Un insólito paseo por
los presidentes que mal o bien
soporté o gocé en mi argentina vida.
Por Esteban Peicovich |
¡Vaya año! Pasan los días como flechas y entre prueba y
error, achique y grieta, marcan a fuego al saltimbanqui 2016. ¿Cómo se lo
recordará? ¿Cómo el año en que dimos en la tecla o como el año en que caímos en
la banquina? ¿Y por qué no como el año en que supimos que tampoco los padres
eran los reyes? ¿Quiénes, de aquí en más, se ocuparán en serio del nosotros más
frágil? Los ministros M abruman repitiendo que su fórmula es segura. Los
náufragos K aplican sus neuronas a fogonear fracaso. Ni tan Peña ni tan
Forster.
Todo está por verse. La esperanza camina despacito y el cambio
también. Son pocos los países que eligen suicidarse. Menos todavía los que
bordean una módica felicidad. Los más languidecen, se indignan un rato y
vuelven a flaquear. Dejan que la historia les pase por encima y suceda a los
ponchazos. Que salga pato o gallareta. Como aquí.
Aún no se vislumbra si nos tocará saborear carne de pato o
masticar gallareta con gusto a cartón. En noviembre, 42 millones se jugaron el
futuro (este 2016 y lo que siga) a “políticos” de curriculum dudoso. “Era lo
que había” fue el consuelo ante cifras jodidamente frágiles. La prepotencia
oficial, las leyes del mercado y el bajo compromiso cívico se cargaron una
posible historia mejor. Quedó lo que hoy tenemos: una propuesta de pura expectativa: esperar la esperanza.
Esperar que la argentinidad se haga realista. Que en vez de sorprender al mundo
se sorprenda a sí misma.
Llegado a tan obvia sanata frené este texto para atender un
aviso interior. ¿A qué inquietarte por el futuro si sos puro pasado? me
parpadeó el piadoso clic. Y sucede que vino bien. En segundos me liberé de la
pringosa actualidad para iniciar un insólito paseo por los presidentes que mal
o bien soporté o gocé en mi argentina
vida. Largo paseo. Y melancólico. Es que viví siendo un bebé bajo Yrigoyen y
octogenario ya, me tocó Macri. Mi lifetime registra un frondoso número de
mandamases: ¡38! (sic) Esa es la
suma contando también a los que lo fueron por breve formalidad. A algunos los
entrevisté. Existe consenso en que durante el período citado la primera medalla
la merece Perón. Puede que históricamente sea así pero en mi podio íntimo solo
recibe el bronce. Frondizi (oro) y Alfonsín (plata) fueron mis atletas
políticos más cabales y afines. Y los extraño todavía.
En estos nerviosos días de 2016 (mientras espero llueva maná
sobre el semestre segundo) un deseo de claridad me movió a recorrer el espinel
de los hombres que “mandaron” a lo largo de mi vida. Marginé, por higiénicos
motivos, a los que llegaron al Gran Sillón por prepotencia de cuartel. En esta
inmersión titila algún que otro dato bizarro. Es que abundan en nuestra
historia (y también en la mía). Va síntesis:
Yrigoyen: lo tuve
de presidente desde mi día 1 a mi día 256. Ese fatídico 6 de septiembre de
1930, en que lo volteó el general Uriburu. Mega golpe que aún nos daña y al que
adhirió entusiasta el subteniente Juan Perón. La Involución del 30 (que no la
Revolución) promovió un fascismo criollo e impantó la mishiadura general. (El
cierre del frigorifico Anglo obligó a mi familia a dejar Zárate y mí padre nos
mantuvo haciendo changas en las cosechas de maíz de Lima y San Nicolás).
Uriburu: La
década 30/40 fue de conservas en el
poder y obreros en la lona. Este Uriburu hizo polvo mi infancia en Berisso. Por
criticarlo en 1973 (Derecho a Réplica de Blackie, Canal 9) su descendiente y
troglodita gobernador cordobés del “viborazo” José Camilo Uriburu, me enjuició.
Estaba muy “sacado” conmigo. Ante el juez comenzó a golpear una mesa exigiendo
ir a otro despacho pues tanto me molesta
su presencia que lo golpearía aquí mismo (sic). Tuve suerte: zafé de
Uriburu favorecido la amnistía general de 1973.
Un año después me radiqué en
España.
Perón: mi padre
(socialista) le tenía calado el flanco oscuro y lo consideraba un“farabute”. Yo
aprecié mi primer aguinaldo en el frigorífico Swift, el regalo de un viaje de
bodas a Mendoza a través del Plan Evita, pero me alejó su verso populista. Ya
en 1º949 manifestaría en La Plata contra el “Alpargatas sí, libros no”,
adhiriendo a la consigna obrero estudiantil “Alpargatas sí, libros
también".De mi entrevista a Perón de 1965 en Madrid, me hacen señas dos
respuestas:
--¿Qué fue de aquel caballo pinto que hizo historia en los
almanaques de 1950 con usted montándolo en el desfile de avenida de Mayo, como
si fuera un dios a caballo…
--Fue enviado a Perú y allí quedó, con destino de padrillo.
Un exiliado más…
--¿Ha leído a Borges, general?
--¿Qué escribe?
--Poemas, cuentos. Es el escritor argentino más conocido en
el mundo. Para nada peronista. Bajo su gobierno lo nombraron inspector de aves
municipal. El calificó al peronismo de “inverosímil”.
--No lo he leído. No conozco a ningún cuentista de aquí ni
de allá. Los cuentos los hago yo.
Frondizi: me
entusismó y adherí a su proyecto de superar dicotomías (crudos y cocidos,
peronchos y gorillas, y más) y de plantar fábricas de Purnamarca a Lapataia.
Correntino, intelectual, estadista: rara avis para el Sillón Rosado. Lo
entrevisté en tres ocasiones. Una, en el primer avión de pasajeros a reacción
(Comet 4) que aterrizó en Comodoro Rivadavia. La última (julio 1963) destituido
y preso, en el Hotel Tunquelén, en Neuquén. Parco, no carismático, temerario,
propuso la modernidad a un país semi feudal, mediocre, de buen dormir. Así le
fue. Y nos fue.
Illia: a pocos
meses de ser destituido conversé tres tardes con él en casa de su hermano, en
Vicente López. Nos reunió lo que prometía ser una biografía sugerida por sus
amigos. No anduvo. Lacónico por naturaleza y desanimado por el golpe reciente
pidió dejar el proyecto para mejor ocasión, que no la hubo. Su presidencia (en
muchos aspectos impecable) fue la de un médico rural cordobés (sabio y pausado)
intentando curar a un enfermo urbano porteño (corrupto y urgido).
Alfonsín:
compartí a solas muchos cafés “hablados” en 1983, en Madrid, durante un
congreso de líderes interamericanos. Llegó como candidato presidencial con
fuerte chance y se lo escuchó con especial atención. No éramos amigos pero nos
unía una cordialidad anterior. Tanto que me atreví a sugerirle (viendo lo bien
que le había ido a Felipe González con su apacible estilo y tono de campaña).
--A los argentinos tenés de hablarles. En los discursos allá
todos gritan y la gente está cansada de esos gritos…Aquí Felipe les habló a los
españoles y ganó.
--No, quedate tranquilo que yo les hablo, les hablo…
(afirmación que no contradije pese a las sobrada pruebas en contrario de los vocingleros
audios de sus discursos (dedo índice en ristre) que venía observando por la
tevé española).
Obsesivo, insistía en “radicalizarme” hablándome del
krausismo. Me sugirió un libro de Karl Krausse que leí y no me atrajo. Hoy lo
sigo admirando y lo considero un ex presidente cada vez más “histórico”. Aquel
que dispuso fuera uno de los cinco cronistas que el 12 de diciembre de 1983, en
el Salón Blanco, cubrieron el traspaso del poder y la banda presidencial de un
Bignone en derrumbe.
Duhalde: Solo lo vi
una vez. Lo entrevisté en “Sin verso” por Canal 7, y no lo saqué jugo, ni me
interesó ni obtuve rating. En el instante de su eclipse político le dio por
dejarnos un regalo letal. Lo conté así en La Nación:”¿Y por qué se desprende
Duhalde de su Fantasía en sí menor? Pues porque el Fondo le respondió con
Realidad en No mayor. O daba señal grossa de salir del escenario el 25 de mayo
o no había arreglito de seis meses. Con témpano apuntando a la Rosada, ordenó
publicar la Ley de Acefalía, ungió al candidato, reunió a sus muchachos en
Olivos y les heló la sonrisa: “Va Kirchner”.
Kirchner: En 2003
me atrajo una rarísima noticia fechada en
Río Gallegos. Un fantasioso ofrecía vender tierras de Santa Cruz a Japón
para construir en ellas un cementerio de 34 millones de tumbas. A 10 mil cada
una se podría recaudar 340 mil millones de pesos. Otros datos provinciales me
alertaron de que Lupin, el mimado de Menem y Cavallo, era un petrolero feudal.
En tiempo de elecciones repartía estufas
y maniataba a la prensa, y en el interregno, ansioso de fortuna, acosaba con
saña a los deudores. Pero no era buen pagador. Osvaldo Bayer me confió que le
había quedado debiendo una buena suma a su padre, y que él, en toda ocasión
propicia, y pese a adherir a su gobierno, le recordaba ese olvido sin que K. pestañara. (Y aquí lo dejo…)
Macri: Lo ví una
vez. Siendo intendente me entregó un diploma y nos dimos la mano. Ni siquiera
sonrió. Tampoco yo. Mi “panamá papers” es de poca monta, pero sensible. En 1998
tras una charla en Zárate fui a recorrer la lonja costera del Paraná en cuya
villa Angus nací. Lo impidieron una alambrada de cinco metros de alto y unos
guardias ásperos. Pese a que por ley era espacio de circulación libre las diez
hectáreas se mantenían como coto privado y… depósito de automóviles de alta
gama. Protesté sin suerte. En un cartel sobresalía la sigla Socma. ¿Qué
significa? pregunté. “Sociedades de Macri”, escuché.
Estos días, hecho un funámbulo, MM se desliza a una altura
zen por la cuerda que lleva al 31 de diciembre del segundo semestre. Llegado
allí se largará a cubrir los dos semestres de 2017. De peligros, algo sabe.
Según su padre Franco, el secuestro que sufrió le transformó la persona y le
cambió la vida.
--¿Tanto como para abandonar a Hayek por Keynes?
--Milagro así exige tiempo. En tres semestres se sabrá.
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