Por Carlos Malamud
En marzo pasado el historiador italiano Loris Zanatta
publicó en Il Mulino el artículo “Un
Papa populista”, reproducido en abril por la revista argentina Criterio. Zanatta insistía no sólo en
el carácter peronista de Jorge Bergoglio sino también en la deriva populista de
su pensamiento.
Así señalaba que “para Bergoglio el peronismo encarna la
saludable conjugación entre pueblo y nación en la defensa de un orden temporal
basado en los valores cristianos, e inmune a los liberales… Bergoglio es hijo
de una catolicidad embebida de antiliberalismo visceral, que se erigió a través
del peronismo en guía de la cruzada católica contra el liberalismo protestante,
cuyo ethos se proyecta como una sombra colonial en la identidad católica de
América Latina”.
La publicación de este artículo en Argentina prácticamente
se ha superpuesto con la audiencia de casi dos horas que el papa Francisco
concedió a Hebe Bonafini, dirigente de las Madres de Plaza de Mayo. Este
encuentro suscitó una intensa discusión en torno a dos cuestiones: ¿cuánto
influye Bergoglio en la política argentina? y ¿cuál es su relación con el
gobierno de Mauricio Macri?
Mientras la respuesta a la primera pregunta es intuitiva y
depende del punto de observación, la segunda está llena de claroscuros, y desde
que los dos compatriotas ocupan sus actuales cargos el vínculo no está siendo
precisamente fluido. No ha habido ni una llamada de felicitación ni una carta
cariñosa de un argentino a otro después de la elección presidencial. En el
único encuentro oficial en el Vaticano, de 22 minutos de duración, la cara de
circunstancia de Bergoglio era la suma de la elocuencia frente a un sorprendido
Macri. Fue tal el clima vivido en esa reunión protocolaria que muchos no
dudaron en calificarla cuanto menos de fría.
Esta falta de sintonía contrasta con los contactos más
estrechos y constantes de Bergoglio con la ex presidente Cristina Fernández,
que no perdía ocasión de peregrinar a Roma o a cualquier otro lugar del mundo,
como La Habana, donde viajara Francisco. Y si bien tras el Cónclave que lo
eligió Papa, tanto Fernández como todo el núcleo duro kirchnerista insistieron
en sus acusaciones de complicidad con la dictadura militar, rápidamente se
produjo una rectificación luego convertida en obsecuencia.
Hebe Bonafini era una conspicua exponente de esa línea
confrontacional. En 2007 señalaba que: “La basura va junta, Macri, [el general]
Bendini y Bergoglio. Son de la misma raza y de la misma ralea. Son fascismo,
son la vuelta de la dictadura. Son la dictadura misma. Los tres representan la
dictadura”. Pese a aceptar a regañadientes la postura oficial, rechazó una
relación más fluida con su encarnizado enemigo de ayer. Sin embargo, a la vista
de la actitud crítica del Papa con el actual gobierno decidió viajar a Roma y
capitalizar políticamente el encuentro.
Eduardo de la Serna, coordinador de Opción por los Pobres,
un grupo de curas cercanos a Francisco y a Cristina Fernández, pidió
recientemente la renuncia de Macri. La comparación posterior del Papa entre los
conflictos sociales, económicos y políticos de Argentina y Venezuela (junto a
Brasil y Bolivia) también debió ayudar a Bonafini a decidir sobre la
conveniencia de su peregrinaje. Ya en Santa Marta le advirtió al Papa que “En
cinco meses este Gobierno destruyó lo que hicimos en 12 años, hay mucha
violencia institucional. Nosotros tenemos miedo, mucho miedo, a que algún loco
suelto responda a esa violencia que nos están imponiendo”. Más tarde, en otras
declaraciones, dijo que encontró triste al Papa por la situación actual de su país,
que le recordaba el golpe que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, y esperaba
que no se repitiera algo parecido.
El encuentro papal con Bonafini ha originado una intensa
discusión. Jorge Fernández Díaz insistía en el daño que los gestos y palabras
de Bergoglio hacen a Argentina. Y si bien en el debate se enfrentan los que
rescatan al actual gobierno con los defensores a ultranza de la gestión
anterior, también están los que reivindican la labor de la Iglesia en el
combate contra la pobreza o su rol pastoral frente a los que insisten en la
laicidad del Estado y la primacía del individuo.
Luis Alberto Romero, un referente de la historiografía
argentina actual, expuso su opinión en el artículo “Macri en el camino de
Canossa”, que compara el peregrinaje del emperador Enrique IV para solicitar el
perdón papal con la situación argentina. De modo concluyente señala que
“Francisco… ha asumido muchas causas loables, pero siempre con un discurso
anticapitalista y antimoderno que recuerda a Pío IX. Pero además, sigue siendo
el padre Jorge, peronista, con más madera de político de provincia que de
pastor curador de almas… Hoy, el padre Jorge confronta con Macri para medir
quién tiene mayor peso en los barrios y en el discurso. En San Pedro atiende el
juego grande y en Santa Marta, el chico. Allí quiere verlo a Macri jugando bajo
sus reglas. Quiere que Macri haga su camino de Canossa”.
Tras el triunfo de Macri surgió la pregunta de si iba a ser
el primer presidente no peronista que terminara su mandato constitucional.
Entre los distintos argumentos que esgrimí entonces para optar por una
respuesta positiva estaba la existencia de un Papa argentino que, llegado el
momento, optaría por el mantenimiento del orden institucional más allá de sus
inclinaciones políticas y partidarias. Por ahora, y a la vista del escaso
interés de Bergoglio por respaldar al gobierno democrático de su país,
parecería que los hechos me llevan la contraria, aunque su anuncio en el
Vaticano de que en julio próximo el partido de fútbol por la Paz se jugará en
Argentina podría significar lo contrario. Por eso, hoy más que nunca es necesario un claro pronunciamiento del Papa en
defensa de la democracia argentina, aunque no apoye a su gobierno.
0 comments :
Publicar un comentario