El hombre-massa y la
cultura de la vulgaridad
José Ortega y Gasset: "El hombre-masa proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él". |
Por Candela
Touza-Vidal
En su obra La rebelión
de las masas, Ortega y Gasset exponía lo que opinaba de la época que le
había tocado vivir desde su punto de vista: una realidad vacía, llena de
apariencias pero sin profundidad, sin objetivos, protagonizada por uno de los
conceptos más relevantes, curiosos y notables del padre del raciovitalismo: el
hombre-masa.
¿Quién es el
hombre-masa?
Es ni más ni menos que el conformista al que la vida le parece
fácil, que se siente en control de la realidad que le rodea y que no se somete
o siente sometido a nada ni a nadie. Es un individuo egoísta y mimado, un ser
cuya máxima preocupación es sí mismo. Este también es el hombre del siglo XXI,
preocupado por las tendencias y las apariencias, poco profundo.
“El hombre-masa (…) sintiéndose vulgar, proclama el derecho
a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él”.
¿Quién lo teme?
El gran temor es la imposición de la masa sobre el total de
la sociedad, ya que esta masa alocada no ve más allá de sí misma, no respeta,
no sigue. La masa se impone. Los que tradicionalmente se consideraban lujos
reservados a unos pocos, se convierten ahora en los placeres a los que todos
tienen acceso. La masa ya no va detrás, ahora se coloca en cabeza, viéndose a
sí misma más merecedora, con una vida que es “más vida que todas las antiguas
(…) el pasado íntegro que se le ha quedado chico a la humanidad actual”.
El hombre-masa es autosuficiente. “Por lo menos en la
historia europea hasta la fecha, nunca el vulgo había creído tener «ideas»
sobre las cosas. Tenía creencias, tradiciones, experiencias, proverbios (…)
Nunca se le ocurrió oponer a las ideas del político otras suyas; ni siquiera
juzgar las «ideas» (…)Hoy, en cambio, el hombre medio tiene las «ideas» más
taxativas sobre cuanto acontece y debe acontecer en el universo. Por eso ha
perdido el uso de la audición. ¿Para qué oír si ya tiene dentro cuanto le hace
falta?”.
El triunfo de la vulgaridad a manos de este hombre-masa es
lo que la hace constar, lo que la sitúa por encima de todo. Como si no
respondiese a razones; posee todos los poderes. Él se lo guisa y él se lo come.
Con mucho sentido del humor y cierto grado de preocupación,
Ortega se aventuró a definir otro tipo de ‘ejemplar’ propio de su tiempo y que
se extiende hasta el presente: el especialista. Al explicar cómo es este
individuo, se encuentra con que, en el pasado, era sencillo agrupar a los
hombres. Existían dos grupos, sabios e ignorantes; y dentro de cada uno, varios
grados.
El especialista, que a principios de siglo llegó a su “más
frenética exageración”, es un hombre que “no es un sabio, porque ignora
formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante
porque es un «hombre de ciencia» y conoce muy bien su porciúncula de universo.
Habremos de decir que es un sabio-ignorante”, ya que, dependiendo del tema en
cuestión, se comportará de una u otra manera.
Hoy día podría decirse que la situación se ha acentuado y
generalizado hasta tal punto que todo el mundo, cualquier individuo opina o,
mejor dicho, impone su opinión sobre cualquier materia. El hombre-masa es
especialista en todo y más que nunca se siente en posesión de la verdad, su
verdad, y trata de imponerla.
Una monótona
repetición
La descontextualización de una obra siempre conlleva
incompletas interpretaciones de la misma. La rebelión de las masas fue escrita
durante la aparición de los totalitarismos, algo que el lector no debe ignorar:
“Bolchevismo y fascismo (...), dos claros ejemplos de regresión sustancial”.
¿Dónde está el error? ¿La regresión? ¿En qué se equivoca la
masa que apoya, defiende, entiende estos regímenes? En el hecho de que se
vuelven a cometer los mismas equivocaciones. El hombre-masa no ha aprendido, no
ha escuchado lo que la historia tiene que contar y lanza revoluciones que no
triunfarán porque tropezarán en la misma piedra una y otra vez.
La sociedad de masas crea el Estado para el servicio de sí
misma. ¿Cómo es posible entonces que el resultado sea el inverso y que la masa
acabe estando al servicio del mismo? A modo ilustrativo, el caso de Mussolini,
que una vez en el poder solo tuvo que emplear la máquina del Estado de forma
extrema. Las herramientas creadas por la democracia liberal ya estaban
establecidas. Solo tenía que saber cómo utilizarlas.
¿Por qué es
relevante?
El arte, el pensamiento y la cultura en general deben ser
responsabilidad de unos pocos y no de todos –dice Otega–. Con esto no quiere
decir que deba reservarse a unos cuantos, sino que es la minoría que se ha
renovado y se distancia de la masa, la que debe abrir nuevos caminos en el
arte, en el pensamiento, en la creatividad. La cultura en general existe para
que todo el mundo la disfrute –y ahí es donde entra su lado más democrático–,
pero no debe ser cualquiera quien la desarrolle y la cultive, o se vulgarizará.
El pseudo-intelectual/hombre-masa no posee el conocimiento,
el individualismo y el deseo de superación necesarios para desarrollar o elevar
ni las artes, ni el pensamiento. Es un hombre satisfecho, apático, incluso
conformista; no se marca metas, es como si ya hubiese llegado a donde tenía que
llegar. Le falta ese ímpetu, esa hambre, de querer saber más que el hombre de
épocas pasadas. La pereza de la masa. Y es un grave error, pues como dijo en su
día el gran Don Miguel de Cervantes: “el camino es siempre mejor que la
posada”.
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