Por Manuel Vicent |
Si Borges colgara hoy un cuento en la Red e hiciera lo mismo
Ortega con un ensayo y Machado con un poema, sin duda, se producirían múltiples
comentarios y entre ellos habría elogios, opiniones explosivas, insultos e
incluso algunos rebuznos. La Red mandaría este estúpido guirigay sin distinción
al universo en un mismo e indestructible paquete.
Podemos enviar un cacharro a Marte, pero no hemos alcanzado
todavía la altura de algunos poetas del siglo VI antes de Cristo, como Safo y
Anacreonte, cuya sensibilidad no ha sido superada.
La filosofía actual en el fondo no consiste sino en
comentarios a los textos de Platón. Todo el catálogo de pasiones humanas ya fue
convertido en teatro en la Grecia clásica. Tampoco el estoicismo de Séneca y de
Marco Aurelio ni el talento político de Cicerón encuentran un equivalente en la
cultura contemporánea.
En cambio cualquier idiota tiene a su disposición un
micrófono, una cámara, una pantalla a través de la cual puede emitir
esféricamente cualquier idiotez hasta más allá de la Andrómeda.
El ángulo entre la moral y la técnica se está separando cada
día más; una y otra tiran de nuestro espíritu en sentido contrario.
Mientras este ángulo se abre hasta el infinito, otro mucho
más diabólico se cierra. Cada día el ángulo que forman el fanatismo y la
tecnología va camino de pegar ambos lados hasta formar una sola línea.
El odio y la desesperación están a punto de hacer una
síntesis mortal con algún preparado explosivo que puede adquirirse en cualquier
droguería. A este paso pronto llegará el día en que cualquier sujeto, al que ha
dejado la novia, podrá destruir toda una manzana solo por despecho.
La técnica ha hecho posible que estemos todos a merced de
los rebuznos que nos deparan las ondas y también de la destrucción que
cualquier fanático decida simplemente para pasar el rato. Feliz domingo.
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