martes, 21 de junio de 2016

Aceptar la defensa de la Dra. Pignata


Por Nicolás Lucca

Primero. Una cuenta en twitter con nombre de fantasía, el rostro de Janet Reno –Fiscal General de los Estados Unidos durante la gestión de Bill Clinton–, y una personalidad ridículamente derechista, realiza en la red social una broma de discutible gusto respecto a la figura de Néstor Kirchner y la relación de su hijo Máximo con éste. Automáticamente, una horda de kirchneristas furiosos salen al cruce de lo que consideran una afrenta terrible a no sabemos bien quién, dado que nadie de la ex familia presidencial emitió opinión al respecto.

La broma –una imagen de un esqueleto con una frase de “Che Máximo Kirchner acá está Néstor por si querés decirle #FelizDiaDelPadre”– también generó una reacción espasmódica en algunos exfuncionarios del último gobierno y terminó con un cruce entre el ex Jefe de Gabinete Aníbal Fernández, y el titular del sistema de medios públicos Hernán Lombardi. En Twitter, obviamente. Sí, Aníbal Fernández se tomó el palo de Argentina horas después del arresto de Ibar Pérez Corradi y en pleno vuelo tuvo tiempo para quejarse de que se le pague el sueldo a una persona que dice lo que se le antoja, cuando se le antoja y en una cuenta particular. Hernán Lombardi, extitular de la dependencia donde el autor de Dra. Pignata cobraría un sueldo –por cosas que no incluyen la cuenta–salió a defender al empleado.

Segundo. El hecho de que se trate de una cuenta particular, precisamente, debería llevar al silencio a, precisamente, Aníbal Fernández. Ana Montanaro, guerrillera social media y Gestapo comunicacional del kirchnerismo, fue asalariada de Jefatura de Gabinete bajo el mando de don Aníbal. Y a diferencia de Dra. Pignata, utilizó cuentas que representan instituciones públicas de nuestro país para hostigar a medios, políticos y ciudadanos cualunques por el sólo hecho de decir cosas contrarias a lo que el exgobierno creía. Para dimensionarlo: Montanaro cobraba por desprestigiar y atacar a opositores desde una cuenta que era la cara visible de Argentina hacia el mundo. Desde allí no dudó en publicar el itinerario de viaje de Damián Pachter, cuando el periodista huía de Argentina amenazado tras dar a conocer la muerte del fiscal federal Alberto Nisman. Para rematarla, cuando se retiraron del poder Anita se quedó con la cuenta @CasaRosadaAR. No, no entregó la contraseña, se la robó. Hoy el país utiliza de cara al mundo la cuenta @CasaRosada a secas.

Tercero. La peor de las reacciones esperables se hizo presente luego de que Gabriela Cerruti afirmara –también en Twitter– que uno de los titulares de la cuenta Dra. Pignata –el autor de la broma– es empleado público. Fue cuestión de minutos para que personas que no utilizan su nombre y apellido brindaran el nombre y apellido –y dirección de residencia, título profesional y hasta recibo de sueldo– de quien cometió el delito nunca escrito de utilizar una cuenta de fantasía para escribir lo que se le antojó un domingo en medio de un fin de semana extra large.

Cuesta ponerlo en parámetros aceptables, pero estaría bueno remarcar un dato que no es menor: tan personal y libre es la cuenta cuestionada que sus autores han sido críticos de las medidas adoptadas por Mauricio Macri en incontables oportunidades. Y lo han hecho con el mismo nivel de acidez que hoy se les critica.

Pero para muchos de los que estuvieron en la Plaza de Mayo cuando se organizaban kermeses en festejos patrios con actividades que invitaban a que niños jugaran a escupir al blanco sobre los rostros de personalidades de la oposición o críticos del kirchnerismo, es necesario destacar que, para el kirchnerismo residual, uno de los autores de Dra. Pignata no sólo es empleado público, sino que también es “puto resentido”. Lindo espectáculo del movimiento a favor de la “inclusión de las minorías” que nos recuerda a todos cada vez que puede que los homosexuales pueden casarse gracias a que el modelo Nac&Pop lo permitió. Quizás den por sentado que al poder casarse automáticamente se añade la condición de “resentido” a la preferencia sexual, pero probablemente sólo hayan apelado de manera resentida al vocablo puto para utilizarlo como insulto. Porque putos serán todos los homosexuales, pero hay clases.

Quinto. Hay una suerte de tabú en los medios a la hora de abordar el hostigamiento en redes, como si creyéramos que sólo los periodistas podemos ser hostigados. Es cierto que los que nos dedicamos a este oficio tenemos una particularidad que no otros poseen: nuestro trabajo es exponer nuestras ideas, investigaciones, pensamientos o, sencillamente, divulgar un dato.

Sin embargo, existe una frontera que todos los colegas conocemos y que tiene que ver con la vida privada de las personas. Puede que no todos respeten la zanja de Alsina de la ética periodística, pero eso no implica que no se conozca que, lo que un señor X haga de su vida privada y no se entremezcle directamente con su desenvolvimiento en la sociedad, queda reservado a su conciencia. Es un concepto que tal vez suene muy progre, utópico o futurista, pero que se encuentra contemplado por nuestra Constitución Nacional desde 1853.

Sexto. Aceptar como normal que se divulguen los datos personales de una persona que por algo los mantiene privados, es una actitud tan fascistoide que causaría gracia si no fuera por un pequeño detalle: entre los comentarios generados en las redes sociales, fueron muchos los que pidieron que se ajusticie de algún modo a uno de los titulares de la cuenta.

En épocas de tanto fanático sin timón que ruega urgentemente por el amor de una mujer que no tiene interés ni ganas de tomar la conducción de ningún movimiento nacional y/o popular, la búsqueda de enemigos es más redituable emocionalmente que aceptar dos realidades: que la gestión kirchnerista se terminó, y que el kirchnerismo, tal como lo conocemos, está kaput. O sea: ante la imposibilidad de creerse que es más grave el modelo económico del macrismo que el plan de represión ilegal del dictador Jorge Rafael Videla, o que es más grave una cuenta declarada en el exterior que un tipo armado con un subfusil que revolea bolsos de dólares por encima de una medianera de un monasterio falso, el huérfano emocional promedio necesita culpables. Porque los culpables siempre son más efectivos y rápidos en su acción analgésica que las explicaciones.

Séptimo. En uno de los peores eneros para trabajar de periodista –verano de 2015– se sucedieron los atentados en la revista satírica Charlie Hebdo y la muerte del fiscal Alberto Nisman. Recuerdo haber leído a decenas de figuras importantes de la comunicación oficial tambalear al querer poner paños fríos sobre una barbarie perpetrada por unos salvajes que no dudarían en asesinar por herejes irrecuperables a los mismos que los defienden desde el occidentalismo buenista.

Si a alguien le parece exagerada la comparación con la revista satírica francesa, lo invito a que recorra sus páginas. No hace falta saber francés para interpretar un dibujo de los cardenales que consagraron a Bergoglio como Papa Francisco, en el que los purpurados aparecen penetrándose unos a otros para formar un círculo. Tampoco es necesario saber leer, siquiera, para notar que un dibujo corresponde a la figura del profeta Mahoma sodomizando a un niño.

Puede resultar polémico, desagradable o cualquier sensación similar. El humor es tan subjetivo que va de los Monty Python a Sacha Baron Cohen, y de Telekataplún a Larry de Clay. Hay público para todos y lo que a otro le puede parecer soporífero, cuestionable o intolerable, a otra persona puede causarle mucha gracia.

Sin embargo, en épocas en las que todos salieron a bancar a la revista Barcelona luego de que la justicia la condenara a pagarle a Cecilia Pando por interpretar que se pasaron de rosca al dibujarla como una prostituta sadomasoquista, es bueno recordar una cosa: si el destinatario del chiste se sintió calumniado, puede recurrir a la Justicia. A la de verdad.

Cualquier otro accionar justiciero a mano propia puede hacer quedar a su perpetrador como un facho.

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