Por Pablo Mendelevich |
En los albores del embrollo originado en la idea peronista
de imponer una ley antidespidos, a Mauricio Macri se le ocurrió hace varios
días una ironía. "Si fuera una cuestión de leyes -dijo-, saquemos en lugar
de una ley para conservar lo que tenemos, una que diga que somos todos
felices".
Para reforzar su convicción de que son las inversiones y no
las leyes lo que crea empleo, Macri habló de lo único que falta, felicidad por
ley.
Dio por seguro que la felicidad no es una cuestión que pueda sujetarse a
un imperativo legal. Sin contar, desde luego, a la literatura infantil que se
vale de la magia para hacer de la felicidad nacional un renglón de súbitas
disposiciones monárquicas en países muy lejanos.
Pero al despachar su ironía el presidente soslayó dos cosas.
La primera es que en un país efectivamente lejano aunque no imaginario, Bután,
en la cordillera del Himalaya, el rey Jigme Singye Wangchuck dispuso ya en 1972
que la felicidad fuera tan importante como la economía e inventó un indicador,
la Felicidad Nacional Bruta (FNB). Más recientemente y bastante más cerca, el
presidente Nicolás Maduro sumó a la burocracia estatal venezolana el
Viceministerio para la Suprema Felicidad. Macri tiene razón en cuanto a sugerir
que en ningún lado se dispuso aun la felicidad por ley y que intentarlo parece
poco promisorio en términos de eficacia. Pero lo que planteó como un extremo
absurdo en verdad tuvo algunas aproximaciones extravagantes, como el INDEC de
la felicidad que crearon los budistas en Bután y el Estado como administrador
revolucionario de la felicidad del pueblo venezolano que pergeñó el chavismo.
La segunda cuestión que Macri quizás no advirtió es que la
ironía es un recurso literario riesgoso delante de la maquinaria residual de
propaganda kirchnerista. Protagonizado por Dady Brieva, el kirchnerismo produjo
un video que satiriza al gobierno mediante un policía represor -muy bien
intepretado por el cómico- que con rigor exige alegría a los transeúntes en
base a una supuesta orden presidencial de ser felices. El video intercala al
verdadero Macri con un recorte adaptado para convertir en un hecho cierto la
ironía de que por ley "somos todos felices". Sobrevuelan en el guión
las legendarias persecuciones al pueblo peronista oprimido, ahora obligado por
el Estado represor a fingir felicidad. Se ve que Macri tiene más suerte en el
país de Dady para imponer leyes, si bien el video no aclara qué clase de
acuerdos con la oposición le habrían permitido en este Congreso que no controla
sancionar la felicidad obligatoria.
El sketch podría ser inventariado como un capítulo más de la
saludable caricatura mordaz si no fuera porque la propia Cristina Kirchner
pidió en una reunión con sus dirigentes celebrada en su Fundación Patria, según
trascendió, mayor producción de esta clase de videos, a los que por lo visto
ella considera arsenal político. En las redes sociales hubo quienes tomaron
como verídico -se ignora si con ingenuidad o sólo con cinismo- que Macri había
hablado de dictar una ley para disponer la felicidad colectiva, tergiversación
verosímil, quién sabe, entre los que parten del presupuesto de que si Macri no
es un ogro merece serlo y si él no lo evidencia sin ayuda merece ser ayudado.
Del mismo modo que se presenta como imprescindible una ley para parar la ola de
despidos. por si la ola llegara a venir y aunque los propios patrocinadores
descrean de que ese remedio sea mejor que la enfermedad.
Punto de partida, el de que Macri es un ogro, que tampoco
hace una gran diferencia entre la guerra preventiva de George W. Bush contra
Irak dispuesta por si en ese "país delincuente" tuvieran armas
químicas, que un repudio a la idea de Macri de pretender hacer felices a todos
por ley, por si lo que dijo no hubiera sido una ironía sino un simple lapsus
linguae.
Es cierto que el macrismo postula desde hace mucho la buena
onda como ingrediente de su oferta política. Macri arenga todavía hoy a quienes
lo escuchan en sus giras por todo el país con el slogan "sí, se
puede". La autoayuda, se sabe, merodea entre los estrategas del PRO. Pero
una cosa es estimular el ánimo de la población para estar en mejores
condiciones de enfrentar los problemas que hay y otra -no debería hacer falta
aclararlo- es el sinsentido de ordenar la felicidad por ley, que sólo sería
superado en ridiculez si en vez de mencionarse una ley se hablara de un decreto
de necesidad y urgencia.
Del optimismo como combustible militante, de la mística del
éxito constante, quienes pueden dar clase son los peronistas. ¿Cómo se explica
que dibujen con sus dedos jactanciosos la V hasta cuando pierden una elección,
son desalojados de un sitio que tomaron o están en las puertas de Comodoro Py a
pocas horas de recibir un procesamiento? ¿De qué victoria hablan sus dedos en
esas ocasiones?
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