El Gobierno dio un volantazo económico y tiende
puentes
con Francisco. Deudas contraídas.
Por Roberto García |
Subsistencia. Y, por supuesto, lo inhabilita quizás para
pretender un triunfo en las elecciones de 2017, objetivo máximo del Presidente.
Entonces, si quiere seguir, mantenerse y ganar nuevos amigos, deberá cambiar la
actitud de aquellos que no lo quieren a partir de la modificación de su
propio comportamiento, como sugería el norteamericano Dale Carnegie en
el siglo pasado y al cual adhieren otros gurúes contemporáneos de la autoayuda.
No importa si el bolsillo se desfonda en ese ejercicio.
De ahí que desde hace
diez días el Gobierno es otro al que empezó hace cinco meses, y promete una
impensable lluvia de recursos para la clase pasiva, negocia cobertura
de fondos para las provincias, se disculpa en público y retrocede con los aumentos tarifarios que había
decretado. Falta más: en un acto de cristiana contrición, los delata abusivos.
Convierte finalmente al ministro Juan José Aranguren en un malvado déspota y aguarda que se autoflagele en las
calles. Por si no fuera poco, hace la señal de la cruz para alegría de un
papa cazurro que se entretenía en cuestionar la administración. Este radical
cambio de dirección demanda un ostensible giro: si antes iba a Bahía Blanca,
ahora marcha hacia Mar del Plata. Los pasajeros, felices: no pensaban detenerse
en un balneario. Y los funcionarios, emocionados: descubrieron en ellos
mismos una sensibilidad popular que antes ni figuraba en su ADN. Gracias,
Mauricio.
Todavía el mandatario no
reveló quién le acercó la idea de “hacer justicia” con los jubilados, aunque más de uno imagina
que esa alternativa surgió como derivación de otra prioridad: el blanqueo. Hay que sumar ese becerro de oro a las elecciones
de medio término del año próximo y a otra obsesión que afectaba el sueño de
Macri: enmendar un vínculo cada vez más distante con el Jorge Bergoglio que
habita en el Vaticano. En este caso, procedió al revés de lo que sugiere su
consultor ecuatoriano, para disminuir una influencia adversa que había
adquirido un súbito cariz en los últimos meses. Sea por el anecdotario de
encuentros malhadados entre los dos en Roma, preferencias deliberadas a favor
de Cristina, Guillermo Moreno o Hebe de Bonafini, soterradas opiniones de
clérigos que actúan como soldados de la Compañía o correveidiles de poca monta
que magnificaban la discordia. En rigor, el Papa exhibía reservas y
desconfianza por la gestión de Macri y la corte que lo acompaña, imaginaba a
ese equipo teñido de capitalismo salvaje e imprudencia social, capaz de
cualquier exceso por enderezar números y contabilidades, provocador de grietas
inmensas en la sociedad. Tanto que a Eduardo Duhalde le confesó una visión o,
al menos, Duhalde la transmitió como si lo fuera: veo sangre en la Argentina.
Gente que, a través de la fe, dispone de revelaciones de las que otros comunes
carecen. Quizás Francisco expresaba en sus anticipos oníricos, de ser
ciertos, la típica caracterología de una Iglesia irritada que cuestiona más al
liberalismo que al comunismo y lo entiende culpable flagrante por las
diferencias notorias en el mundo entre clases pudientes y multitudes
indigentes. Como sostiene la publicidad opositora, Macri pertenece a
este club.
Podría confirmar el
acerto Julio Bárbaro, otro ex guardián de hierro que visitó hace poco
al Pontífice, contertulio de épocas pasadas, entrevista en la que se aludió a
este tema presente en más de un documento eclesiástico (se supone que, tal vez,
Bárbaro logró también que la misericordia del Papa con Bonafini se extienda, en
el futuro, a Sergio Massa, al que nunca le concedió la dispensa de una
audiencia por un encono personal de los tiempos kirchneristas). Hoy se
advierte que Macri no desoyó estas advertencias, al menos si ahora se
observa la corrección a la baja del incremento de tarifas ya
determinado que transforma a Aranguren en un ministro de Marte, durmiendo en
una isla en la que no existe ningún macrista. O el formidable pago de juicios a jubilados (no menos del 2% del PBI),
regularización y moratorias mediante que, si no pueden compensarse con el
blanqueo, harán temblar más tarde el fondo de sustentabilidad del sector.
Como tantas veces en la
historia de los jubilados. Pero ahora, claro, importan más los abuelos
que los nietos. Este proceso coincide con cierta distracción sobre el
gasto público, el empuje al consumo con créditos para la vivienda o la venta de autos cero kilómetro más baratos que los usados,
a ver si un paquete de medidas mueve la quieta actividad económica y genera un
crecimiento tras el cual pueda ocultarse cualquier permisividad del gasto. Toda
una novedad para un gobierno remolón en ocuparse de sectores menos
beneficiados, negar consecuencias de la crisis (desocupados en el sector
privado), acusado de gobernar para los ricos según el goce cristinista, y de
pensar primero en la firma inapropiada de un DNU para designar dos jueces de la
Corte Suprema sin considerar esta herramienta presidencial para situaciones más
urgentes, como la devolución del IVA a consumidores de bajos recursos, proyecto
empantanado aún en el Congreso. Si despierta sonrisas de adhesión católica este
nuevo repertorio económico y la autocrítica por errores desmedidos en el
ajuste, más allá de que esconda un propósito político, otras intervenciones
descongelaron las relaciones con el Papa: hubo un tráfico amistoso de
emisarios entre las partes –esta semana habrá un ministro en Santa
Marta– y la generosidad oficial para colaborar en la obra de las Scholas con l6
millones de pesos a través del titular de esa misión, José María del Corral, un
dilecto del corazón de Francisco y a quien Macri supo tener en la Municipalidad
(en la Dirección de Escuelas) cuando era jefe de Gobierno. Por supuesto, a
pedido de un obispo.
Si avanza esta
reparación mutua entre Macri y el Papa, singularmente no aparece en la misma
sintonía una devota fervorosa como Elisa Carrió,
a quien más de un incauto podía suponer integrante del trígono. Ocurre que al
margen de afinidades manifiestas, la influyente diputada se resiste por partida
doble a los personajes. Por un lado, objeta la participación política del Papa
en la Argentina, al menos por el partidismo que expresa (de tinte peronista) y
los personajes que convoca. Ya denunció la violencia implícita en Guillermo
Moreno y ahora se irrita con la cita a la Santa Sede de figuras que
ella detesta y enjuicia: del titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, a
varios jueces federales, sin olvidar al promotor del encuentro, Gustavo
Vera, de alta vara en la cercanía vaticana y hoy una debilidad poco explicable
de Francisco. Al menos, para Carrió, quien supo contarlo en sus filas políticas.
Si la irritable legisladora se subleva por las protecciones papales, con Macri
no baja la puntería: acaba de masacrar a la vicepresidenta Gabriela Michetti, que había atinado a criticarla. Cree
Carrió que Cambiemos la utiliza como un objeto político (“me usan para
las campañas, me apartan cuando están en el gobierno”) y, sin necesidad de
hurgar en profundidades, revela una contradicción entre su cariño por el
Presidente que la seduce y la sospecha de que éste no ha reunido (sea por
los Panamá Papers, determinados socios o entorno, y las cuestionables
declaraciones juradas de bienes) la transparencia personal que ella hubiera deseado.
Igual lo acompaña, como al Papa, clamando que ambas solidaridades le duelen. Dicen
que el amor no es perfecto.
© Perfil
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