El presidente Santos (izq.) estrecha la mano del jefe de las FARC, Timochenko, ante el líder cubano, Raúl Castro (centro). |
Por Salud Hernández-Mora
Santos se anotó otro triunfo internacional. Rodeado de
mandatarios y de Ban Ki-Moon, y con su compañero de baile “Timochenko” del
brazo, se dispone a dar el paso definitivo para sacar de la guerra a las FARC.
Lo hace sin tener definidas cuestiones importantes sobre la
supervisión del cese al fuego bilateral y la puesta en marcha del resto de los
puntos acordados, incluida la entrega de armas, y cediendo a la guerrilla la
mayor parte de sus exigencias. Pero a Santos y a sus aliados no les preocupa el
futuro de medio plazo y, menos aún, el precio que Colombia ha pagado para llegar
a este punto.
Lo esencial para esa parte de un país polarizado, dividido
en dos -santistas y uribistas-, es el compromiso de las FARC de no volver a
matar. El resto, empezando por legitimar a la banda terrorista y su medio siglo
de violencia, se les antoja intrascendente.
Para Santos, además, supone pasar a la Historia como el
Presidente que puso fin de 52 años de violencia de la banda terroristas más
grande y antigua del continente. Y si consigue la guinda de un Premio Nobel de
Paz, aunque sea al alimón con un criminal del calibre de Timochenko, habrá
excedido con creces el sueño de emular a su tío abuelo de ser Presidente.
Lo que no recibirá pronto en el plano interno son los
aplausos encendidos que logra fuera de casa. La popularidad de Santos está por
los suelos y el abrumador respaldo mediático local, no disparará su imagen en
las encuestas.
Y como con frecuencia, la percepción que de un Presidente
tienen en el extranjero, no coincide con la de sus conciudadanos. En todo caso,
para Santos, que no se puede relegir y no tiene un partido por el que luchar,
lo que más cuenta es la opinión que de él tenga el mundo occidental.
Lo que no sentará bien en Colombia es que las Fuerzas
Militares y la Policía no puedan tocar un pelo a las FARC sin que hayan entregado
las armas ni exista un plan concreto y preciso sobre cómo va a concentrar sus
tropas y cómo los vigilarán. Es de sobra conocido que las FARC siguen
extorsionando a la ciudadanía y traficando con drogas y pocos creen que
renunciarán a ambos delitos solo con una declaración formal. A eso hay que
agregar que en numerosas regiones donde las FARC son fuertes, también está el
ELN o acaba de llegar, lo que envía el mensaje de que se va una guerrilla, pero
deja a otra en su lugar.
En el exterior, sin embargo, la noticia será recibida como
el fin definitivo del conflicto armado y el inicio de una Colombia pacífica. Si
bien es cierto que la violencia terrorista disminuirá de manera significativa,
al igual que ocurrió cuando las AUC se desmovilizaron estando en el esplendor
de su poder (aunque con ellas no hubo negociación política sino rebaja de
condenas), no se puede pensar que el país pasará la página sangrienta ni que la
zona rural reverdecerá. Con los cultivos de coca triplicados en solo dos años,
debido a una cesión de Santos a las FARC, y con la minería ilegal de oro
desbordada en diferentes departamentos, el fortalecimiento de ELN, EPL y bandas
narcotraficantes tipo Clan del Golfo (antiguos Urabeños) resulta inevitable.
Cómo lograr detener su crecimiento, así como evitar que una
parte sustantiva de las FARC vuelvan a las andadas, serán algunos de los muchos
retos que Santos dejará a su sucesor.
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