Por Guillermo Piro |
Muchos creen que la opción de agregar notas al pie de página
a las novelas es una invención moderna. Pero no. Es cierto que muchas novelas
del siglo XX las tienen, pero en realidad las notas al pie son un ingrediente
importante de muchas novelas anteriores.
Una lista de las novelas que contienen notas sería no sólo
aburrida, sino imposible.
Las notas aparecen en Historia de un tonel, de
Jonathan Swift, en La feria de las vanidades, de Thackeray, en Guerra y paz, de
Tolstoi, en Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, en Veinte años después,
de Dumas y en El Señor de los Anillos, de Tolkien. Y hay al menos una en
Memorias del subsuelo, de Dostoievski. Las usaron Updike y Auster, Pratchett
(muchísimas) y Asimov, Michael Crichton, Michael Chabon, Nicholson Baker, Junot
Diaz y Joyce Carol Oates, Vila-Matas, David Foster Wallace, Douglas Adams, Arno
Schmidt, Julián Ríos, Douglas Coupland, Cortázar y, naturalmente, Umberto Eco.
El origen de estas notas no está en la literatura, sino en
el derecho, y se conecta con una tradición antigua, que es interesante contar
porque describe las estrategias con que a lo largo de los siglos se intentó
contener la natural tendencia de un texto a irse por las ramas, hablando
alegremente de otra cosa, contar historias o introducir comentarios y
aclaraciones sin interrumpir el flujo del discurso. La nota es una evolución
tipográfica de la glosa, con la que, desde que existen los libros, se explicaba
el significado de ciertas palabras oscuras o caídas en desuso. El recurso de la
glosa se desarrolló y se volvió un verdadero oficio –el de glosador– a partir
del siglo VI d.C., cuando el emperador Justiniano prohibió que se hicieran
comentarios a los textos jurídicos, especialmente a su Código, que se considera
la base del derecho actual. La prohibición de Justiniano tuvo un efecto
paradojal: fragmentar los comentarios, insertándolos a los márgenes del texto.
A partir de la invención de la imprenta los glosadores fueron dejados de lado,
pero el problema de aclarar información o agregar otra persistía, por el hecho
de que los que comenzaban a leer libros no eran solamente los estudiosos y los
eruditos.
Según Anthony Grafton, autor del libro Los orígenes trágicos
de la erudición, resulta imposible establecer quién fue el primero en utilizar
las notas al pie de página, pero es seguro que su práctica se desarrolló en
Francia durante el siglo XVII, cuando muchos estudiosos competían por refutar
el Discurso del método de Descartes. Sin embargo hay un candidato al título de
inventor de la nota al pie de página: su nombre es Richard Jugge, tipógrafo e imprentero
muerto en 1577, que tenía un negocio de Biblias en Londres, cerca de la
Catedral de San Pablo. Si así fuera, la invención de la nota el pie se
remontaría a 1568, cuando para comentar un pasaje del Libro de Job, Jugge
introdujo dos notas al final de la página y no en los márgenes, que estaban
ocupados por ilustraciones.
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