Por Martín Risso Patrón |
«[...] Los grupos mafiosos tienen sus códigos y dejan marcas en los
cuerpos de sus víctimas para mandar mensajes internos y externos. La traición,
el engaño, “puentear” a un enlace o superior, o ser considerado un “enemigo
íntimo”, parecen ser las acciones suficientes para que un integrante de estos
grupos conozca la muerte. [...]»
[Doctor en
Criminología Raúl Torre].
En el término de algo más de un año, y vinculados con dos
situaciones que involucran al Régimen de triste memoria, aparecieron dos
muertos en sendos baños familiares. No es arbitrario que aquí llame yo la
atención de esta coincidencia, pues se trata ni más ni menos de dos casos
policiales paradigmáticos, digo bien casos
policiales, que, de no haber sucedido se hubieran destapado ollas hediondas
en torno al poder político del ejecutivo nacional: El caso AMIA y sus
incontables peripecias, y el caso money
cash wash que está en cartelera en todas las salas, con un éxito de
taquilla que mire vea. Pero la hediondez, como buen fluido, lo mismo ocupa el
aire que mal respiramos los de a pie.
El costado trágico en el primero, está patentizado en que el
muerto del baño era nada más ni nada menos que un Fiscal de la República,
encargado de investigar hasta el hueso en la conexión local con los atroces
asesinos que marcaron para siempre con sangre el barrio de Once, asesinando
masivamente a pacíficos ciudadanos el 18 de julio de 1994, sin que la espada de
la Justicia durante 21 años haya caído, afilada, sobre el pescuezo de los
genocidas. El 18 de enero de 2015, el Fiscal federal Alberto Natalio Nisman, recién cumplidos los 51 años de edad,
preparaba sus últimos apuntes para presentarse en la mañana del lunes 19 ante
el Congreso de la República, a informar ante la Comisión de Legislación Penal
de la Cámara de Diputados sobre sus importantes hallazgos sobre la criminalidad
del hecho. Fue hallado muerto en el baño de su departamento con herida de arma
de fuego. La Fiscal Viviana Fein [61],
de turno ese domingo, debió hacerse cargo de la investigación. Comienza en ese
momento un largo desfiles de acontecimientos que más embarraron el camino a la
Verdad, que encender su Luz en el caso. En un acto fallido ante decenas de
periodistas, Fein afirmó: “...lamentablemente hay indicios de que no
fue un suicidio...”, palabras más, palabras menos. Hoy, desde un retiro
lleno de fantasmas, la Fiscal sostiene ante quien quiera oírla: “Nisman
se suicidó”.
Quedó el caso ya hace más de un año, en las turbias aguas de
la impunidad; aguas sucias agitadas de ven en cuando por aquellos que
pretendemos Justicia, y haciendo resaca, los que no lo quieren. Involucrados,
hay ciertos oscuros personajes de del espianato local; uno, en particular, con
cara de ángel. El otro, archiconocido. El asunto es que Nisman se suicidó. En el baño.
Luego del recambio institucional en el gobierno de la
República, derrota electoral mediante,
del FpV liderado por CFK, con la escalada mediática de la Justicia, a cuyos
jueces federales les picó el bicho de la investigación del régimen de peor memoria de los regímenes civiles y legitimados por
las urnas, que podría tener consecuencias espeluznantes para la vida
institucional de la República, y la exhibición de los ladrones ante la vindicta
del Pueblo, apareció otro muerto vinculado a las investigaciones.
El cuerpo de Horacio
Quiroga [65], ex director de Epur SA y Misahar SA hasta noviembre de 2010,
dos empresas petroleras de Lázaro Báez,
fue hallado ya sin vida en su casa con un golpe en la nuca. La carátula
presuntiva del expediente judicial: “Muerte
dudosa”. Primeras pericias tanatológicas: Edema pulmonar y golpe en la
nuca. En el baño de su departamento.
En declaraciones públicas, este hombre, en dos oportunidades
había vinculado a Báez y sus
prácticas empresariales, con Néstor
Carlos Kirchner. Era director de las empresas, pero le estaba prohibido
firmar los cheques de las mismas. Estaba
a punto de declarar en las investigaciones de SS. Cassanello sobre Báez y
el dinero robado al Pueblo.
No tiraron la cadena
Rebasan los conductos y el desborde huele mal. Como un baño
trancado, salen a la superficie aquellas cosas que hieden. Encima, en el
desbande, alguno olvidó tirar la cadena. El baño da señales concretas de
sucedidos criminales, con gestos esotéricos. ¿Casualidades...? ¿Mensajes
conscientes...? Los casos Nisman y Quiroga suman un interrogante digno de Jules
Maigret o de Sherlock Holmes, o si prefiere, de Salvo Montalbano, preferido de
Doña Clota. Los adictos televidentes saben a quiénes me refiero. Los sabuesos
más perros para el crimen y los criminales.
Hay una coincidencia por demás supina como para aislar una
muerte de la otra. La escena del crimen. Los expertos en semiótica criminal, que es la interpretación de los signos que
rodean un crimen de sangre, toman nota de esto. Dos muertes vinculadas a un
mismo entorno, con diferentes orígenes, y que son la clave para comprender cada
hecho que compromete al mismo gobierno, se escenifican en el baño.
A riesgo de parecer escatológico, lo que no me interesa,
impulso a los investigadores interpretar el mensaje que yo hipotetizo como
implícito en los dos casos: Ambos muertos, uno al parecer “por mano propia”, y
el otro “por mano del destino”, exhalaron su último suspiro en el baño; lugar
de los excrementos humanos. Teléfono jueces de la Justicia Federal.
Ya lo dijo Don Vito Corleone: “Che sembro un incidente...”
[que parezca un accidente].
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