseguran que
Yuni perdió por razones locales. Minimizan la influencia de los visitantes, ya
fueran en persona o grabados. Más aún, aseguran que la principal razón local se
llama Juan Jure, el intendente saliente, cuya segunda gestión, reputada como
muy floja, fue reprobada por la mayoría. Jure había ganado la reelección, en su
momento, pese a una fuerte campaña en contra de De la Sota, líder del peronismo
provincial antes que un vecino de la ciudad, que lo es desde que está casado
con una riocuartense. En una elección municipal, cuando se discute sobre
servicios básicos, baches, limpieza, tasas, obras que están o deberían estar en
la otra cuadra, a los políticos provinciales y nacionales se les encoge el
predicamento.
Con el 46,5 por ciento, el peronismo riocuartense no creció
anteayer en forma sustantiva. Subió alrededor de cuatro puntos porcentuales
respecto de su marca de hace 4 años. Pero Cambiemos (32,8 %) se derrumbó.
Muchos de sus votantes fugaron hacia otras opciones, incluido, probablemente,
el simpático joven Llamosas. La polarización fue importante: ambas fuerzas
concentran el 80 por ciento. Las encuestas le dan a Macri una imagen positiva
que oscila entre 60 y 70 por ciento. Quizás Río Cuarto, un lugar de fuerte
impronta radical donde el peronismo había ganado sólo con Alberto Cantero
(1999-2004) desde la reinstauración de la democracia, le haya recordado al
macrismo que imagen y votos son cosas distintas. Como también lo son el país y
la ciudad.
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