Por Pablo Mendelevich |
Ahora lo políticamente correcto es afirmar que la
sensibilidad social de Perón fue incomparable; Frondizi fue un inmenso
estadista, Alfonsín, el padre de la democracia e Illia, el presidente más
honesto que hubo.
Pero esas opiniones, más o menos difundidas entre los
argentinos, no eran las que predominaban cuando cada uno de ellos gobernaba.
El caso de Arturo Illia, de cuyo derrocamiento hoy se cumple
medio siglo, quizás sea el más elocuente en cuanto a ese mecanismo de
reconocimiento tardío, casi anacrónico, concentrado sobre un rasgo escurridizo
en la política, el de la honradez. Reconocimiento, huelga decirlo, estéril para
el devenir -porque ya no se puede volver atrás- y poco rendidor en términos de
las lecciones de la historia cuando no media una revisión expresa de
comportamientos. La admisión de que se debió haber actuado de otra forma con él
no es lo que abunda. Desde luego que habría que haberlo justipreciado mejor
hace cincuenta años, no ahora con intención museológica o inocua corrección
política.
Contra lo que mucha gente cree, en gran parte porque el
kirchnerismo machacó durante años con la concepción binaria de la historia, el
golpe de 1966 no tuvo sólo dos actores, el que entró con la infantería a la
Casa Rosada y el que salió de ella en un taxi, destituido manu militari. Las
cosas fueron un poco más complicadas, entre otras cosas por el papel
desestabilizador que cumplió el peronismo.
La evidencia está en los archivos. A fin de junio, en el
preciso momento en que el general Juan Carlos Onganía juraba como nuevo
presidente, Perón recibía en Puerta de Hierro al periodista Tomás Eloy
Martínez, enviado de la revista Primera
Plana, y le decía: "Para mí, éste es un movimiento simpático porque se
acortó una situación que ya no podía continuar. Cada argentino sentía eso.
Onganía puso término a una etapa de verdadera corrupción. Illia había detenido
al país queriendo imponerle estructuras del año mil ochocientos, cuando nace el
demoliberalismo burgués, atomizando a los partidos políticos. Si el nuevo gobierno
procede bien, triunfará".
Como prueba del apoyo peronista al golpe, lo habitual ha
sido recordar que importantes dirigentes, como el metalúrgico Augusto Vandor,
asistieron a la jura del nuevo dictador en la Casa Rosada. Sin embargo, la
palabra del líder parece ser más elocuente que los gestos políticos de aquel
dirigente sindical luego rebelde, que terminaría sus días asesinado por una
célula guerrillera. Lo que publicó Primera
Plana el 30 de junio de 1966 está reproducido en el sitio El historiador,
de Felipe Pigna, quien no suele ser tildado de "gorila" por la
historiografía peronista. Dice allí Perón: "Simpatizo con el movimiento
militar porque el nuevo gobierno puso coto a una situación catastrófica. Como
argentino hubiera apoyado a todo hombre que pusiera fin a la corrupción del
Gobierno Illia. La corrupción, como el pescado, empezó por la cabeza. Illia usó
fraude, trampas, proscripciones; interpretó que la política era juego con
ventaja; y en política, como en la vida, todo jugador fullero va a parar a
Villa Devoto. El hombre que acabó con eso, por supuesto, tiene que serme
simpático, pero no sé si también lo será en el futuro. El defecto del actual
gobierno es no saber exactamente lo que quiere, pero la cosa va a ser cuando
desate el paquete, porque ellos tampoco saben lo que hay allí".
Prosigue el general Perón desde Madrid: "Argentina,
cuando trabaja, equilibra en seis meses lo estructural y en dos años resuelve
todos los problemas económicos. En economía no hay milagros. En economía, la
misión fundamental del gobierno es dar posibilidad a la gente para que se
realice. El gobierno anterior fracasó porque intentó gobernar sin concurso
popular. Pero para eso hace falta grandeza, olvido de las pasiones. Yo ya estoy
más allá del bien y del mal. Fui todo lo que se puede ser en mi país, por eso
puedo hablar descarnadamente. No tengo interés en volver a la Argentina para
ocupar cargos públicos. Quiero, claro, volver a la patria, pero sin
violencias".
No hace falta advertir que los reproches de Perón a Illia
por haber gobernado, a su juicio, "sin concurso popular", como
justificación explícita del derrocamiento, podrían funcionar cincuenta años
después como legitimación de sectores minoritarios dispuestos a aplicar la
misma lógica con Macri. Perón no se quejaba en aquella entrevista de la
proscripción legal del peronismo, impuesta por las Fuerzas Armadas y acatada
por todos los partidos políticos, sino porque según él Illia gobernaba sin el
pueblo, una crítica similar a la que el kirchnerismo cristinista le hace al
gobierno de Cambiemos cuando sugiere que tamaño pecado justificaría medidas
extremas contra quien gobierna "para los ricos".
Varios historiadores sostienen que el del 28 de junio de
1966 fue el golpe más injustificado de la historia, incluso visto desde el lado
de sus ejecutores. Uno de los militares que entró al despacho presidencial
aquella madrugada para desalojar al presidente constitucional, el coronel Luis
César Perlinger, se arrepintió en forma pública y pidió disculpas. El
peronismo, en cambio, pese a que muchos de sus dirigentes se suman hoy a las
mayorías que exaltan la honestidad de Illia, no revisó de modo formal su papel.
Repiten muchas veces que en 1963 ganó el voto en blanco. En realidad, el voto
en blanco fue altísimo, pero llegó al 18 por ciento. Illia había ganó con el 25
por ciento de los votos y los colegios electorales lo consagraron luego por
mayoría absoluta. Su gobierno recogió en parte los planteos de la central
obrera, llevó adelante medidas estatistas, incrementó el gasto e impuso
controles de precios, pero no pudo evitar el acecho de las protestas
motorizadas por José Alonso desde la propia CGT, en sintonía con el desafío
trazado por Perón. Siguieron los paros imprevistos y las tomas de fábricas.
Médico de pueblo, el presidente Illia no respondió en forma enérgica, con
represión, sino de manera parsimoniosa, ante lo cual la oposición comenzó a
estigmatizarlo como ineficiente. La fama le valió el apodo peyorativo de
tortuga y esto derivó en el famoso episodio de las tortugas plantadas en la
Plaza de Mayo, con los ojos de hoy una risueña acción de impacto mediático,
pero en aquella época una movida muy hostil de descalificación.
El kirchnerismo, siempre reduccionista, metió al golpismo
del siglo XX en su rústico molde de pares antagónicos: pueblo y oligarquía,
patria y antipatria, los buenos y los malos. Extrapoló la explicación del golpe
de 1976 en forma genérica a los derrocamientos anteriores y divulgó hasta en
las escuelas primarias la certeza de que los golpes no fueron militares sino
cívico militares. A los militares los describió como un instrumento de la
oligarquía y los sectores concentrados, pero sobre el papel en 1943, 1962 y
1966 de Perón, a la vez un militar y un político, evitó las precisiones.
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