Por Jorge Fernández Díaz |
Un hombre de la mesa chica, veterano de cien batallas y
afecto tanto a la relativización de los éxitos como de los fracasos, utilizó en
el primer piso de la Casa Rosada una metáfora bíblica para caracterizar las
chances y complicaciones de la hora. Después de la larga hegemonía peronista
que liquidó las alternancias y por lo tanto la consolidación de una democracia
republicana, sucedió de pronto un pequeño milagro: se abrieron las aguas del
mar Rojo; a un lado quedó la muralla justicialista acechando, y al otro, el
muro amenazante de una economía rota.
"Nosotros tomamos a la gente y
caminamos por el medio tratando de llevarla hasta la otra orilla -graficó-. El
peronismo nos acusa de un ajuste brutal, y Broda y el CEMA de no hacer el
ajuste y de tener una política netamente keynesiana. El océano ruge y flamea a
izquierda y a derecha, pero no se cae y no nos traga, y entonces damos todos
los días un pasito sin mirar atrás, contrariando la historia." El concepto
es falsamente grandilocuente, porque se hace cargo del carácter prodigioso,
accidental y precario del momento, del estigma que persigue a todo gobierno no
peronista y del sesgo heterodoxo de la propuesta de Cambiemos. Pero también da
cuenta de algo indiscutible: aquella sociedad decadente que hizo posible el
kirchnerismo sigue intacta, aunque paradójicamente una parte de ella haya
decidido apostar por un cambio.
Contra lo que se piensa, la peor corrupción no se relaciona
con bóvedas, lavados de dinero y enriquecimientos ilícitos. La corrupción más
grave consistió en crear una burbuja de gratuidad y de consumo irresponsable y
sin respaldo, donde muchos argentinos se acomodaron a ese falso confort sin
pensar que debían ahorrar y producir de manera genuina, y además creyendo que
jamás se cortaría el chorro. El gobierno kirchnerista, como un jefe de familia
complaciente y obsesionado únicamente por ser querido (y votado), repartió
heroína y volvió adicto a su pueblo, que es esclavo una vez más de la plata
dulce y atraviesa hoy un breve síndrome de abstinencia. Ese padre demagógico
sacó créditos impagables y les regaló a sus hijos dinero para que lo gastaran
en fiestas. No los indujo a que compraran casas, estudiaran carreras y abrieran
sus propios negocios para desarrollarse y salir adelante. Sucedió entonces que
la firma familiar, que tiraba manteca al techo, se fundió, y que para salvarla
tuvo que ponerse a la cabeza un tío antipático: los chicos pasaron del
dispendio a la seca, y ahora no quieren ni ir al trabajo en colectivo; por lo
tanto algunos añoran al padre que quebró, y lanzan rayos y centellas contra el
tío severo. Que sólo puede dar malas noticias. "¿Por qué me dicen que
necesito más comunicadores si el anterior gobierno tenía sólo dos: la jefa de
Estado y el jefe de Gabinete?", preguntó Macri hace unos días. Alguien le
respondió: "Porque ellos tenían guita y vos no la tenés". El
Presidente aceptó el argumento: "Nos colocaron al borde del colapso. Y no
es lo mismo el colapso que el borde. El estallido te desata las manos; el borde
exige mucha didáctica". Encuestas de la última semana, sin embargo,
muestran que las aguas del mar Rojo siguen abiertas: después de un mes duro, la
caída de popularidad del Gobierno se frenó, la aprobación del Presidente no
baja del 60%, los indicadores económicos del presente son muy malos pero la
expectativa de mejora es muy grande, una abrumadora mayoría entiende que los
dolores de hoy son fruto de los descalabros de ayer, la imagen negativa de
Cristina es la más alta de su historia y Massa es el político mejor posicionado
del país, aunque dos de cada tres de sus votantes ven con buenos ojos los
esfuerzos de Macri.
Esos datos no borran el hecho incontrastable de que la
economía está dañada, y que en tres meses se verificará si realmente la
inflación decrece y si se produce la reactivación, si el blanqueo de capitales
insufla una contundente inyección al sistema financiero y si la obra pública
pone en marcha el empleo. Mientras tanto el aumento de precios coloca en riesgo
al segmento más vulnerable: sobre esas zonas ya se detectaron acciones intensas
del camporismo que acercan todos los días fósforos al polvorín. Los
cristinistas dejaron una bomba de tiempo y operan para que estalle, pero a la
vez tienen bajo su propia cama un explosivo de relojería político y judicial:
si el programa de Prat-Gay funciona y los jueces siguen adelante con las causas
contra el estado mayor kirchnerista, el color pasará de marrón oscuro a negro
azabache. La noche más cerrada. Por eso el Gobierno experimentará meses
altamente delicados e inflamables, sembrados de cazabobos, conjuras
desesperadas y contraofensivas leguleyas.
Estos 150 días permiten reflexionar sobre algunas novedades
de fondo. Sin solución de continuidad, pasamos en la Argentina de un gobierno
que presionaba a todos a un sistema donde todos presionan al Gobierno. ¿Está
preparada la sociedad para un liberalismo político, respetará la poderosa
corporación peronista un buenismo democrático sin decodificarlo como mera
debilidad luego de tantos años de hiperpresidencialismo feroz? Cambiemos ha
decidido prescindir de las armas que se encontró en los sótanos del palacio:
presión centralista, persecución fiscal selectiva, compra de voluntades,
manipulación de jueces, operaciones de inteligencia, pauta oficial y lapidación
mediática. Atarse las manos resulta muy altruista, pero no se puede tratar con
las fieras sin mostrar los dientes. La hipócrita y prematura escalada peronista
y su dañino, aunque fragmentado, poderío parlamentario hacen inevitable una
negociación permanente. Pero el oficialismo se ve obligado a reconfigurar
vínculos: negociar sin fortaleza es tan equivocado como fortalecerse sin buscar
acuerdos. Macri pareció intuir algo de esto: sacó las garras para luchar contra
la doble indemnización y algunos dirigentes peronistas, que lo miden todo el
tiempo, parecen haber tomado debida nota. Pero los semblanteos continuarán día
y noche: los tiburones esperan oler la sangre; por eso los nadadores tienen la
obligación de no sangrar.
El Gobierno la pifia fiero mucha veces, y en especial cuando
no sale a discutir las semánticas. Permitió de manera indolente que se
instalara como una especie de sentido común televisivo la idea de que es
"un gobierno de ricos para ricos". El Presidente, en privado, se
indigna cuando advierte su propio error: "Levantar las retenciones al
campo no fue para beneficiar a Grobocopatel ni a la oligarquía vacuna sino para
mejorar la vida de miles y miles de peones rurales, campesinos, pequeños
productores, fabricantes de maquinaria agrícola -les dice enojado a sus asesores-.
La minería (más allá de la cuestión medioambiental que debemos cuidar) es la
soja sanjuanina. El aumento de los combustibles fue para que no perdieran el
empleo miles y miles de obreros petroleros de Neuquén, Chubut y Santa Cruz, que
estaban al límite del incendio". También yerra su equipo cuando no discute
el concepto "ley antidespido": en verdad, un cepo laboral
kirchnerista en el que ni el kirchnerismo cree. Los tecnócratas desprecian las
palabras. Pero la lengua es el territorio esencial de la política. Pasamos
también de un sistema de palabras sin técnica (los cristinistas) a otro
igualmente equivocado de técnica sin palabras (el macrismo). Se verá de aquí a
diciembre si el Gobierno logra eludir las maldiciones bíblicas y si las aguas
se cierran sobre sus más enconados enemigos.
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