Por Jorge Fernández Díaz |
"Empiecen a conversar con ellos", habilitó
Mauricio Macri. Con esa simple orden terminó la intensa discusión de petit
comité y comenzó una discreta ronda de contactos con el peronismo. El objetivo
pueden ser algunas treguas y convenios parciales, como quiere el jefe de
Gabinete, o un eventual Acuerdo del Bicentenario, como anhelan otros miembros
de la mesa chica. Es altamente improbable que Macri haya pensado en la máxima
de Erich Fromm ese jueves por la mañana, después de la surrealista aprobación
de la ley antidespidos y en vísperas del veto presidencial.
Pero el concepto
viene como anillo al dedo porque representa la íntima tensión que acosa tarde o
temprano a cualquier presidente argentino: "El egoísmo que genera el
sistema -sostenía Fromm- hace que los gobernantes antepongan su éxito personal
a su responsabilidad social". Una parte de Macri se tranquiliza al ver la
fragmentación peronista y el Waterloo que protagonizaron sus rivales en la
Cámara de Diputados: la tentación de seguir pulseando ley a ley, firmar
micropactos de ocasión y azuzar la dispersión de los adversarios es muy grande;
la conveniencia electoral recomienda esa táctica. "Gobernar dentro de un
régimen democrático sería mucho más fácil si no hubiera que ganar
constantemente elecciones", ironizaba Clemenceau, dándole algo de razón al
Presidente.
Pero otra parte de Macri piensa que no es posible seguir
adelante sin un pacto de gobernabilidad: la incertidumbre no suele ser buena
compañera del crecimiento económico, el Parlamento se ha transformado en una
imprevisible fábrica de buscapiés, las sesiones exóticas y sorprendentes
complican a cada rato la marcha de la gestión, y se crean en los recintos y en
las comisiones batallas innecesarias, que exigen un enorme y vano gasto de
energía y de fondos, y además enrarecen invariablemente el clima general. El menudeo
es oneroso y genera impresión de fragilidad. Y curiosamente esa estrategia
política también es contradictoria con el espíritu de Cambiemos, que consiste
en aplicar los estándares internacionales en cada una de las áreas de la
administración pública. Con este último criterio, la Casa Rosada levantó el
cepo cambiario, arregló con los holdouts, eliminó el pacto con Irán y tomó en
cinco meses medidas profesionales a imagen y semejanza de las naciones más
progresistas y avanzadas. En esas mismas repúblicas, sin embargo, un jefe de
Estado que carece de mayorías parlamentarias no corre el albur de la táctica de
los manotazos: acuerda con la oposición rumbo y timing, reduce el estrés y
emite señales de tranquilidad. ¿Por qué aplicar los estándares internacionales
a cualquier tema y dejar justo la política fuera de esa norma virtuosa?
El jueves hubo una reunión de "coordinación
política" en Balcarce 50. Suelen participar de esa tertulia las
principales espadas políticas del Gobierno y rara vez falta a la cita Ernesto
Sanz. Por fortuna, no flotaba en el ambiente ninguna clase de euforia después
de haber salido relativamente ilesos de las encerronas del cepo laboral
kirchnerista y de las astucias del líder del Frente Renovador. Que no obstante
quedó visiblemente desairado. "Sergio fue el que inició la jugada: les
llevó los sindicalistas a Pichetto, y así dio comienzo el circo -recordó un
ministro, que resumía la bronca unánime-. Sergio nos mintió".
Resulta tranquilizador saber que el Gobierno no cayó en el
"síndrome del tirador": cuando un policía sale triunfante de un
tiroteo puede ingenuamente sentirse invulnerable y actuar con imprudencia.
Hasta que un día le meten un balazo. Por lo contrario, Sanz planteó allí la
necesidad imperiosa de atenuar esta clase de emboscadas. "¿Pero con quién
hacer un acuerdo si están todos atomizados? -le preguntó Macri-. No tenemos un
interlocutor confiable." Uno de sus colaboradores más cercanos puso las
dudas sobre la mesa: "Si nosotros creamos a ese interlocutor puede ser
peligroso, Mauricio. Hoy los tenemos divididos; podemos unificarlos
enfrente". Esa opinión hizo asentir al Presidente, pero no clausuró la
otra vía. Se barajó entonces negociar con Gioja, titular del pejotismo, aunque
su representatividad es bastante relativa. "Bueno, ¿y entonces con
quién?", insistió Macri. Los nombres, para comenzar a hablar, surgieron
solos: Pichetto, Urtubey, Perotti, Uñac y Bordet. Es decir: el peronismo que
más rechazo ha demostrado por la erosión destituyente. Más tarde, en todo caso,
deberían incluir en la lista al peronismo de cercanías (Schiaretti, De la Sota
y otros en similar estado de colaboración) y por fin a los chúcaros
renovadores de Massa. La meta: un acuerdo por un puñado de leyes fundamentales,
políticas de Estado serias y consensuadas, y también algunas iniciativas
puntuales que hagan previsibles las próximas temporadas legislativas. Nada muy
distinto de lo que ofrecía Pichetto antes de las enojosas escaramuzas.
Los tanteos para un virtual acuerdo comenzaron por decisión
de Macri el mismo jueves y siguieron con el máximo sigilo las siguientes 48
horas. Nadie sabe si funcionará ni qué volumen y alcance podrá tener. Los
obstáculos no son pocos. Pero les convendría a los hombres del Presidente
releer a Peter Drucker: "Lo más importante en una negociación es escuchar
lo que no se dice". ¿Y qué es lo que calla el momento histórico? El
peronismo está maltrecho, sin liderazgos ni cajas, y el 80% de sus dirigentes
tienen un único consenso tácito: Cristina no debe regresar. Necesitan, objetivamente,
que Cambiemos pague la fiesta y se desgaste en esa tarea amarga, y a la vez que
se aleje la chance de que la gran dama resucite: no les conviene, en
consecuencia, un descarrilamiento prematuro. El peronismo necesita sacarle
plata al Gobierno y a la vez ganar tiempo para resolver sus propias
contradicciones y reconstituirse como una alternativa. Precisa, además,
borronear el estigma de que es siempre un agente desestabilizador cuando no le
toca gobernar.
Cambiemos, por su parte, parece haber retomado la
iniciativa. Esta misma semana estuvo acompañado por todos los mandatarios
provinciales y por los caciques del sindicalismo, y María Eugenia Vidal logró
el aval de casi todo el arco político en su petición por el Fondo del
Conurbano. Pero el Gobierno no puede confiar en estas fotos ni en el clima
social, que hoy lo sigue beneficiando, pero que resulta sumamente inestable. Es
posible que la macroeconomía mejore en los próximos tres meses, pero es
prácticamente imposible que haya grandes noticias en la micro: recién en 2017
se notarán en el bolsillo los resultados de estas cirugías. Cada parte de un
pacto de gobernabilidad aporta sus fortalezas, pero también sus debilidades.
La discusión interna en el Gobierno se complejizó el viernes
por la tarde en Olivos. Los múltiples tratos coyunturales que se tejen en
Diputados hicieron dudar si el Acuerdo del Bicentenario no debía ser un mero
negocio de alianzas para cerrar únicamente con senadores y gobernadores, y para
asfaltar la agenda del Congreso durante los próximos dos años. Aquí conviven
dos valoraciones diferentes: unos piensan en la Moncloa; otros, en los desafíos
de la semana que viene. Macri levantó la sesión conviniendo en que volverían a
analizar el asunto este mismo lunes, pero no retiró la orden inicial:
"Sigan conversando con ellos", dijo. Y se quedó pensando. "Una
vez que tomás una decisión -decía Emerson- el universo entero conspira para
hacer que ocurra." El problema es que la decisión debe ser la correcta.
© La Nación
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