Por Guillermo Piro |
A la cabeza en las listas de los más vendidos hay desde hace
algunos meses, en los Estados Unidos, libros que hablan de la muerte. Esto se
contradice con la tendencia común y general según la cual los libros que hablan
de la muerte no venden, porque nadie tiene ganas de pensar en ella (una ley que
viene acompañada de otro tabú: nunca poner la palabra “muerte” en un título, o
la palabra “no”, y alguna otra igualmente insignificante).
Los casos más recientes son los de When Breath Becomes Air,
de Paul Kalanithi (que en España publicó Océano con el título El buen doctor),
el diario de un médico muerto a los 38 años por un tumor pulmonar, y Being
Mortal, de Atul Gawande (que el año pasado, también en España, publicó Galaxia
Gutenberg con el título Ser mortal), una reflexión sobre el modo de afrontar la
muerte inspirada en la enfermedad sufrida por el padre del escritor. Ambos
libros estuvieron más de un año en los primeros puestos de los libros más
vendidos del New York Times. Al éxito de los libros de Kalanithi y Gawande
sigue el de Gratitud, de Oliver Sacks, ¿Podemos hablar de algo más agradable?,
de Roz Chast, The Violet Hour, de Katie Roiphe, sobre la muerte de John Updike,
Maurice Sendak, Susan Sontag, Dylan Thomas y Sigmund Freud, y sobre todo Cero
K, de Don Delillo, sobre un millonario que trata de prolongar la vida de su
esposa, enferma terminal, y que acaba de aparecer en español editado por Seix
Barral.
Dos artículos, uno del New York Magazine y otro del Wall
Street Journal, interpretan el fenómeno como la manifestación de un cambio de
perspectiva. Después de siglos de pudor y silencio, la muerte parece haber
vuelto para convertirse en un hecho público, algo de lo que las personas
sienten la necesidad de hablar (y de oír hablar). Lo confirman también las
innumerables historias de enfermos terminales que se vuelven virales en
internet. El Wall Street Journal conjetura que la necesidad de hablar de la
muerte está determinada por el hecho de que están muriendo los padres de los
baby boomers, la generación más numerosa de la historia de la humanidad, en el
período momentáneo y posterior a la Segunda Guerra Mundial, entre los años 1946
y 1965.
El New York Magazine, en cambio, conecta el silencio que
hasta ahora rodeó a la muerte al ansia de consumo de la cultura norteamericana.
“Los estadounidenses son los mejores del mundo a la hora de enterrar sus vacíos
existenciales bajo una montaña de papas fritas y viajes al Walmart”, le dijo a
la revista The Atlantic el psicólogo Sheldon Solomon.
En realidad la muerte atrajo siempre en librerías, tanto o
más que el amor. Libros que hablan de la muerte, o que tienen la palabra
“muerte” en el título, vendieron siempre: las novelas policiales, de vampiros o
de zombies no hablan de otra cosa. La condición es que los que mueran siempre
sean los demás.
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