El éxito o fracaso de un gobierno no deviene de su
habilidad para comunicar, sino de indicadores como la inflación,
pobreza y
desempleo.
Por Eugenia Mitchelstein (*)
Vivimos una transición
entre dos modelos de comunicación: una
estructura vertical, en la que un grupo pequeño de emisores les hablaba a
millones de receptores, y una configuración horizontal, más abierta, en la
que todos somos productores y emisores de contenido.
El contrapunto entre el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y la
página editorial de La Nación y las opiniones de Elisa Carrió y
la periodista Silvia Mercado sobre la comunicación del
gobierno de Mauricio Macri reproduce esa tensión tanto
en los argumentos como en el formato. Las críticas aparecieron en medios en los
que un grupo de profesionales decide los contenidos. Peña, en cambio, publicó su respuesta en la red social más popular de la
Argentina, Facebook, en la que cada uno de nosotros
es el editor de su propio muro.
Carrió dijo en el
programa de Mirtha Legrand que el “Gobierno comunica muy mal”. El
editorial de La Nación le pide a Macri “que comunique y
explique sus políticas de manera simple y clara para el común de los
ciudadanos”, además de cuestionar las aptitudes de Peña para la tarea. Mercado
sostiene que el macrismo no cree “en los medios de comunicación ni en los
periodistas”, e invita al Gobierno a “adaptarse al nuevo escenario
donde el kirchnerismo está fuera del poder”. Estas tres sugerencias
están unidas por una visión jerárquica de la comunicación gubernamental, en la
que el Presidente y su equipo transmiten información de manera unidireccional a
través de medios tradicionales.
Las recomendaciones de
Carrió y los medios contrastan con lo que propone el jefe de Gabinete en su
página de Facebook: “conversar, no gritar ni imponer”. Peña
argumenta que el Gobierno recurre a redes sociales y “herramientas de
comunicación directa como el teléfono y el email (…) para poder abrir otras
instancias de vínculo directo con los ciudadanos (…) escucharlos y
así generar una verdadera conversación”. A la visión moderna, vertical y
mediatizada, Peña contesta con una estrategia posmoderna, horizontal,
en la que periodistas y medios ya no son el nexo privilegiado entre gobernantes
y gobernados.
El éxito o fracaso de un
gobierno no deviene de su habilidad para comunicar, sino de indicadores como la
inflación, pobreza, desempleo y evolución del Producto Bruto Interno. Con cada decisión sobre estos temas y sus
consecuencias, el Gobierno comunica. Los ciudadanos perciben estos mensajes en
sus interacciones cotidianas como consumidores, productores y trabajadores. No
necesitan leerlo en el diario ni en Facebook. No hay estrategia de
comunicación, por buena que sea, que logre convertir en una noticia positiva el
aumento de la pobreza o de la inflación –ni siquiera su ocultamiento, como se
desprende de la derrota electoral del Frente para la Victoria–. El Gobierno
tiene 18 meses antes de las elecciones de 2017. Si el país crece, si bajan el
desempleo y la inflación, cualquier política de comunicación será imbatible.
Mientras tanto, la
estrategia expresada por Peña de prescindir, aunque sea en parte, de
intermediarios parece resonar con la ciudadanía: su post de Facebook tuvo
1.500 comentarios, comparado con 97 de la columna de Mercado y 85 del editorial
de La Nación. Los argentinos leen, responden, trabajan, hacen las compras y
pagan las cuentas. Tratarlos como chicos a los que hay que explicarles las
cosas de manera “simple y clara” es, en palabras del jefe de Gabinete,
subestimar a la gente.
(*) Directora de la Licenciatura en
Comunicación de la Universidad de San Andrés.
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