Por Ernesto Tenembaum
Un suceso muy extraño ocurrió en los últimos días con el
patrimonio de Mauricio Macri. La semana pasada, la Oficina Anticorrupción
difundió su declaración jurada, donde constaba la existencia de dinero del
Presidente radicado en el exterior.
El debate público comenzó a insinuarse en
distintos medios. El diario El País de
Madrid resumió la incomodidad con un abarcativo
título: “Macri
declara fondos en las Bahamas mientras prepara una amnistía”, en obvia referencia al contraste entre la propuesta oficial
de repatriación de fondos mientras el
Presidente mantenía parte de los suyos fuera del país. En la tarde de ayer, el propio Macri, personalmente,
informó que el dinero sería repatriado. La reacción oficial puede ser leída
como una sana autocrítica o como un intento de desinflar un debate que
comenzaba a crecer sobre qué es lo que hace Macri con su dinero. Desde la
década del noventa, las declaraciones juradas originaron duras polémicas
alrededor de las figuras, principalmente, de Carlos Menem, Néstor Kirchner y
Cristina Fernández. Es lógico que Macri no constituya una excepción.
La declaración jurada del nuevo Presidente genera dudas en
diferentes flancos. El más visible, por supuesto, eran los 18 millones que
aparecían radicados en las Bahamas. En las aclaraciones anexas, Macri sostuvo
que ese dinero figuraba allí porque era administrado por la financiera Merryl
Lynch y ésta fue comprada por un banco suizo radicado en esa plaza. De ese
argumento, se desprende que él era tan inocente de esos traspasos, como de su
aparición en el directorio de una empresa off shore armada en Panamá y con
domicilio, también, en las Bahamas. En un caso, el responsable era Merryl Lynch
y, en el otro, su padre. Como, siempre según fuentes oficiales, el dinero
aparecía declarado ante el Estado argentino, esos fondos no son, en principio,
producto de ninguna operación ilegal. Sin embargo, en cualquier país
occidental, la aparición de fondos presidenciales en el exterior hubiera
abierto un debate muy traumático.
Macri tiene derecho a sostener que quería sacar al exterior
parte de su patrimonio para protegerlo de un Gobierno que él percibía como
agresivo, vengativo o lo que fuera. Pero eso habilita a que otros lo hagan
mientras gobierna él: es una cuestión de percepciones. Además, ¿qué sucedió en
los últimos seis meses? ¿los quería proteger de Sturzenegger? Ser Presidente de
un país otorga muchos privilegios: mantener su propio dinero afuera no parece
ser uno de ellos y eso parece haber entendido Macri tantos años después de
dedicarse a la política. Todos los empresarios a los que Macri les reclama que
inviertan en la Argentina, ¿no habrían tenido derecho a responderle que traiga
él primero su plata? ¿Será suficiente la repatriación o se tratará de un gesto
tardío y demagógico? ¿No le responderán que ellos también traerán la plata el
día que les toque presidir el país?
En todo caso, es notable el parecido con una vieja historia:
Nestor Kirchner siempre explicó que envió al exterior u$s 500 millones que le
pertenecían a su provincia porque desconfiaba del gobierno menemista, y los
repatrió recién cuando llegó a la Presidencia.
La declaración jurada del Presidente tiene otros elementos
curiosos. Uno de ellos es el monto total: apenas u$s 8 millones. Parece poco
para el heredero del imperio Macri. ¿Hay más? Si lo hay, ¿por qué no se
informa? La declaración jurada de los Kirchner siempre llamaba la atención por
lo abultada. Acá sucede lo contrario: es difícil de entender que tenga tan poco
dinero. A ello se suman los préstamos que el Presidente recibe y otorga. El
documento informa que Macri tiene deudas de $ 22 millones con su amigo Nicolás
Caputo, uno de los zares de la obra pública argentina, que recibió contratos
millonarios del macrismo en la Ciudad de Buenos Aires. Por otra parte, Macri le
prestó dinero a Néstor Grindetti, su ex ministro de Economía en la Ciudad de
Buenos Aires. De todos los macristas, Grindetti es el más dañado por el
escándalo de los Panamá Papers: se le descubrió un poder para manejar una
cuenta en Suiza de una empresa creada en Panamá con residencia en las Bahamas.
Cuando lo consultaron, balbuceó: “Mis abogados
(así, en plural) están preparando una respuesta que se conocerá en poco tiempo”.
En el fondo de esta discusión, asoma un problema
estructural. En los últimos años, diversos gobiernos, sobre todo los europeos,
empezaron a presionar para limitar los refugios de dinero negro. La crisis que
los afecta es contemporánea con la decisión de los empresarios más ricos de
servirse de ellos para no pagar impuestos. Macri tiene dinero en las Bahamas y
figura en los Panamá Papers porque pertenece a una familia, y a un mundillo,
donde esas herramientas son tan comunes como el aire que respiran y se usan
mayoritariamente para evadir aunque él, hasta donde se sabe, no lo haya hecho.
Ahora, Macri es la cabeza de un Gobierno que necesita que eso no ocurra. Estaba
de un lado del mostrador. Ahora, pasó del otro. ¿Realmente cambió? Un indicio
inquietante al respecto es lo que ocurrió en la Unidad de Investigación Fiscal.
Allí, un grupo de abogados investigaba al HSBC por, justamente, facilitar la
fuga de capitales. Desde el 10 de diciembre, fueron reemplazados en sus cargos
por los abogados del HSBC.
Por si fuera poco, duplicó su patrimonio en un año. A las
explicaciones sobre el punto del Gobierno, le respondió la ONG Peritos
forenses: Ningún
sistema de valuación de bienes puede admitir una
elasticidad tal que se duplique el patrimonio sin que alguna irregularidad haya
ocurrido en el medio. Las mismas cuestiones
técnicas vinculadas al formulario de
presentación
que regían el año
pasado son las aplicables ahora. (...)Queremos creer que usted está pensando en
los gobernados, en los ciudadanos de a pie. Sin embargo, tuvo tiempo suficiente
para sumar cuatro nuevos inmuebles a su activo, mientras participó de una
intensa campaña presidencial y siendo jefe de la ciudad de Buenos Aires, a la
vez y sobre el final del año cuando comenzó a ejercer la primera magistratura
del país. Solo Perfil se hizo eco de ese
pronunciamiento.
Las curiosidades de la declaración jurada del Presidente se
suman a una inquietante seguidilla. Las relaciones de Angelo Calcaterra con
Lázaro Baez, la vinculación de funcionarios del Gabinete con la compra de
dólares futuro, la sociedad de Federico de Achaval con Cristóbal López, la
aparición de escándalos del fútbol que salpican seriamente a Daniel Angelici,
los beneficios que ha recibido la empresa Shell desde que su ex CEO ocupa la
Secretaría de Energía, el relato con baches sobre la empresa Fleg trading son
demasiados puntos oscuros, en muy poco tiempo, para suponer que, si se los une,
la recta resultante no llega a ninguna parte. La apertura de estos debates
enojan mucho a los Gobiernos. Algunos funcionarios siempre piensan que mientras
la economía vaya bien estas cosas se perdonan. Otros argumentan que las
barbaridades kirchneristas transforman al macrismo en un grupo de ingenuos.
Cualquiera que lea la historia reciente con agudeza podrá llegar a la
conclusión de que no serían las reacciones más inteligentes.
Macri, como antes Néstor Kirchner, proviene del sistema de
poder que llevó a la Argentina a lo que es hoy. En 2003, Kirchner se presentó
como el hombre que iba a transformarlo, con los resultados conocidos. Ahora, es
el turno del líder de Cambiemos. La sombra de su pasado es uno de los factores
que explican la derrota del kirchnerismo: el vicio dominó tarde o temprano a la
virtud, volvió la voracidad por el dinero, y así terminaron. La sombra del
pasado también oscurece la gestión de Macri. El tiempo dirá si logra escapar a
ese, que es uno de sus desafíos más peligrosos, aunque muchas veces, en la pelea
del día a día, eso no se vea en la Casa Rosada.
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