La oposición a Bergoglio y el anterior gobierno
tejieron
la conexión con el convento de los bolsos.
Por Roberto García |
Como se ha hecho moda el
rol del Papa en los acontecimientos semanales, tampoco podía evadirse de la
última obscenidad de José López,
un ferviente católico, responsable de la obra pública en los gobiernos
Kirchner, sorprendido in fraganti con 9 millones de dólares negros que
intentaba ocultar desesperadamente en una casa de ejercicios. Recorrió
Francisco las páginas políticas por sus litigios con Mauricio Macri y sus
idilios con Cristina, las deportivas con San Lorenzo, ni hablar de las
sindicales (Omar “el Caballo” Suárez), artísticas (Wanda Nara) o religiosas.
Sólo le faltaba la hoja policial.
Y logró alcanzarla esta semana gracias al
desorbitado López, hijo dilecto del matrimonio sureño y alumno de Julio De Vido, un devoto que en otros
tiempos respondía al contubernio de los enemigos internos de Jorge Bergoglio. Hoy,
el escándalo igual los enfanga a todos.
Pertenecía López,
“Josecito”, a la segunda línea de una cáfila política que planificaba el
desplazamiento de Bergoglio como jefe de la Iglesia local, esa molesta piedra
en el zapato de los Kirchner. No fueron suficientes las imputaciones al prelado
por su presunta indiferencia o complicidad con la desaparición y tortura de
religiosos durante el gobierno militar, menos resultó el operativo para
promover como alternativa a Juan Carlos Maccarone, obispo de Santiago del
Estero, una figura progresista que en 2005 se convirtió en estrella
cinematográfica porno merced a un video casero en el que requería asistencias
sexuales a un joven.
Hubo también un proyecto
de talla superior, encarado por la cúpula gubernamental de entonces (atribuido
al cuarteto Néstor Kirchner, Cristina de Kirchner, Sergio Massa y Carlos
Zannini), que consistía en el envío de una nota al Vaticano, al propio papa
Benedicto XVI, reclamándole de Estado a Estado la cesantía de Bergoglio
por sus repetidas controversias con el gobierno. Hasta graciosa e
infantilmente, querían proponer su reemplazo por el obispo Oscar Sarlinga. Esta
iniciativa le fue revelada, en la propia Casa Rosada, a un sindicalista, Oscar
Mangone, quien se cruzó a la Catedral para advertirle a Bergoglio de la
maniobra. El presunto afectado por el complot hizo un comentario ante la
novedad: “Sarlinga es demasiado joven, no lo aceptaría ninguno de los que
me pueden suceder”.
Saldo final: abortó la
conspiración, Bergoglio luego envió a Sarlinga a dar responsos en el Sur, más
tarde al Litoral y, ya como papa, bajo la promesa de que había perdonado la
traición, lo hizo poner en una fila de asistentes al Vaticano, pero ni reparó
en él. Hace un año y medio le mandó la jubilación. Zannini, obvio, nunca pidió
perdón y Néstor murió antes de cualquier aproximación. Otro castigado fue
Massa, quien a pesar de epístolas personales de descargo –algunas hasta
sugeridas por el propio Papa–, de emisarios e influyentes que buscaron una
reparación espiritual, jamás logró que lo recibiera en Roma. Nadie aún entiende
el tamaño de la aversión, sólo comparable a la de Elisa Carrió con el ex
intendente de Tigre. Al menos frente a la ambivalencia que mantuvo con
Cristina, que de culpable de aquella operación y manifiesta inquina con el
Papa, luego fue reconvertida a la fe sin ninguna explicación.
Clave de aquel putsch
contra Bergoglio fue Luján, jurisdicción de la basílica que en el padrón
católico dispone de un privilegio: contacto directo con Roma sin pasar por el
dominio del Arzobispado de Buenos Aires. Allí reinaba Rubén Di Monte, ex
titular de Cáritas, ex obispo de Avellaneda, enfrentado colega de Bergoglio
aunque ambos habían sido influidos por Emilio Ogñenovich, al que nadie podía
incluir en las naderías de la izquierda. Di Monte confesaba entonces su
disgusto con Bergoglio: “Es un dictador, no permite que nadie plantee reformas,
objeciones. ¿Usted conoce a algún obispo que exprese lo contrario de Bergoglio,
represente una opinión discordante?”. Luego de su aviesa pregunta, agregaba:
“Es poderoso, terrible, yo soy un plazo fijo, me jubilan cuando llego a la edad
reglamentaria, no puedo conseguir una extensión por más que hable directamente
con el papa Benedicto”. No se equivocó: lo sacaron del servicio en tiempo y
forma, él mismo se destinó a retirarse en el convento de General Rodríguez
hasta su muerte hace tres meses, el lugar donde López trató de introducir una
millonada de dólares en bolsos saltando los muros.
Protección. Di Monte se
había convertido casi por azar en un protegido del gobierno K: por medio de un
vecino de Luján, el banquero Raúl Moneta, entonces socio de Cristóbal López en
la exportación de carnes exóticas, acercó al cura a Julio De Vido, a su
segundo, López, y al propio matrimonio presidencial. Para el obispo, había un
solo interés, que también era el de Roma: subsidios extraordinarios para
refaccionar y recomponer una maltrecha basílica a la que se le había
desmoronado hasta la cruz. Pudo cumplir el objetivo, a cambio entregó réplicas
de la Virgen de Luna, artísticos yesos de 50 centímetros que hasta Cristina
repartió según sus afectos (entre ellos, Hugo Chávez).
Fue Di Monte quien sin
duda ofreció a Sarlinga a los Kirchner para reemplazar a Bergoglio y el que en
el retiro abría las puertas del convento (cuyo acceso de asfalto fue aportado
por un intendente al que luego echaron de la municipalidad a patadas) y
cobijaba sociales encuentros de De Vido, y del consagrado López, quien en el
despacho de Obras Públicas exhibía el mayor orgullo de su gestión: el proceso
testimonial, con fotos y planos, que le llevó la reconstrucción de la basílica.
Este gran contribuyente
también compartía reuniones con figuras de la política, la Justicia u otras
prominencias, que la memoria se empeña en olvidar. Había ravioles, casi siempre
preparados por la madre Alba, una monja hacendosa que oficiaba de sanadora en
algunos casos (la hija de Alicia Kirchner, por ejemplo, ante fallidos intentos
de maternidad, parece que logró esa bendición por la vía del rezo y ciertas
imposiciones de la anciana, hoy de 94 años). Allí también se supo consolar a De
Vido cuando su mujer perdió un hijo, demandaba albergue espiritual la abogada
esposa de López, también Marta Cascalles, la mujer de Guillermo Moreno, que es
una favorita ahora del Sumo Pontífice.
Es que a la hora de la
unción y la oración, todos se vuelven iguales. En cambio, se ignora si esa
hermandad también se extiende al desembarco de bolsos de la corrupción
subdesarrollada que el descontrol inaudito de López trató de depositar en la
casa de auxilios como si ésta tuviera patente de banco. Con algún criterio,
claro: en general, antes en esos lugares nunca se preguntaba de dónde provenía
el dinero.
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