Por Carlos Gabetta (*) |
La polémica suscitada por las declaraciones de Adrián
Paenza, reconocido matemático, gran divulgador de las matemáticas y conductor
de Científicos Industria Argentina en la TV Pública, permite reflexionar sobre
las relaciones entre una “mente científica” y la política. Esta última, como se
sabe, no es una ciencia exacta, aunque Carlos Marx y otros la arrimaron
bastante a ese ideal.
Científicos… es un excelente programa, de utilidad pública,
pero las declaraciones de Paenza al reiniciar su tarea prueban que el dominio
de la lógica matemática no siempre garantiza conclusiones políticas lógicas. Si
excluimos la mala fe, la descripción que hizo Paenza sobre sus dudas respecto a
“trabajar para este gobierno” expresan una ilógica apreciación de los hechos.
En primer lugar, porque durante el gobierno anterior, que Paenza defiende en
todo su derecho, cualquiera que hubiese dicho algo semejante habría sido
despedido de inmediato. Para muestra, el caso del periodista Juan Miceli,
despedido en 2013 luego de preguntarle a un diputado kirchnerista, durante las
graves inundaciones ocurridas en La Plata, “por qué la ayuda llegada desde todo
el país de manos anónimas, sin identificación partidaria, era distribuida por
militantes con la camiseta de La Cámpora”. Es sólo un ejemplo. Cristina
Fernández no dio jamás una conferencia de prensa. En cambio, Paenza dijo lo que
dijo y luego siguió –y seguirá, esperemos– tan campante con su programa. No
sólo eso; este gobierno reconoció la buena gestión del ministro en Ciencias y
Tecnología, Lino Barañao, manteniéndolo en su puesto. Y en materia de libertad
de expresión exhibe hasta ahora un comportamiento democrático, como prueba
justamente el mantenimiento de programas no necesariamente oficialistas. La
propia “prensa monopólica” no ahorra críticas al Gobierno, aunque a veces, todo
hay que decirlo, porque no es todo lo neoliberal que se espera de él. En suma,
que Paenza sabe que el orden de los factores no altera el producto, pero en
este caso deberá admitir que omitió algún factor en sus cálculos y dudas
existenciales.
Este asunto no es más que uno en la maraña en que hoy por
hoy están sumidas “las izquierdas”, con pocas excepciones, respecto a la
evaluación de aciertos, desaciertos y desviaciones de los diversos gobiernos
populistas. La crisis planetaria que atraviesa la izquierda se prolonga porque
ésta ha renunciado, contra toda su propia historia, a apoyarse en los “facts”,
los hechos, como quería Bertrand Russell, matemático, filósofo y político. Ha
abandonado las utopías de la razón para retornar a las ilusiones del pensamiento
religioso. No acepta; niega u omite los “facts”, que contradicen sus ilusiones;
sólo incorpora aquellos que ratifican su fe. El devenir social es ahora una
foto, bella e inmóvil, por lo tanto siempre igual a sí mismo. Así, las
izquierdas y los progresistas, desde los desvaídos partidos comunistas a la
alicaída socialdemocracia, entienden que la corrupción política, sindical y de
Estado populista no debería ser denunciada, porque eso “hace el juego de la
derecha”.
Pero si la derecha, liberal o conservadora, se ha apropiado
de esas banderas, es porque la izquierda y el progresismo han renunciado a
ellas, confundiendo regímenes populistas con izquierda y progresismo. Y aun si
ésa fuese la intención: ¿la corrupción y el autoritarismo; el clientelismo, no deberían
ser combatidos? Ahí tenemos el caso del Partido de los Trabajadores de Brasil,
que llevó adelante una política económica y social progresista, pero “descuidó”
esos factores…
De éstas y otras confusiones viene la ausencia de una
alternativa socialista democrática, en el sentido que ésta tiene de utopía de
la razón y también de progresos concretos.
La historia transcurre en círculos sucesivos, decía el
napolitano Vico. El problema, cada vez, es saber si van hacia arriba o hacia
abajo.
(*) Periodista y escritor
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