Por Héctor M. Guyot
En todo carnaval llega el momento en que se caen las
máscaras, y el kirchnerismo no podía ser la excepción. Lo que durante la fiesta
es embriaguez y alegría, la espuma de una euforia que no conoce límites, al día
siguiente, con el canto de los pájaros, troca en una mueca torcida que nos
delata ante el espejo. Es un momento dramático en el que se apaga la música y
la mentira ya no acude al rescate. Estamos, por fin, ante lo que en verdad
somos.
El kirchnerismo fue un carnaval berreta hecho de serpentina
y cartón, pero bañado en ríos de alcohol (sólo así se entiende la euforia), y
su caída se produce en medio de una de esas resacas bravas que hacen llorar y
reír al mismo tiempo. Tiene todo el patetismo tragicómico que Fellini conjuró
en muchas de sus películas. José Francisco López está lejos de un Alberto
Sordi, pero fue capaz de protagonizar una escena para la antología del realismo
mágico latinoamericano, un cóctel decadente donde no falta nada: los bolsos
llenos de dólares arrojados como fardos por sobre la tapia, un convento dejado
de la mano de Dios, unas monjas centenarias y enclaustradas, una abogada
cumbiera de caderas generosas y un burgués pequeño, pequeño que, en sus
limitaciones, no parece del todo consciente de la magnitud de su crimen ni de
la parábola que encarna. ¿Alguien conoce un carnaval más colorido?
Como si fuera poco, antes de su caída López hizo otro aporte
a la posteridad: llevó el relato a su máxima expresión y lo forzó hasta hacerlo
estallar: "Me quieren robar lo que robé para las monjitas", se
justificó cuando los policías se disponían a detenerlo. Después de algo así,
parece claro que el kirchnerismo, que va camino a quedar en los libros de
historia como una asociación ilícita blindada por un discurso, dio todo lo que
tenía para dar. También, que acaba en su ley: a falta de condenas reales, queda
como consuelo la justicia poética de un final tan patético y bizarro.
Dan ganas de reír, si no fuera para llorar. Porque los
millones contenidos en esos bolsos, que son muchos para que un cristiano los
ande cargando por ahí, representan una parte insignificante de lo que se
llevaron todos los López y sus dos patrones durante la década ganada. Si fueron
capaces de hincarse a rezar para obtener la protección de un obispo y de la
Virgen Santísima mientras profanaban con su botín el monasterio y la vida
contemplativa de tres pobres monjitas, es muy probable que, tal como los perros
con sus huesos, hayan escondido o enterrado sus dólares termosellados en los
lugares menos pensados. El día en que los dólares crezcan en tierra y den fruto
como el trigo, la Argentina será un país rico. Lo más triste de todo es que lo
que se robaron ayer es precisamente lo que falta hoy en las manos de los que
menos tienen.
Otra vez, la Justicia llega tarde. Ocho años tarde. En
verdad, no llega: actúa por vergüenza. Pese a todas las pruebas que se acumulan
en los expedientes, aquí nadie queda detenido si no es pescado in fraganti y a
la vista de todos contando parvas de dólares mal habidos. Parece que la
Justicia procede y detiene no cuando la prueba reunida lo exige, sino cuando no
queda más remedio.
Más allá de sus ribetes de película, la mala noche de López
no sorprendió a quienes ya tenían en claro la verdadera naturaleza de los
gobiernos de los Kirchner. Pero, más aun que las imágenes de los muchachos que
contaban billetes en La Rosadita, este nuevo episodio deja al desnudo la
hipocresía de los gobiernos K, que vendían conciencia social cuando en los
hechos esquilmaban sin escrúpulos y con gélida codicia a los pobres que decían
defender. Después de esto, es más fácil diferenciar a los cínicos de los
cándidos entre los kirchneristas. Los intentos de Recalde de aislar a López y
mostrarlo como una oveja descarriada, cuando en verdad fue una pieza clave en
la matriz corrupta que montó el matrimonio presidencial, resultan lastimosos.
"Fuimos el primer bloque que condenó esto", dijo, pero le falló la
convicción: las palabras caían al piso apenas salían de su boca.
Más sincero pareció el estupor de artistas que, con su apoyo
ciego, sostuvieron durante estos años el gobierno kirchnerista. Gerardo Romano
se manifestó abochornado, pero Coco Sily fue más gráfico: "Hablemos de
nuestros bolsos llenos de guita", desafió, en franca rebelión. Echarri
dijo estar dolido, pero agregó que la corrupción no es inherente al
kirchnerismo. Nadie podría reprocharles los valores que reivindican. Lo difícil
de entender es que hayan creído hasta ahora que Néstor y Cristina los
encarnaban. La reina sin corona volvió a hablar de proyecto. Despierten. No
hubo proyecto. Sólo hubo el loco afán de acumular, a cualquier costo, poder y
dinero.
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