Por Guillermo Piro |
Contra la certidumbre de que todo es pasible de ser
perfeccionado, existe una corta serie de objetos –el sombrero, la bicicleta, el
sacacorchos, el clip, el vaso, la mesa, el martillo y el libro– que nacieron
perfectos y están bien tal como están. Johannes Gutenberg era un ingeniero que
inventó una máquina, pero fue Aldo Manuzio quien imaginó el objeto, quien
intuyó su belleza y su potencial.
Se suele usar la palabra “incunable” para
designar cualquier libro inhallable, pero en realidad un incunable, para serlo,
tiene que haber sido impreso antes de 1500, más exactamente entre 1453 (fecha
de la invención de la imprenta) y 1501. Entre esos incunables se encuentran los
libros de Manuzio, los de Gutenberg y los de Nicolas Jensen y William Caxton,
otros imprenteros del siglo XV.
El libro, el papel, la tinta, los caracteres tipográficos,
los puntos, las comas y los puntos y coma atraviesan los siglos y permiten
imaginar el fermento provocado por la invención de la imprenta. Debe de haber
sido similar a lo que ocurrió en los últimos treinta años con la aparición de
internet, con la diferencia de que en el siglo XV no existía la publicidad. El
libro es un nuevo animal, poderoso y perfecto, que aparece a fines del siglo XV
para cambiar para siempre el modo en que la gente aprende, enseña y se
emociona. Si Manuzio no hubiese tenido la idea de publicar libros pequeños, que
se podían transportar –él mismo los llama libelli portatiles in formam
enchiridii, donde “enrichirìdion” significa “que se lleva en la mano”–, la
lectura, probablemente, habría sido una ocupación exclusiva de estudiosos, y
difícilmente habría nacido una forma narrativa como la novela, que requiere una
relación íntima y silenciosa con el libro, cierta comodidad, cierta detención
del tiempo. La invención de Manuzio –imprimir en formato “octavo”, es decir
dividiendo la hoja en ocho hojas más pequeñas– implicaba dos ventajas: ahorrar
papel y permitir un nuevo tipo de lectura, satisfaciendo la demanda de un
público nuevo que ya existía pero que nadie había visto y que necesitaba leer
de un modo distinto al que se conocía entonces.
La vida de Manuzio no fue muy interesante, pero por lo
general la vida de los editores carece de acción. Nació en Bassiano, que
entonces pertenecía a los Estados Pontificios, y murió en Venecia. Vivió entre
1449 y 1515. Cuando tenía 40 años fue a Venecia. No se sabe con qué
intenciones, ningún documento sugiere que tuviese la idea de ponerse a hacer
libros. Lo que se sabe es que cuando se puso manos a la obra tenía una idea
clara: que los libros fuesen objetos bellos. Su primera imprenta data de 1494,
dos años después de la llegada de Colón a América, suceso que en el curso de un
siglo hizo que Venecia dejara de ser el centro del mundo. De aquel dominio
veneciano, al menos hasta la llegada de internet, la única huella duradera y
poderosa fue el libro creado por Manuzio.
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