Por la ruta del
dinero K hasta la deriva económica y social
del macrismo.
Por Claudio Fantini
La literatura de ficción suele explicar realidades. En un
cuento de Borges, un rey de Babilonia invitó a un rey árabe a conocer su
laberinto. Lo introdujo en sus pasillos infinitos y ahí lo dejó, extraviado,
hasta escucharlo suplicar que lo sacaran.
Para vengarse, el rey árabe llevó a su antiguo anfitrión a
Arabia, diciéndole que le mostraría su propio laberinto. Cuando lo hizo bajar
del camello en el medio del desierto, el rey babilónico no entendía cuál era el
laberinto al que se refería su antiguo huésped.
Ahí lo dejaron y murió deambulando sin hallar la salida de
aquella vastedad.
En algo se parecen el rey babilónico de Borges y el país que
busca bóvedas en el desierto patagónico. Argentina observa a policías y
funcionarios judiciales recorriendo inconmensurables estancias y perforando la
tierra con escavadoras, en busca de un tesoro que no aparece. Como sino
percibieran que el tesoro es, precisamente, el vasto territorio que recorren.
Tanto se habló de bóvedas repletas de dinero en efectivo
que, sin esas cajas blindadas a la vista, todo parecía una fabulación
patagónica. Hasta que el fiscal que busca la “ruta del dinero K” empezó a
descifrar el misterio.
La construcción de la fortuna de Lázaro Báez tiene dos
etapas. En la primera, su presunto socio o jefe, Néstor Kirchner, además de
darle obra pública con sobreprecio, le enviaba dinero de sobornos que, por su
procedencia, no podía guardarse en bancos. Ese tiempo de bóvedas, cajas fuertes
y bolsos hinchados de billetes, concluyó al morir Kirchner.
Desde entonces, la suma del dinero escondido y lo que
dejaban los sobreprecios para realizar obras que no se concluían o,
directamente, no se realizaban, se convirtió en estancias, mansiones y
edificios que se cuentan por centenas.
Otra parte de esa inmensa fortuna salió del país hacia
paraísos fiscales, mediante los esquemas que diseñaba Leonardo Fariñas, el
“valijero arrepentido” que describió el trayecto de la fortuna hacia nuevos y
más sofisticados escondites. Pero no todo está en estancias, mansiones,
edificios, y cuentas secretas. Una parte fue transferida a la familia Kirchner,
rentando en hoteles habitaciones que no se ocuparon, y alquilando decenas de
inmuebles que no se utilizaron. Por cierto, hoteles e inmuebles de la familia
Kirchner.
El tesoro oculto de Lázaro Báez estaba tan expuesto como el
laberinto que, en el cuento de Borges, usó un rey árabe para vengarse.
Novela y relato
También en Europa la ficción literaria incursiona en la
realidad. En el libro “Sumisión”, Mohamed Bin Abbes se convierte en presidente
de Francia, como candidato de un partido islamista llamado Fraternidad
Musulmana. Desde ese momento, el protagonista de la novela ve como el país del
iluminismo y la revolución secular, va girando hacia el oscurantismo y el
dictat moralista de la religión.
El autor, Michel Houellebecq, hoy observa expectante lo
ocurrido al otro lado del Canal de la Mancha. En Londres, un musulmán se
convirtió en alcalde de la doble capital (inglesa y británica).
La diferencia entre la calidad de las propuestas de campaña
del multimillonario tory Zac Goldsmith y del laborista Sadiq Khan, era
favorable al segundo. La incógnita era si, a la hora de votar, que en el pasado
hubiese, por ejemplo, defendido en una causa a Louis Farrakhan, discípulo de
Malcom X, pesaría más que su buen desempeño como funcionario del primer
ministro Gordon Brown.
El escrutinio develó la incógnita. Dando muestras de un
desprejuicio étnico del que muchas sociedades del mundo deberían tomar nota,
los londinenses decidieron que los gobierne un musulmán, hijo de paquistaníes
pobres.
Para los islamófobos partidos ultranacionalistas, como el
que acaba de ganar la presidencia de Austria (a pesar del nazismo visible de su
fundador, el fallecido ex gobernador de Carintia Jorg Haider) que un musulmán
gobierne Londres es una prueba contundente de la necesidad de revertir como sea
“la islamización de Europa”, que la convertirá en lo que Oriana Fallaci llamaba
“Eurabia”.
De momento, lo que está claro es que el nuevo alcalde
londinense no es un fundamentalista como Mohamed Bin Abbes ni el Partido
Laborista es comparable a la Fraternidad Musulmana, el líder y el partido que
conquistaron el gobierno de Francia en la inquietante novela de Huellebecq.
Otra novela inquietante nos devuelve a la Argentina, donde
los indicadores de pobreza, inflación y recesión muestran como una ficción a la
certeza macrista de que, en el segundo semestre, el aumento de precios cesará y
el país crecerá, junto con el empleo y el poder adquisitivo.
¿Dónde está la realidad? ¿En lo que pronostican las duras
estadísticas o en el optimismo del gobierno?
Está claro que la herencia era dura y que no se puede
reorganizar una economía sin producir fuertes sacudones. Pero también está
claro que Macri inició su gobierno con un optimismo clasista: un empresario que
confía ingenuamente que si pone todo a favor del empresariado, ese sector
responderá de la mejor manera, y habrá crecimiento, empleo y consumo gracias a
la inversión interna y externa.
Como Cristina dejó un desmadre, había que reorganizar la
economía, pero se hizo descargando todo el peso sobre las clases medias y
bajas, mientras que todo el alivio fue para un empresariado en el que, con
honrosas excepciones, predomina la especulación, el facilismo y la mezquindad
social.
Hay ingenuidad ideológica en la certeza con que Macri creyó
que, velozmente, el sector del que proviene reaccionaría a los incentivos que
le dio el nuevo gobierno, aportando inversiones, puestos de trabajo y
responsabilidad en el manejo de los precios.
La segunda mitad del año dirá cuanto acierto y cuanto error
hay en el optimismo gubernamental. Quizá en ese desenlace, el país vea que está
dentro de otro “relato” ideológico, tan ficcional como la novela “La década
ganada”.
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