El Presidente le regaló a la oposición la excusa
para volver
a cerrar filas. Un revival del PJ sin Cristina.
Por Roberto García |
Generosos, peronistas y
sindicalistas buscan un diseñador tipo Prada o Tom Ford para el nuevo vestuario
de Mauricio Macri. Lo quieren vestir, claro,
luego de haberlo desvestido. Aunque muchos estiman que el acto nudista del
mandatario ocurrió por su voluntad y cuenta para asombro de la multitud que lo
observaba, una excentricidad. Política, por supuesto.
Más que un disfraz, le
buscan un atuendo elegante para reparar el episodio, quitarle ansiedad al
protagonista, asistirlo si fuera necesario y, de paso, evitar nuevas
extravagancias que alimenten a minorías que ninguna de las partes desea (léase
cristinismo). Pleno proceso entonces por conseguir un modisto, altas
cotizaciones, tratos, negociadores, y la certeza de una discusión –la ley por los despidos–
que enredó al Gobierno en una cuestión de vida o muerte cuando se
trataba de una herida superficial.
De repente, la
Administracion Macri adquirió un tinte antiperonista en el lenguaje que lo
retrajo a mediados del siglo pasado, pareció inspirarse en la revista El
Hogar o en algún diario centenario, justificó en suma la binaria
cultura kirchnerista de la última década. Sorprende que jóvenes de una y otra
facción empleen categorías de viejos que ni siquiera existen. Descubrió que los
pactos no son eternos, siempre aparecen nuevas exigencias y que los
gobernadores, por ejemplo, bailan de acuerdo a la música del día (por ejemplo,
José Luis Gioja, inesperado crítico luego de arrancar un jugoso beneficio para
las mineras). Justo le ocurría esta decepción al Presidente cuando
estaba en su mejor momento desde que llegó a la Casa Rosada, sea por
la visita de Obama, el acuerdo con los holdouts y la lluvia presunta de
dólares. Al menos es lo que entendía, frente al espejo, en su piadosa opinión
sobre su mandato.
Y descargó la ira en el
atril para desprenderse de aliados. Primero contra Sergio Massa(“es un ventajero”), luego
contra Miguel Pichetto (“dice
en público lo contrario de lo que me dice a mí en privado”), casi olvidando que
lo habían ayudado a sacar leyes claves (cerrojo, deuda externa) y estabilizar
mínimamente la provincia de Buenos Aires. Seguramente a un alto precio, bajo la
consigna publicitaria de “caro, pero el mejor”. Se ocultó Massa como respuesta
tras la imputación, Pichetto dejó que el Senado congelara proyectos del
Gobierno (Ministerio Público, designaciones en la Corte, ni hablar de vender
acciones de la Anses) o bromeara con el apellido del ministro Garavano,
mientras propiciaba sin debate una ley contra los despidos. Una afrenta para Macri,
que injurió a peronistas diciéndoles que auspiciaban al kirchnerismo,
cuando la iniciativa era una excusa para juntar partidarios dispersos y
gremialistas poco satisfechos, más de uno temeroso del avión negro de Cristina.
Hay gente con memoria. No lo entendió Macri y, por si fuera poco, hizo más
difícil lo fácil al prometer que, si avanzaba la norma, él la vetaría.
Naturalmente, sus
ocasionales rivales aceptaron la apuesta: la ley tuvo media sanción.
Conclusión: Macri no aprendió política ni en el jardín de
infantes, ya que en su haber pesaba un fracaso cercano que había jurado no
repetir, cuando impúdicamente quiso imponer dos miembros de la Corte Suprema
sin pasar por la Cámara alta. Y tuvo que cambiar.
Confusión. Ahora, muchos piensan que Obama hizo un gesto
amistoso, pero también quería conocer Bariloche. Además, se va este año, hay
dudas sobre quién lo reemplaza, y algunas decisiones en EE.UU. quedan en
suspenso: la lluvia verde tal vez se dilate. Curiosamente, la mayor inversión
privada viene por capitales siempre amistosos con los gobiernos K (Mindlin). Ya
no se habla de veto para la ley antidespidos, la norma será modificada en parte
como un mecanismo de demora, Macri incorpora mediadores en el Senado (los
bomberos Frigerio y Monzó, dos polirrubro) para suplir carencias obvias y les
otorgan facilidades pecuniarias a intendentes y universidades, una de las cajas
de la política.
Radicales contentos,
izquierda también, Massa vuelve a la pantalla, Bossio se anota, Pichetto se
afirma y cree que la Corte se ampliará a siete miembros. Más racional, se
supone, será la dupla Gioja-Scioli al frente del PJ en lugar de Cristina o sus
delfines. Se delata un cambio inevitable en el Gobierno, más forzado
que reflexivo, a pesar de que la meditación pausada era una materia
preferida del Presidente. Sólo falta recordar que Mauricio le hizo una estatua
a Perón.
Esos cambios fuerzan que
el mandatario ejerza roles que no estaban previstos, por ejemplo, una presencia
más frecuente en los medios para mejorar la comunicación, asignatura pendiente
que el Gobierno no asume. “Nosotros nos preocupamos más por hacer que por
decir”, invocan como si fuera cierto y propio ese engañoso eslogan
peronista. Parecen no advertir que cualquier encuesta puede asegurar que Macri
devaluó, redujo el salario, aumentó el desempleo y produjo más inflación, al
tiempo que ninguna recogería evidencias o conocimiento de medidas contrarias en
ese sentido. Un desliz manifiesto, sea por falta de intérpretes creíbles, datos
convincentes o un libreto plausible.
Por no hablar de las
palabras, ya que a cinco meses todavía no le encontraron al ministro de
Energía, Juan José Aranguren,
los términos explicativos, aclaratorios, que vuelvan menos desafiantes sus
aumentos tarifarios en los sectores de la población que votó por Macri.
Palabras que también le habrán de faltar a Macri si el segundo semestre no se
presenta como lo inspira su deseo.
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