Por Ernesto Tenembaum
En los próximos días, la Cámara de Diputados seguramente
apruebe la así llamada ley antidespidos tal como fue enviada desde el Senado. Y
el presidente Mauricio Macri, horas después, la vetará. Los dos episodios reflejarán
que el sistema político argentino ha entrado en una nueva fase, que implica la
ruptura de la trabajosa alianza no kirchnerista que, semanas atrás, aprobó las
leyes que habilitaron el acuerdo con los holdouts, o con los buitres, como se
los quiera llamar.
La conformación de esa frágil coalición le permitió a Macri
presentarse como un Presidente que, en tiempo récord, logró conformar una
mayoría parlamentaria en un tema central. Todo eso ya no existe. En público
como en privado, se ha reinstalado el conflicto entre el peronismo, en sus
diversas líneas, y Cambiemos, que controla el Poder Ejecutivo pero enfrenta a
la mayoría del Parlamento y a los sindicatos. La realidad de estos meses es muy
dinámica y así como cambia en un sentido puede volver a modificarse. Pero la
foto de hoy es radicalmente distinta a la de hace un mes.
La situación es tan tirante que, incluso, las relaciones
personales han quedado dañadas en este proceso. Cualquiera que escuche en
privado a Mauricio Macri, Sergio Massa y Miguel Angel Pichetto hablar sobre
cualquiera de los otros dos integrantes del trío percibirá sentimientos
variados, ninguno de ellos positivo. La desconfianza sube a niveles muy altos
cuando se focaliza en la relación entre el Presidente y el jefe del Frente Renovador.
Massa acusa a Macri de no tener códigos desde que este lo acusó en público de
aliarse con el kirchnerismo. Macri está convencido de que Massa permite la
aprobación de la ley porque intenta ahuyentar inversiones extranjeras por
motivos electorales. Pichetto está furioso desde aquella alusión de Macri. En
cualquier caso, lo que parece venirse es una escalada entre el Gobierno y el
peronismo. Y estas cosas las suelen sufrir más las personas que no las
protagonizan.
Sí finalmente la ley se aprueba, como todo parece sugerir,
Macri acompañará el veto con una campaña de opinión pública donde se mezclarán
una batería de medidas económicas con el intento de presentar un escenario en
el cual se recordará la tradición peronista de desestabilizar gobiernos de otro
signo político. Los funcionarios, al más alto nivel, creen en las encuestas que
han vuelto a reflejar una mejora en la alta imagen presidencial y consideran,
por eso, que en esa polarización tienen mucho para ganar: entre otras cosas, la
construcción de un enemigo, que sería culpable de todo lo que está mal, que es
mucho. "Hasta la aprobación del Presupuesto no necesitamos del Parlamento.
Tal vez nos convenga pelear ahora la madre de todas las batallas", dicen
en la Rosada.
El peronismo está acostumbrado a este juego de desgaste.
Controla los dos tercios del Congreso, y la calle. Y no es necesario ser muy
perspicaz para saber que la ley antidespidos puede ser la primera pero no la
última que sacuda al Ejecutivo. "Vetaremos una tras otra. En Diputados nunca
tendrán los dos tercios que necesitan para ratificarlas", dicen en la
Rosada.
Macri, Massa y Pichetto, junto a gran parte de los popes
sindicales, conformaron con dificultades, durante los primeros cuatro meses de
Gobierno, una especie de alianza poskirchnerista, con mucho ruido interno pero
con un consenso bastante claro acerca de dónde preferirían no volver. Ese
consenso estalló en las últimas dos semanas. Su manifestación más evidente fue
la imponente concentración de los sindicatos en la avenida Paseo Colón y la
avanzada de la ley antidespidos.
A la habilidad del macrismo para romper su primer
aislamiento, la siguió una recuperación del peronismo que, a través de
dirigentes con mucha experiencia, empezó a marcarle el ritmo al Gobierno. Cada
uno puede tener con Cristina buena o mala relación, pero Pichetto, Gioja,
Bossio, Recalde, y tantos otros, se comunican entre sí y están en condiciones
de generar hechos políticos de magnitud. El Gobierno culpa a Massa de lo que
sucede pero tal vez no sea una mirada demasiado precisa. Massa mismo queda
atrapado en una estrategia que lo excede y frente a la cual hace lo que puede,
que no es mucho: tiene incluso dificultades para disciplinar a su propio
bloque. El poder reside en esa masa indiferenciada, con conducción colectiva,
que se llama peronismo y no en alguno de sus eventuales candidatos, que son
vistos como herramientas para que esa corporación vuelva al poder o, al menos,
no haga papelones.
En todo este periplo, lo que menos importan son los
despidos. El domingo al mediodía, Massa calculó que se perdieron en esos meses
200 mil fuentes de trabajo, cuando sus economistas se resisten a afirmar que
fueron, siquiera, la mitad. Dado que ese fenómeno no afecta significativamente
al empleo en blanco, los despidos necesariamente se deben haber producido entre
monotributistas, autónomos o trabajadores en negro. A ningunos de ellos se
refiere la ley. Los balbuceos de Héctor Recalde cuando intenta explicar por qué
resistió una herramienta similar en 2014, cuando se perdieron 400 mil puestos,
reflejan que no se trata de una cuestión de principios irreductibles. Tampoco
es una ley demasiado rígida, como dicen en la Rosada. Dura solo seis meses y no
afecta a los nuevos contratados. Es muy discutible que, como dice el peronismo,
la ley resuelva algo, y que, como dice el Gobierno, ahuyente una ola de
inversiones que, por ahora, solo figura en las expresiones de deseos de la Casa
Rosada. Las cosas en la política, en la economía o en la vida, no suelen ser
tan terminantes.
Es, apenas, una pulseada de poder. Macri siente que necesita
demostrar que él manda. Y el peronismo que no se trata de una bolsa de gatos
que será dividida y manipulada por los dineros de la Casa Rosada, como pareció
durante el debate de los holdouts. Es una película sin buenos. Sergio Massa
siente que, si hace las cosas bien, su llegada a la Presidencia es solo
cuestión de tiempo. Contra el cálculo de Aníbal Fernández, cuyo optimismo a
prueba de todo lo forzó a sostener que "Cristina es hoy el 85% del peronismo",
no existe ninguna encuesta que refleje una diferencia menor a veinte puntos
entre la imagen positiva de Massa y la de CFK, a favor del primero. Así las
cosas, sería natural que en las elecciones del año que viene, Massa sea el
peronista más votado en la provincia de Buenos Aires y eso lo proyecte como
líder natural del peronismo unido para la presidencial del 2019. Un candidato
único del PJ sería imparable salvo para un Gobierno muy exitoso. Massa intenta
impedir la existencia de semejante quimera. Por la misma razón, a Macri le
conviene que el peronismo siga dividido y que Massa no se consolide.
Todo esto sonaría lógico si no estuviéramos a apenas cinco
meses de una elección y a una distancia de un año y medio de la siguiente y si
no hubiera una situación económica muy delicada. El peronismo culpa de este
conflicto al ajuste "brutal" que atribuye a la administración Macri,
como si en el 2014 la Argentina no hubiera sufrido una situación similar, como
si sus líderes fueran inocentes por las oportunidades perdidas y los desastres
cometidos en las últimas décadas. El macrismo los acusa de afectar la
gobernabilidad, como si no hubiera hecho transferencias fenomenales en un solo
sentido. Hay momentos en que ambos perciben que bailan en la cubierta del titanic.
Y entonces ganan espacio los negociadores. Pero no es el clima que predomina.
Como siempre que ocurren estas cosas, los recuerdos afloran.
De un lado, destacan la activa participación de Massa en el gobierno
kirchnerista, su cercanía a Amado Boudou, su participación decisiva en la
fundación de 6,7,8, su íntima amistad con Daniel Vila, el socio de José Luis
Manzano en el holding que encabeza América TV, su alianza con barones del
conurbano como Raúl Otahacé. Hay balas perdidas en las más diversas
direcciones. Del otro sostienen que están sorprendidos por la magnitud de la
obra pública que recibían los hombres del Presidente el
primo Angelo Calcaterra y el hermano de la vida Nicolás
Caputo de manos del demoníaco Julio De Vido.
Tal vez haya gestiones de último momento para evitar esta
confrontación tan poco inteligente.
Pero esto es la Argentina.
Sordos ruidos oír se dejan.
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