La economía política del kirchnerismo
Por Jorge Altamira (*) |
Las columnas de Kicillof en Página 12, que acaba de ser
adquirido por la burocracia del Suterh (vinculada al pejotismo de la Capital),
siguen las pautas del resto de los kirchneristas del diario, que consiste en
pintar un panorama impoluto de los doce años de gobierno ‘nacional y popular’,
sobre el cual ha caído nada menos que el desenraizado rejunte del macrismo - en
cuyas fiilas revisten varios funcionarios de Néstor Kirchner, como Redrado y
Prat Gay o hasta Barañao, y en cuyo entorno orbitan otros aún más reputados
kirchneristas, como Massa, Bossio y una cohorte de seguidores.
En esta vena,
Báez, Cristóbal o Boudou son personajes aleatorios de la saga K y los propietarios
de los hoteles de la Patagonia son diferenciados de los rentistas que la
aplicaron para alquiler. En el camino, Barrick, Chevron y el Club de Paris o
Repsol son eliminados del relato, ni qué decir de la conversión del 80% de los
jubilados en los receptores de la mínima. De las estadísticas de pobreza ni
hablar, porque sería un concepto demasiado complejo como para reducirlo a una
expresión numérica. Kicillof debería haber escuchado a Marx acerca de los rayos
que caen de un cielo sereno: que en esos casos hay que investigar al cielo.
La primera vez
De acuerdo al ex izquierdista designado ministro de
Economía, estaríamos ante “el primer intento de toda nuestra historia (o sea,
tanto de la de Kicillof como de la Macri o Prat Gay) de aplicar un durísimo
plan de ajuste sin que antes se haya producido una crisis económica” (Página
12, 8.5). Dicho de otro modo, el macrismo puso un huevo que no viene de una
gallina o producto de una concepción sin pecado. En la pluma de un
universitario, esta aseveración rompe el principio de causalidad que integra el
método científico. El profesor, sin embargo, se equivoca por partida doble: el
rodrigazo de 1975 tuvo lugar sin que en apariencia hubiera estallado una crisis
económica, y lo mismo intentó probar Arturo Jauretche, en 1956 contra Raúl
Prebisch (en El plan Prebisch: retorno al coloniaje), en un texto histórico que
fue la biblia de la resistencia peronista. Jauretche imputó a Prebisch la
puesta en marcha de un plan anti-nacional, pero fracasó en el intento de probar
que no había sido precedido por una crisis económica. Ésta había sido
reconocida por el propio Perón cuando convocó al Congreso de la Productividad,
en 1952, cuyo solo título alude a la aplicación de un plan de ajuste. Kicillof
repite a varios predecesores e incurre, como corresponde, en una farsa.
La grosería metodológica de Kicillof no tiene desperdicio,
porque antes de perder ante Macri, el kirchnerismo ya había perdido, en 2013,
contra Massa - que es cuando la cuenta regresiva comienza. La causa ostensible
de esta derrota fue la crisis económica, que el oficialismo de entonces
atribuía a la economía mundial. Para neutralizar a Massa y al macrismo, el
kirchnerismo promovió a Daniel Scioli - que era el casco de proa de Blejer,
Bein y toda una laya de industriales y banqueros, ansiosos por aplicar un plan
de ajuste. El “durísimo plan”, que no estaba precedido por una crisis
económica, ya venía en las entrañas del candidato de los K. Desde esas
entrañas, el mismo Kicillof desató una mega devaluación en enero de 2014,
conviertiéndose en el primer argentino que aplicaba un ajuste sin la condición
de una crisis previa. La mega devaluación produjo una mega inflación de
precios, que Kicillof - siempre él mismo - buscó a aplacar a la Sturzenegger -
con una mega tasa de interés para las Lebac. Devaluación, Lebac, blanqueo -
todo esto comenzó bajo los K, sin el pregonado requisito de una crisis previa.
En mérito a todo esto, además del mate y el dulce de leche, Argentina se habría
convertido en el país de los ajustes sin crisis, y de este modo en un violador
serial de las leyes de reproducción del capital, ejecutado por sus Executives
Officers. El método capcioso de Kicillof es doblemente perjudicial, en la
medida en que el macrismo se enfrenta a una limitación insalvable, que es
imponer un ajuste en medio de una crisis mundial que crece. Se trata de mostrar
las contradicciones de este ajuste y preparar políticamente a los trabajadores
para que saquen las conclusiones que corresponden. Al final de cuentas,
Kicillof justifica los ajustes si son motivados por una crisis, lo cual
legitimaría, por ejemplo, el golpe de los sátrpas del Congreso brasileño contra
Dilma Roussef, ya que en el vecino el retroceso del PBI se aproxima al 4% en
2015 y quizás sea mayor en 2016 - y se han producido, bajo Dilma, un millón y
medio de despidos.
Acumulación de
capital
Kicillof hace hablar al Indec para justificar la bonanza que
habría precedido a la victoria de Cambiemos, el cual da una tasa anual de
crecimiento del PBI del 1%, a partir de 2011. Es una tasa de recesión, sin
considerar el margen de error estadístico o el fraude contable del Indec.
Implica una recesión industrial, dada la suba de la producción agraria y en
condiciones de déficit fiscal, que en principio abulta la demanda agregada
monetaria. No es casual que Kicillof no individualice a la industria, ni que
tampoco se refiera al PBI potencial, o sea el nivel que correspondería a la
capacidad instalada. Kicillof tampoco diferencia al empleo registrado del
trabajo en negro, ni al empleo productivo de los planes sociales. Entre 2002 y
2009 el crecimiento del PBI había registrado tasas anuales de entre el 6 y el 8
por ciento. En un lector de Marx, sorprende que Kicillof no mencione una sola
vez la tasa de inversión privada, que mide, hasta cierto punto, la acumulación
de capital. Esa tasa no ha sido nunca superior al 12% del PBI y llega al 18%
con la inversión pública, cuando no debería ser menor al 25% para una economía
a velocidad de crucero (en China ha sido del 40/45% anual). Como se trata de
inversión bruta, queda una acumulación de capital del orden del 2% del PBI una
vez que se descuenta el 10% de amortización de bienes y equipos. Otra falacia
del dato es que el 12% incluye construcciones (la mitad), que no tienen, en
gran parte, uso productivo, y transporte, en muchos casos de tipo personal y en
parte regresivo - porque es más caro que el ferrocarril y porque destruye la
infraestructura vial. La crisis de inversión es un fenómenos mundial - de ahí
la caída persistente de la productividad del trabajo en los países
desarrollados. Esta crisis obedece a una fuerte tendencia descendente de la
tasa de ganancia del capital. Kicillof, en cambio, le atribuye a su gestión la
quiebra de la velocidad del sonido. Patético. El cambio de frente de la
burguesía nacional y del capital internacional del kirchnerismo al massismo, en
2013, más el macrismo, en 2015, se explica por esta anemia prolongada de la
acumulación de capital y por la crisis irrevocable del financiamiento del
Estado, que se manifestó en la inflación y el agotamiento de las reservas
internacionales - incluso más: en la quiebra patrimonial del Banco Central.
En el punto del financiamiento, Kicillof propone que se
calcule el déficit del Tesoro “como se hace en todo el mundo” - es decir, el
FMI. Así, descalifica el déficit al sótano del 2.3% del PBI anual - de nuevo,
‘as everybody else’. Kicillof no solamente distorsiona, porque el método del
FMI no computa los intereses de la deuda pública, ya que lo que le interesa es
establecer cuánta plata hay para pagarla. Kicillof pasa luego de la metodología
de ‘todo el mundo’ a la que llama “habitual”, o sea la kirchnerista, que
considera como ingresos y no como deuda los aportes de la Anses y del Banco
Central. Estos procedimientos le permiten bajar el déficit del Tesoro del 7 al
2%, o sea de $230 mil millones a alrededor de 100 mil millones. Obviamente,
aquí no se computan los déficits de las provincias, ni deudas como las de YPF,
que el kirchnerismo dice haber convertido en estatal.
La lucha popular
contra el capitalismo en bancarrota
En resumen, el déficit es abismal como para que el Tesoro
pueda habilitar un financiamiento estatal de la acumulación de capital - la
viga maestra del capitalismo. Este impasse se manifiesta en la inflación de precios,
que es el resultado de la oferta productiva insuficiente, por un lado, y de la
emisión monetaria sin respaldo, por el otro. El fisco K ha dejado al BCRA
empapelado en u$s70 mil millones de dólares en concepto de adelanto para el
pago de la deuda externa y a la Anses en u$s25 mil millones para ese mismo pago
y otros gastos del Estado. El 66% de las reservas en efectivo eran deuda con
otros bancos centrales, o sea de uso limitado, en especial en una corrida
cambiaria. El recurso a la emisión de Lebac para absorber la emisión de moneda,
a altísimas tasas de interés, no es sino la contrapartida de la emisión de
moneda sin respaldo, porque el respaldo consiste en papeles o certificados que
pueden ser revendidos en el mercado y producir un reflujo del dinero sin costo.
En concreto: cero de acumulación de capital; bancarrota fiscal; bancarrota de
la banca central; en el límite, bancarrota de la moneda como expresión
dineraria del valor. Se ha producido una descapitalización gigantesca en
combustibles y energía, con una clara caída de reservas comprobadas y la
dilapidación del subsidio del estado hacia negocios capitalistas ajenos a esos
rubros. El macrismo y el massismo y el sciolismo han sido, políticamente, una
reacción capitalista a este cuadro de quiebra.
El porte del ajuste del macrismo es enorme, esto porque
busca, uno, atacar el déficit fiscal a costa de los gastos sociales, por un
lado y, por el otro, convertir la deuda del Tesoro con el Banco Central en
deuda con el capital privado. Dos, ese aumento enorme de la deuda pública
líquida debe, a su turno, aumentar el déficit del Tesoro por el peso de los
intereses, lo que augura una bancarrota subsiguiente y nuevos ajustes. Tres, la
escala de la crisis de financiamiento pretende ser resuelto por una transformación
de la deuda doméstica en internacional y por un aumento adicional de la deuda
externa - pública y privada. Dada la volatilidad financiera internacional, esta
política incrementa la vulnerabilidad financiera de Argentina y, de forma
mayúscula del Banco Central y las reservas internacionales.
Un método político
El análisis apologético de Kicillof, de sí mismo y del
kirchnerismo, es un tiro en contra de los mejores intereses de los
trabajadores, por la simple razón de que vela la crisis del capitalismo en
lugar de clarificarla, y convierte al macrismo en un mal subjetivo en lugar de
una de las expresiones de la reacción capitalista al embarramiento de la
acumulación de capital, incluso una destrucción de fuerzas de producción, por
lo pronto potenciales. Con este esquema no puede ni podría explicar la tanda de
deserciones que ha sufrido el kirchnerismo desde antes de Massa hasta la
reciente de Ottavis y Pérsico o el distanciamiento del ‘Chino’ Navarro, ¡pero
por sobre todo el masivo apoyo del PJ y de la mayoría del FpV al pago a los
fondos buitres!
La derrota de la tentativa macrista es imposible sin una
explotación implacable de las contradicciones cada vez más agudas del
capitalismo, es decir, a través de un proceso objetivo y colectivo, y de ningún
modo especulativo, discursivo y desde la trinchera de la gestión capitalista
que ha perecido en el intento.
(*) Dirigente nacional del Partido Obrero
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