Por Manuel Vicent |
Puesto que Hemingway fue el más famoso publicista ante el
mundo de todos nuestros veranos sangrientos, empezando por el fratricida de
1936 y terminando por los encierros de Pamplona, he aquí un acto realizado por
este personaje, que revela su verdadera actitud ante la fiesta taurina, más
allá de la faramalla literaria con que la exaltaba.
Sucedió en 1959 durante la última visita que realizó
Hemingway a los sanfermines.
A las cuatro de la tarde, camino de la plaza de toros, la
reata de las mulas del arrastre con colleras de campanillos pasaba por delante
de Casa Marceliano, situada en la trasera del Ayuntamiento, donde el escritor
estaba de sobremesa rodeado de algunos aduladores igualmente borrachos. Al
parecer Hemingway tuvo un rapto de inspiración.
De repente se plantó en mitad de la calzada con una
Coca-Cola familiar en la mano, mandó parar a la comitiva y vació a la fuerza el
refresco en la boca de una de las mulas en medio del fragor de las peñas que le
reían la gracia.
El hecho de que un Hemingway ebrio de vino obligara a beber
Coca-Cola a una mula, que poco después debería arrastrar al desolladero a un
toro martirizado, es suficiente motivo para pensar que tanto esta fiesta
sangrienta como aquel escritor fanfarrón, degustador de toda clase de
violencias, estaban ambos dos ya fuera de tiempo. La decadencia de este rito
bárbaro de acuchillar reses bravas en público en medio del jolgorio es ya
imparable.
Felizmente las plazas de toros pronto serán mostradas por
los guías a los turistas como espacios donde antiguamente se celebraba una
carnicería, que algunos llamaban cultura, cuando no era más que una mezcla
sustancial de mugre, sangre, muerte, señoritismo y caspa.
Ya queda poco para que desaparezca del mapa esta fiesta y
las mulillas de arrastre se la lleven al desolladero de la historia con
Hemingway a la cabeza.
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