¿Pueden coexistir el
mérito y la igualdad?
Por Raquel San Martín
Fueron dos chispas disímiles las que encendieron la mecha de
la discusión. Hace dos semanas, el gobierno bonaerense decidió volver al
sistema de calificaciones numérico del 1 al 10 en las escuelas de la provincia,
en lo que se entendió como "el regreso de los aplazos". "La
meritocracia es un valor que debe ser aprendido", dijo la gobernadora,
María Eugenia Vidal, al justificar la reforma.
Unos días antes, la empresa
General Motors difundió un spot publicitario para su nuevo modelo de Chevrolet,
en el que retrata un mundo de "meritócratas", donde "toda
persona tiene lo que se merece", "el que llegó llegó por su cuenta,
sin que nadie le regale nada" y "sabe que cuanto más trabaja, más
suerte tiene". En las redes sociales las reacciones de rechazo virulento
fueron inmediatas, y en poco tiempo existía ya el "contraspot" que
hablaba de "un mundo donde casi nadie tiene lo que se merece", el que
llega es "un hipster caprichoso con tía gerenta", "cunita de
oro" y "careteo de sacrificio".
En distintos espacios, de los medios a las redes sociales,
la meritocracia fue por algunos días objeto de posiciones encontradas de trazo
grueso y con aroma a grieta: para algunos, estaba vinculada con la
"derecha neoliberal" y el "gobierno para los ricos" del
presidente Mauricio Macri; para otros, representaba una reivindicación justa de
valores "perdidos" bajo capas de corrupción, acomodos y nepotismos de
larga data. En cualquier caso, los desencuentros funcionaron como indicadores
de algo más profundo: la idea del progreso personal y familiar a fuerza de
trabajo y talento toca un nervio sensible de la sociedad argentina, y puede
moverse tanto en las aguas de la corrección política como en las del
malentendido, y de ciertas tensiones entre clases sociales que se agudizan en
tiempos de crisis.
Más aún, señalan algunos expertos, mientras se le pide a la
escuela que promueva el mérito, fuera de ella predomina una escala de valores
que privilegia mucho más las relaciones con el poder, la informalidad, la
corrupción y el lobby como vías al éxito. ¿Se opone la meritocracia a la
igualdad? ¿Puede existir una "meritocracia progresista"? ¿Es creíble
hablar en la Argentina de una "cultura del esfuerzo"?
A pesar de que hay varias instituciones que funcionan con
sus principios, es en el ámbito de la escuela donde la meritocracia suele estar
más vapuleada, supuesta y negada, con sentidos diversos.
"El gran aporte de la Modernidad es que nuestra
sociedad esté abierta al talento, que ya no se mueva por la familia y la
herencia, sino que las personas pueden demostrar lo que son y pueden hacer.
Pero los talentos están distribuidos de manera desigual y hay condicionamientos
sociales, económicos, familiares y culturales. Para que la carrera abierta al
talento sea justa, el punto de partida tiene que ser justo. La única opción
meritocrática justa es la que iguala el terreno de juego. La escuela tiene que
igualar ese terreno para que todos tengan el mismo punto de partida -dice
Mariano Narodowski, profesor e investigador en la Universidad Torcuato Di Tella
(UTDT)-. Lograrlo, por otra parte, lleva varias generaciones. Aunque reciban
más recursos, los chicos más pobres no van a igualar a los chicos de clase
media, salvo que esa inversión se sostenga por muchos años."
Correr con ventaja
Es en las aulas también donde las desigualdades de origen
muestran sus impactos más poderosos, que chocan contra el ideal meritocrático
que la fundó, un ideal de las clases medias, por cierto. "La historia de
la escuela es la historia de los sectores medios, porque esos sectores lograron
que la escuela tomara como propios sus modos de ver la vida -apunta Myriam
Southwell, especialista en educación-. Sabemos que la idea de meritocracia se
entronca con dimensiones que la condicionan: origen social y capital cultural
dan mejores herramientas de supervivencia. La escuela tiene que exigir y ver
que se produzcan los aprendizajes, pero para llegar a eso hay que acompañar más
a aquellos que están en desventaja."
¿Será una forma de combinar igualdad y mérito? No es menor
la cuestión, porque está en el corazón del origen de nuestra escuela. "La
escuela argentina obedece a ciertos principios y valores fundacionales
igualitarios. Más allá del valor del ascenso social y la asimilación, se la
pensó también como motor de equidad. Los principios meritocráticos están
bastante subordinados a estos valores de equidad que siempre fueron el
contrapeso de la desigualdad, que dejada a su plena libertad produce más
desigualdad", dice Sergio Visacovsky, investigador del Conicet y director
del Centro de Investigaciones Sociales del IDES.
Como cuando se le pide que solucione la pobreza o el
comportamiento en las calles, de la escuela también se espera que promueva la
"cultura del esfuerzo", aunque fuera de ella no siempre se verifique que
nuestra sociedad lo valora. "Mi impresión es que a la escuela se le sigue
pidiendo esto, al mismo tiempo que en la sociedad no tiene el mismo peso. La
idea del esfuerzo se vincula con una lógica de funcionamiento de las
sociedades, que hoy están atravesadas por otras dinámicas. La gratificación
rápida, la inmediatez contrastan fuertemente con la idea de mérito", dice
Sandra Ziegler, investigadora del área de Educación de Flacso.
¿Qué tan meritocrática es nuestra sociedad, entonces?
"Poco. Nuestra cultura de base católica define el éxito en términos más
humanísticos que comerciales, y suele atribuir, no sin razón, el éxito
comercial a ?méritos' debatibles como las relaciones, el cabildeo o el ‘curro'.
Algo de esto se refleja en nuestra visión del éxito económico como ilícito, el ‘nadie
hace dinero trabajando', la identificación del empresario con el villano o la
creencia de que el Estado tiene que garantizar el bienestar apropiado
indebidamente por ese empresario villano -apunta el economista Eduardo Levy
Yeyati-. Es cierto que el Estado debe redistribuir, pero para eso hace falta el
esfuerzo de todos, y para que este llamado al esfuerzo sea creíble, el éxito
debe ser más transparente, justificable y accesible."
Será que, al calor de los vaivenes políticos y sociales de
las últimas décadas, el ideal de la meritocracia fue reemplazado para algunos
en la constatación de su contrario. "La idea del rechazo a la meritocracia
expresa un problema de percepción: todo el éxito está bajo sospecha -dice Iván
Petrella, a cargo del área de Cooperación Internacional en el Ministerio de
Cultura-. La democracia depende de que los ciudadanos sientan que pueden
mejorar, proyectarse al futuro, que el éxito de uno no se produce aplastando al
otro, que las reglas son claras y consistentes para todos. Obviamente hay cosas
de nuestra sociedad y de nuestra política que indican lo contrario, pero
mirando en perspectiva global, la Argentina es una democracia privilegiada
donde las oportunidades para crecer y mejorar como personas y como sociedad
están presentes."
El caso argentino tiene, en este punto, cierta singularidad.
Aunque la idea de mérito tiene un lugar central en el imaginario de la clase
media, en el país no se institucionalizaron mecanismos meritocráticos como
existen en otros países: el acceso a puestos de la administración pública en
Francia; exámenes de ingreso selectivos en Japón, o algunas universidades de
élite para el acceso a ciertas profesiones liberales en Estados Unidos. Los
orígenes sociales y trayectorias educativas de nuestras élites políticas, por
ejemplo, muestran esa diversidad. Sin embargo, las restricciones existen y
operan.
"Hablar de escuela meritocrática me suena anticuado. La
moral protestante del premio al esfuerzo choca con una realidad de exitosos de
relaciones y rentas. La igualdad de oportunidades de la meritocracia mal
entendida replica las inequidades de origen. Una meritocracia progresista (con
perdón del oxímoron) apuntaría a igualar oportunidades de manera dinámica,
corrigiendo esas inequidades, para que la cultura del esfuerzo sea mínimamente
creíble", sigue Levy Yeyati.
Más pruebas para este argumento. "Una cultura basada en
el esfuerzo y el talento concibe dos elementos como negativos: la herencia y la
renta, que es el esfuerzo de otro. En la Argentina la herencia juega un papel
importante, en términos económicos y también sociales, porque vivimos en una
sociedad muy segmentada socioeconómica y culturalmente. Y nuestra economía es
básicamente rentista, lo que implica que el riesgo y la innovación están en
segundo plano", describe Narodowski.
La segmentación de la que habla, que atraviesa y hace
heterogéneas a las propias clases sociales, también se verifica entre ellas.
Dice Visacovsky que, durante la crisis de 2001 y 2002, en sus investigaciones,
las personas de clase media apelaban al principio del trabajo duro que lleva al
progreso para entender lo que les pasaba. "Es un esquema pensado para dar
respuesta al éxito, pero se acudía a ese modelo para tratar de mostrar que
había una injusticia, que algo había cambiado, que si habían trabajado merecían
que les fuera bien y eso no estaba sucediendo -recuerda-. Se veía en ese
momento lo que ya en los años 90 se había registrado como ‘crisis de valores',
con la imagen cada vez más deteriorada de la política y la corrupción. Y con
algo que se fue acentuado en los años siguientes: la crítica a los sectores más
marginados que reciben ayuda del Estado, sectores que ‘no se habían esforzado
lo suficiente' pero tenían acceso a bienes y servicios."
Para Ziegler, "la idea de merecer se vincula con
distintos sentidos comunes. Los sectores medios que impugnan a los sectores
bajos tienen una idea del mérito más tradicional, como si todos estuvieran en
el mismo punto de partida. No es así. Y quienes critican la meritocracia por ‘neoliberal’
se basan en algo que la sociología ha enseñado: en condiciones de desigualdad
de base, por más que se abran oportunidades, los resultados son diferentes y
pueden terminar incrementando la desigualdad". Ni el esfuerzo es "de derecha",
entonces, ni la inclusión de todos como sea en la escuela -supuestamente
"de izquierda" - asegura que las desigualdades se reduzcan, como
mostró la última década. "No sirve el elogio fácil ni el rechazo total a
la meritocracia. Hay que buscar cómo hacer desde la política pública para
equiparar situaciones de desigualdad", dice Petrella.
Un elemento coyuntural complica la discusión. En tiempos de
incertidumbre y dificultades económicas, los recursos se perciben escasos y el
riesgo de perderlo todo reaparece. "En ese clima, si prevalece la
meritocracia por sobre el cuidado, entra a jugar la idea de la competencia
desigual", advierte Southwell. Un recuerdo más, quizás, de que los ecos de
la crisis de 2001 no nos han abandonado.
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