sábado, 4 de junio de 2016

Dios se lo pague

El Gobierno dio un volantazo económico y tiende puentes 
con Francisco. Deudas contraídas.

Por Roberto García
Subsistencia. Y, por supuesto, lo inhabilita quizás para pretender un triunfo en las elecciones de 2017, objetivo máximo del Presidente. Entonces, si quiere seguir, mantenerse y ganar nuevos amigos, deberá cambiar la actitud de aquellos que no lo quieren a partir de la modificación de su propio comportamiento, como sugería el norteamericano Dale Carnegie en el siglo pasado y al cual adhieren otros gurúes contemporáneos de la autoayuda. No importa si el bolsillo se desfonda en ese ejercicio. 

De ahí que desde hace diez días el Gobierno es otro al que empezó hace cinco meses, y promete una impensable lluvia de recursos para la clase pasiva, negocia cobertura de fondos para las provincias, se disculpa en público y retrocede con los aumentos tarifarios que había decretado. Falta más: en un acto de cristiana contrición, los delata abusivos. Convierte finalmente al ministro Juan José Aranguren en un malvado déspota y aguarda que se autoflagele en las calles. Por si no fuera poco, hace la señal de la cruz para alegría de un papa cazurro que se entretenía en cuestionar la administración. Este radical cambio de dirección demanda un ostensible giro: si antes iba a Bahía Blanca, ahora marcha hacia Mar del Plata. Los pasajeros, felices: no pensaban detenerse en un balneario. Y los funcionarios, emocionados: descubrieron en ellos mismos una sensibilidad popular que antes ni figuraba en su ADN. Gracias, Mauricio.

Todavía el mandatario no reveló quién le acercó la idea de “hacer justicia” con los jubilados, aunque más de uno imagina que esa alternativa surgió como derivación de otra prioridad: el blanqueo. Hay que sumar ese becerro de oro a las elecciones de medio término del año próximo y a otra obsesión que afectaba el sueño de Macri: enmendar un vínculo cada vez más distante con el Jorge Bergoglio que habita en el Vaticano. En este caso, procedió al revés de lo que sugiere su consultor ecuatoriano, para disminuir una influencia adversa que había adquirido un súbito cariz en los últimos meses. Sea por el anecdotario de encuentros malhadados entre los dos en Roma, preferencias deliberadas a favor de Cristina, Guillermo Moreno o Hebe de Bonafini, soterradas opiniones de clérigos que actúan como soldados de la Compañía o correveidiles de poca monta que magnificaban la discordia. En rigor, el Papa exhibía reservas y desconfianza por la gestión de Macri y la corte que lo acompaña, imaginaba a ese equipo teñido de capitalismo salvaje e imprudencia social, capaz de cualquier exceso por enderezar números y contabilidades, provocador de grietas inmensas en la sociedad. Tanto que a Eduardo Duhalde le confesó una visión o, al menos, Duhalde la transmitió como si lo fuera: veo sangre en la Argentina. Gente que, a través de la fe, dispone de revelaciones de las que otros comunes carecen.  Quizás Francisco expresaba en sus anticipos oníricos, de ser ciertos, la típica caracterología de una Iglesia irritada que cuestiona más al liberalismo que al comunismo y lo entiende  culpable flagrante por las diferencias notorias en el mundo entre clases pudientes y multitudes indigentes. Como sostiene la publicidad opositora, Macri pertenece a este club.

Podría confirmar el acerto Julio Bárbaro, otro ex guardián de hierro que visitó hace poco al Pontífice, contertulio de épocas pasadas, entrevista en la que se aludió a este tema presente en más de un documento eclesiástico (se supone que, tal vez, Bárbaro logró también que la misericordia del Papa con Bonafini se extienda, en el futuro, a Sergio Massa, al que nunca le concedió la dispensa de una audiencia por un encono personal de los tiempos kirchneristas). Hoy se advierte que Macri no desoyó estas advertencias, al menos si ahora se observa la corrección a la baja del incremento de tarifas ya determinado que transforma a Aranguren en un ministro de Marte, durmiendo en una isla en la que no existe ningún macrista. O el formidable pago de juicios a jubilados (no menos del 2% del PBI), regularización y moratorias mediante que, si no pueden compensarse con el blanqueo, harán temblar más tarde el fondo de sustentabilidad del sector.

Como tantas veces en la historia de los jubilados. Pero ahora, claro, importan más los abuelos que los nietos. Este proceso coincide con cierta distracción sobre el gasto público, el empuje al consumo con créditos para la vivienda o la venta de autos cero kilómetro más baratos que los usados, a ver si un paquete de medidas mueve la quieta actividad económica y genera un crecimiento tras el cual pueda ocultarse cualquier permisividad del gasto. Toda una novedad para un gobierno remolón en ocuparse de sectores menos beneficiados, negar consecuencias de la crisis (desocupados en el sector privado), acusado de gobernar para los ricos según el goce cristinista, y de pensar primero en la firma inapropiada de un DNU para designar dos jueces de la Corte Suprema sin considerar esta herramienta presidencial para situaciones más urgentes, como la devolución del IVA a consumidores de bajos recursos, proyecto empantanado aún en el Congreso. Si despierta sonrisas de adhesión católica este nuevo repertorio económico y la autocrítica por errores desmedidos en el ajuste, más allá de que esconda un propósito político, otras intervenciones descongelaron las relaciones con el Papa: hubo un tráfico amistoso de emisarios entre las partes –esta semana habrá un ministro en Santa Marta– y la generosidad oficial para colaborar en la obra de las Scholas con l6 millones de pesos a través del titular de esa misión, José María del Corral, un dilecto del corazón de Francisco y a quien Macri supo tener en la Municipalidad (en la Dirección de Escuelas) cuando era jefe de Gobierno. Por supuesto, a pedido de un obispo.

Si avanza esta reparación mutua entre Macri y el Papa, singularmente no aparece en la misma sintonía una devota fervorosa como Elisa Carrió, a quien más de un incauto podía suponer integrante del trígono. Ocurre que al margen de afinidades manifiestas, la influyente diputada se resiste por partida doble a los personajes. Por un lado, objeta la participación política del Papa en la Argentina, al menos por el partidismo que expresa (de tinte peronista) y los personajes que convoca. Ya denunció la violencia implícita en Guillermo Moreno y ahora se irrita con la cita a la Santa Sede de figuras que ella detesta y enjuicia: del titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, a varios jueces federales, sin olvidar al promotor del encuentro,  Gustavo Vera, de alta vara en la cercanía vaticana y hoy una debilidad poco explicable de Francisco. Al menos, para Carrió, quien supo contarlo en sus filas políticas. Si la irritable legisladora se subleva por las protecciones papales, con Macri no baja la puntería: acaba de masacrar a la vicepresidenta Gabriela Michetti, que había atinado a criticarlaCree Carrió que Cambiemos la utiliza como un objeto político (“me usan para las campañas, me apartan cuando están en el gobierno”) y, sin necesidad de hurgar en profundidades, revela una contradicción entre su cariño por el Presidente que la seduce  y la sospecha de que éste no ha reunido (sea por los Panamá Papers, determinados socios o entorno, y las cuestionables declaraciones juradas de bienes) la transparencia personal que ella hubiera deseado. Igual lo acompaña, como al Papa, clamando que ambas solidaridades le duelen. Dicen que el amor no es perfecto.

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