Por Pablo Mendelevich |
Casi como Néstor Kirchner en julio de 2003, el ministro de
Hacienda y Finanzas Alfonso Prat Gay intentó ayer encantar en Madrid a
importantes inversores españoles para contarles que hay una nueva Argentina y
que quedaron atrás los desaguisados hechos por gobiernos anteriores. La novedad
es que Prat Gay, investido de representación oficial, pidió disculpas.
Y no lo
hizo como Juan Pablo II en 1979 por la Inquisición que había condenado a
Galileo Galilei cuatrocientos años antes sino por destratos kirchneristas bien
frescos, despachados hasta hace sólo medio año.
Es posible imaginar que el ministro haya sacudido a los
usuarios criollos de frases tipo "los trapos sucios se lavan en casa"
y que también haya conseguido reanimar en España a los contadores de chistes
sobre argentinos, pero debe tenerse en cuenta que pedir disculpas se ha vuelto
una práctica corriente en el mundo contemporáneo. Casualmente algunos diarios
europeos vienen de informar las que le pidió Hebe de Bonafini a Francisco en el
Vaticano, se supone que por haberlo confundido con alguien menos venerable,
digamos, para no repetir detalles escatológicos vinculados con su anterior
opinión.
Las que pidió Prat Gay por "los abusos" del
kirchnerismo tuvieron una cola de sonoridad escolar: lo que pasó, dijo el
ministro, "no va a volver a ocurrir". En su momento, cuando hizo su
propio road show ante inversores españoles, Kirchner habló pestes del
menemismo, también planteó un futuro irreversible, pero no se disculpó por el
pasado. Para nada se hizo cargo del período menemista, pese a que Menem y él
eran del mismo partido (sobre todo a los ojos de un europeo) y ambos habían
compartido las boletas electorales desde 1989. En 2003 la complicidad se la
enrostró Kirchner a quienes lo escuchaban. Sin desperdiciar amabilidad les
dijo: "Una cosa era con el menemismo y otra será con nosotros, y ahora no
hay que llorar porque ustedes sabían a lo que se arriesgaban".
Silvia Pisani, quien cubría el encuentro para La Nación, le preguntó a Kirchner, al
terminar, si no temía que con tanta dureza hubiera riesgo para las inversiones.
"No -respondió el Presidente-, porque la Argentina volverá a ser un país
serio, con seguridad jurídica; crecerá, pero no como sucedió hasta ahora, con
beneficio para un grupito de tres o cuatro". Precisamente Prat Gay pidió
disculpas, en un sentido más profundo, porque entre aquel plan y la realidad se
verificó cierto distanciamiento.
Como corrió tanta agua bajo el puente tal vez prevalezcan en
los oídos de mucha gente los ecos patrióticos de la eufórica recuperación de
YPF para la soberanía nacional. Pero eso fue recién en 2012. Aquella tarde en
Madrid, Kirchner, que recién conocía Europa, enrolló el látigo por un instante
para adular a Alfonso Cortina, presidente de Repsol YPF. Textual: "Hay
cosas para destacar, como, por ejemplo, la tarea desarrollada por esa empresa
petrolera en la región patagónica y la forma en que cumplió los acuerdos
celebrados". Dicho lo cual retomó la faena de fustigar al resto, a los
cómplices ibéricos de Menem. "Nos hizo parir", dirían luego los
empresarios, giro idiomático que se hizo famoso. El episodio, de gran
repercusión en la Argentina, resultó icónico y contribuyó a satisfacer la
demanda social de un presidente firme, defensor de los intereses nacionales.
Pero en los hechos los años que siguieron no estuvieron caracterizados por una
lograda preservación del interés nacional sino por una sucesión de prácticas
muchas veces contradictorias, de variada impronta nacionalista, sin políticas
energéticas (ni aerocomerciales) integrales, sostenidas y exitosas.
Precisamente sobre cómo se expropió YPF ayer Prat Gay fue
tajante. Habló de "disparate" y aseguró que Macri va en la dirección
contraria. Es interesante detenerse en este punto. ¿Habría tenido otro modo de
ofrecer previsibilidad el representante argentino sin mencionar la manera
sinuosa y lo caro que terminó resultándole al Estado el experimento nacional y
popular con la mayor empresa del país? La misma pregunta podría ser planteada
respecto de Aerolíneas Argentinas, a la que los Kirchner estatizaron cinco años
después de involucrarse en las pésimas administraciones -incluso delictivas- de
los sucesivos dueños españoles, para luego pretender que el Estado había sido
poco menos que el Mesías, cosa que los números de la compañía hoy no están
confirmando.
Desde luego, la estabilidad de las reglas de juego es una
virtud difícil de promocionar cuando no ha habido tiempo para demostrarla. Las
disculpas por el kirchnerismo que supimos conseguir tal vez ganaron eficacia
cuando Prat Gay bromeó con la cuestión de las formas, se ve que sin necesidad
de explicar más: "Dados los antecedentes -dijo- me alcanzaría con llegar
temprano, ceñirme al tiempo acordado para mi discurso y escuchar al resto con
respeto para ser el héroe".
De la mano de su fundador, el kirchnerismo siempre se burló
de los buenos modales. Prat Gay, que los practica con naturalidad,
sobreentendió que los destratos propios de los Kirchner no eran ornamentales,
anecdóticos, sino un concepto de negocios sujetos al arbitrio personal del que
manda. Esa forma altanera de ejercer el poder años atrás entusiasmaba a
multitudes encantadas con el populismo. Ya no.
Al pedir disculpas, el ministro de Hacienda y Finanzas
seguramente acertó. Fue una forma rotunda de subrayar el cambio, explotando un
recuerdo ingrato.
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