La lucha contra la corrupción es típica de los
inicios
de gobierno. Lecciones para aprender.
Por Roberto García |
Dicen que el presidente Carlos Menem,
en el inicio de su primer mandato, le solía decir a su ministro Gustavo Beliz:
“Adelante, no aflojes en la lucha contra los que le roban al Estado”.
Comentario gracioso para algunos, claro. Eran tiempos en los que el riojano
denunciaba el caso Yacyretá como “el monumento a la corrupción” (a propósito,
muchos de aquellos proveedores de la obra han continuado y multiplicado sus
contratos).
No duró mucho Beliz, tampoco aquella monserga de Menem,
y todos saben aproximadamente cómo acabó la historia de ese gobierno.
Dicen que el presidente Nestor
Kirchner, también en el inicio de su gestión, se
jactaba de la transparencia de su gobierno. Curiosamente, contaba en ese
principio con Gustavo Beliz de ministro, al que había convocado por una pátina
de inviolabilidad moral que le otorgaban las encuestas (hasta lo acompañaba,
incluso, un equipo de presuntos titanes en pugna contra la venalidad pública).
Tampoco duró mucho Beliz, obvio. Más tarde, dicen, Cristina habría de
repetir catilinarias semejantes contra la corrupción, después de
haberse sorprendido por la herencia inmanejable que le dejó el difunto. “Acá se
corta todo”, le atribuyen en su vehemencia. No tuvo la tijera y ya todos saben
cómo acabó la historia de su gobierno.
Dicen que Mauricio
Macri, desde que empezó su gobierno, se encargó de avisarles a
casi todos sus ministros que sería impiadoso con aquellos que sorprendiera en
actos delictivos, que estaba en el cargo para luchar contra la
corrupción. Para algunos cercanos, esa recomendación pasional proviene
de un cambio espiritual del personaje, casi religioso, de conclusiones surgidas
en sus reflexiones budistas que suelen cambiar ciertos hábitos de vida. Al
menos, parte de ese nuevo empeño no responde a una anterior historia
empresaria, su actuación boquense, ni a su jefatura municipal. En este caso, la
historia empezó hace poco, nadie sabe cómo acaba. El tema de la corrupción,
asignatura incumplida de muchos gobiernos, promueve desde la venidera ley del
arrepentido (dedicada en exclusividad a este rubro) un abanico de alternativas
imprevisibles. Casi como ocurre en Brasil o como ocurrió en Italia. Los premios
a los culpables que confiesan y acusan, la reducción de penas (por ejemplo, a
Marcelo Odebrecht, ya parece que por su stand up cantor le quitarán una década
a la condena inicial de l8 años y seis meses) invitan a incrementar la lluvia
de causas judiciales, hoy vertiginosas con investigaciones, procesamientos y
detenciones. Justo cuando la Justicia se encuentra bajo sospecha y el propio
Macri –quien tuvo más de un tropiezo en los estrados– plantea cambios y la
remoción de magistrados. Con idas y vueltas, dudas, falta de pericia, numerosos
influyentes y la inquietud de que el aguacero también lo salpique (en su
cercanía hacen cuernitos cuando se nombra, por ejemplo, al fiscal Federico
Delgado, un impenetrable). La vorágine desbocada implica que el titular de la
Cámara de la Construcción haya denunciado presunta connivencia de la ex
mandataria Cristina con la corrupción y ningún fiscal lo hubiera citado. El escándalo
se remedió: comparece el lunes. O que el director de YPF, Fabián Rodríguez
Simón, el “Pepín” que nutre al Presidente de savia judicial, haya justificado
en el Parlasur no votar la exclusión de José López por
respeto al derecho. Justo Rodríguez Simón, tan preservativo de la Justicia, que
fue quien le acercó a Macri el decreto malhadado para designar dos miembros de
la Corte Suprema sin pasar por el examen del Senado. Joya de la
institucionalidad.
La cuestión del arrepentido aterra hoy a gobernadores e
intendentes, funcionarios nacionales y empresarios reconocidos no sólo por la
eventual palabra de Lázaro Báez, el desesperado López o personajes secundarios
de la misma laya, también por la concurrencia de otros casos. La
presión sobre Julio De Vido invita al destape; más de oyente, aguarda su
diabética voz como una revelación. Impropio tal vez para quien presume de
peronista. El fenómeno se recarga con participaciones estelares como la de
Elisa Carrió, de volátil mejoría en las encuestas por su oleada de denuncias,
algunas de precisión relojera y otras teñidas de sensacionalismo y extravío,
como el complot de las nuevas facturas de gas y luz que realizan las propias
empresas beneficiadas o el “todo por un peso” que engloba con imputaciones
desdorosas a Ricardo Lorenzetti, al Papa, a Sergio Massa, a amigos de Macri
como Daniel Angelici, a su propio padre, Franco, o a su primo Jorge. No se sabe
aún si el estrellato de la dama Savonarola responde a indicaciones de Macri o a
su atónita y oriental mudez. Nadie, mientras, le responde con argumentos a la
diputada, le huyen hasta de la mirada, sólo algunos se suman al rumoreo de los
servicios de inteligencia –circulando por el Congreso– sobre posibles vínculos
con alguna empresa chaqueña dedicada al negocio garrafero, de formidable
expansión amarilla como su nombre y naturalmente entroncada con la política del
cuestionado De Vido. Versiones de poca monta contra quien se opuso a ciertos
términos del blanqueo, ordenó votarlo, pero ella desertó del escrutinio.
Macri, a quien los
problemas de salud le han impedido cumplir su mayor deseo lúdico –jugar en la
recién sembrada canchita de Olivos–, se muestra ambiguo con Carrió, como con su
canciller part time Susana Malcorra, de repente tersa y suave con el gobierno
de Maduro, cuando muchos imaginaban mandobles públicos. Se dijo que ella era
egoísta, que privilegiaba la búsqueda de votos para su candidatura en Naciones Unidas, cuando en rigor la
hicieron reflexionar: no interfiera con actitudes críticas cuando Venezuela
atraviesa una crisis de epílogo indeseado, al menos en el pensamiento alarmista
de Washington y el Papa, siempre obsesionado con los baños de sangre. Había más
elementos para meditar, seguramente se lo explicaron al jefe de Gabinete,
Marcos Peña, quien sin anuncios viajó a los Estados Unidos para un curso
acelerado de 48 horas en el que le explicaron la importancia de no generar
disturbios en la región frente al acuerdo de paz con la guerrilla colombiana,
negociación ardua que enhebraron el gobierno Obama, Gran Bretaña, otro país
europeo, la propia Iglesia Católica, Cuba y un comprensible Maduro que para
ciertas cuestiones no percibe el olor a azufre. Hubo años de deliberación para
instrumentar garantías, localizaciones, protección de testigos, nuevas
identidades para guerrilleros y militares, proceso que ningún imprudente debía
complicar. Siempre se aprende con los viajes.
© Perfil
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