Por Nicolás Lucca
Primero. Una cuenta en twitter con nombre de fantasía, el
rostro de Janet Reno –Fiscal General de los Estados Unidos durante la gestión
de Bill Clinton–, y una personalidad ridículamente derechista, realiza en la
red social una broma de discutible gusto respecto a la figura de Néstor
Kirchner y la relación de su hijo Máximo con éste. Automáticamente, una horda
de kirchneristas furiosos salen al cruce de lo que consideran una afrenta
terrible a no sabemos bien quién, dado que nadie de la ex familia presidencial
emitió opinión al respecto.
La broma –una imagen de un esqueleto con una frase de “Che
Máximo Kirchner acá está Néstor por si querés decirle #FelizDiaDelPadre”–
también generó una reacción espasmódica en algunos exfuncionarios del último
gobierno y terminó con un cruce entre el ex Jefe de Gabinete Aníbal Fernández,
y el titular del sistema de medios públicos Hernán Lombardi. En Twitter,
obviamente. Sí, Aníbal Fernández se tomó el palo de Argentina horas después del
arresto de Ibar Pérez Corradi y en pleno vuelo tuvo tiempo para quejarse de que
se le pague el sueldo a una persona que dice lo que se le antoja, cuando se le
antoja y en una cuenta particular. Hernán Lombardi, extitular de la dependencia
donde el autor de Dra. Pignata cobraría un sueldo –por cosas que no incluyen la
cuenta–salió a defender al empleado.
Segundo. El hecho de que se trate de una cuenta particular,
precisamente, debería llevar al silencio a, precisamente, Aníbal Fernández. Ana
Montanaro, guerrillera social media y Gestapo comunicacional del kirchnerismo,
fue asalariada de Jefatura de Gabinete bajo el mando de don Aníbal. Y a
diferencia de Dra. Pignata, utilizó cuentas que representan instituciones
públicas de nuestro país para hostigar a medios, políticos y ciudadanos cualunques
por el sólo hecho de decir cosas contrarias a lo que el exgobierno creía. Para
dimensionarlo: Montanaro cobraba por desprestigiar y atacar a opositores desde
una cuenta que era la cara visible de Argentina hacia el mundo. Desde allí no
dudó en publicar el itinerario de viaje de Damián Pachter, cuando el periodista
huía de Argentina amenazado tras dar a conocer la muerte del fiscal federal
Alberto Nisman. Para rematarla, cuando se retiraron del poder Anita se quedó
con la cuenta @CasaRosadaAR. No, no entregó la contraseña, se la robó. Hoy el
país utiliza de cara al mundo la cuenta @CasaRosada a secas.
Tercero. La peor de las reacciones esperables se hizo
presente luego de que Gabriela Cerruti afirmara –también en Twitter– que uno de
los titulares de la cuenta Dra. Pignata –el autor de la broma– es empleado
público. Fue cuestión de minutos para que personas que no utilizan su nombre y
apellido brindaran el nombre y apellido –y dirección de residencia, título
profesional y hasta recibo de sueldo– de quien cometió el delito nunca escrito
de utilizar una cuenta de fantasía para escribir lo que se le antojó un domingo
en medio de un fin de semana extra large.
Cuesta ponerlo en parámetros aceptables, pero estaría bueno
remarcar un dato que no es menor: tan personal y libre es la cuenta cuestionada
que sus autores han sido críticos de las medidas adoptadas por Mauricio Macri
en incontables oportunidades. Y lo han hecho con el mismo nivel de acidez que
hoy se les critica.
Pero para muchos de los que estuvieron en la Plaza de Mayo
cuando se organizaban kermeses en festejos patrios con actividades que
invitaban a que niños jugaran a escupir al blanco sobre los rostros de
personalidades de la oposición o críticos del kirchnerismo, es necesario
destacar que, para el kirchnerismo residual, uno de los autores de Dra. Pignata
no sólo es empleado público, sino que también es “puto resentido”. Lindo
espectáculo del movimiento a favor de la “inclusión de las minorías” que nos
recuerda a todos cada vez que puede que los homosexuales pueden casarse gracias
a que el modelo Nac&Pop lo permitió. Quizás den por sentado que al poder
casarse automáticamente se añade la condición de “resentido” a la preferencia
sexual, pero probablemente sólo hayan apelado de manera resentida al vocablo
puto para utilizarlo como insulto. Porque putos serán todos los homosexuales,
pero hay clases.
Quinto. Hay una suerte de tabú en los medios a la hora de
abordar el hostigamiento en redes, como si creyéramos que sólo los periodistas
podemos ser hostigados. Es cierto que los que nos dedicamos a este oficio
tenemos una particularidad que no otros poseen: nuestro trabajo es exponer
nuestras ideas, investigaciones, pensamientos o, sencillamente, divulgar un
dato.
Sin embargo, existe una frontera que todos los colegas
conocemos y que tiene que ver con la vida privada de las personas. Puede que no
todos respeten la zanja de Alsina de la ética periodística, pero eso no implica
que no se conozca que, lo que un señor X haga de su vida privada y no se
entremezcle directamente con su desenvolvimiento en la sociedad, queda
reservado a su conciencia. Es un concepto que tal vez suene muy progre, utópico
o futurista, pero que se encuentra contemplado por nuestra Constitución
Nacional desde 1853.
Sexto. Aceptar como normal que se divulguen los datos
personales de una persona que por algo los mantiene privados, es una actitud
tan fascistoide que causaría gracia si no fuera por un pequeño detalle: entre
los comentarios generados en las redes sociales, fueron muchos los que pidieron
que se ajusticie de algún modo a uno de los titulares de la cuenta.
En épocas de tanto fanático sin timón que ruega urgentemente
por el amor de una mujer que no tiene interés ni ganas de tomar la conducción
de ningún movimiento nacional y/o popular, la búsqueda de enemigos es más
redituable emocionalmente que aceptar dos realidades: que la gestión
kirchnerista se terminó, y que el kirchnerismo, tal como lo conocemos, está
kaput. O sea: ante la imposibilidad de creerse que es más grave el modelo económico
del macrismo que el plan de represión ilegal del dictador Jorge Rafael Videla,
o que es más grave una cuenta declarada en el exterior que un tipo armado con
un subfusil que revolea bolsos de dólares por encima de una medianera de un
monasterio falso, el huérfano emocional promedio necesita culpables. Porque los
culpables siempre son más efectivos y rápidos en su acción analgésica que las
explicaciones.
Séptimo. En uno de los peores eneros para trabajar de
periodista –verano de 2015– se sucedieron los atentados en la revista satírica
Charlie Hebdo y la muerte del fiscal Alberto Nisman. Recuerdo haber leído a
decenas de figuras importantes de la comunicación oficial tambalear al querer
poner paños fríos sobre una barbarie perpetrada por unos salvajes que no
dudarían en asesinar por herejes irrecuperables a los mismos que los defienden
desde el occidentalismo buenista.
Si a alguien le parece exagerada la comparación con la
revista satírica francesa, lo invito a que recorra sus páginas. No hace falta
saber francés para interpretar un dibujo de los cardenales que consagraron a
Bergoglio como Papa Francisco, en el que los purpurados aparecen penetrándose
unos a otros para formar un círculo. Tampoco es necesario saber leer, siquiera,
para notar que un dibujo corresponde a la figura del profeta Mahoma sodomizando
a un niño.
Puede resultar polémico, desagradable o cualquier sensación
similar. El humor es tan subjetivo que va de los Monty Python a Sacha Baron
Cohen, y de Telekataplún a Larry de Clay. Hay público para todos y lo que a
otro le puede parecer soporífero, cuestionable o intolerable, a otra persona
puede causarle mucha gracia.
Sin embargo, en épocas en las que todos salieron a bancar a
la revista Barcelona luego de que la justicia la condenara a pagarle a Cecilia
Pando por interpretar que se pasaron de rosca al dibujarla como una prostituta
sadomasoquista, es bueno recordar una cosa: si el destinatario del chiste se
sintió calumniado, puede recurrir a la Justicia. A la de verdad.
Cualquier otro accionar justiciero a mano propia puede hacer
quedar a su perpetrador como un facho.
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