Vaivenes de la relación entre el Presidente y su
entorno
más cercano. El “regalo” de CFK por Galuccio.
Por Roberto García |
Temerario sería
uniformar a Mauricio Macri con el capitán Jack Sparrow, el de la saga de
Piratas del Caribe, aunque ambos finjan ser más antihéroes que titanes,
prefieren la negociación a la pelea o, lo más importante, renacen de vez en vez
para no ser víctimas de la Maldición del Perla Negra o de la Argentina de De la
Rúa.
Claro, son comparaciones
infantiles: el enlace que une al filibustero con el mandatario, en todo caso,
transcurre por un desprejuicio de ambos para desprenderse de los más cercanos,
de los más íntimos, si es necesario: la naturaleza del poder. Uno los ubicaba
en la planchada antes de despedirlos al mar, el otro promete “lo que dicte la
Justicia” para su padre Franco, para el hermano postizo Nicolás Caputo o para
el fungible primo Angelo Calcaterra, quien, algo confundido por las nuevas
situaciones judiciales de la obra pública y las sociedades offshore, piensa en
realizar el patrimonio que le atribuyen y quizás mudarse de país.
Demasiada presión para personajes que no son de la ficción, como el torpe
bucanero de la pantalla o el jefe de un país que no desea para su gobierno el
destino del galeón, como se sabe hundido en aguas antillanas a pesar del éxito,
a pesar del cine, hace apenas dos años.
Si el océano de los
jueces inunda a Cristina, familia y subalternos, parece ahogarla hacia delante,
Macri –aunque no todos somos lo mismo, como gusta repetir–también se salpica
con un enriedo de cargos desdorosos, parte de una vida pasada que él simula no
haber vivido. La ex se defiende ante acusaciones de venalidad y saqueo
por aquellos letrados que, en la rentada función pública, echaron cientos
de policías bonaerenses por corruptos. Una curiosa circulación de la equidad
ética. Los nombres, notables, son públicos. Al mismo tiempo, Macri se rodea de
otras subsidiarias del ramo, en lo personal –por el affaire Panamá Papers– lo
confiesa y asiste un sacerdote único, casi su mesita de luz: Fabián Rodríguez
Simón, más conocido como “Pepín”. Roles secundarios ocupan, en la misma línea,
Pablo Clusellas, más distante Germán Garavano y otros emparentados con Ernesto
Sanz, quien tal vez no comparta el bombardeo incesante de Elisa Carrió sobre el
titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti. Debe pensar el radical: demasiado
extremismo de la fiscal impuesta –acuñado en Macri, obvio, quien no esconde sus
cuentas pendientes con varias figuras de la Justicia penal–. Quizás tema una
frase del Capitán Sparrow: “Hay que tener cuidado de los honestos excesivos,
siempre hacen algo extraordinariamente estúpido”. Tanta denuncia al aire, hasta
ahora, sólo consiguió en cinco meses jubilar previsiblemente a Oyarbide y
apartar a Daniel Angelici, el hombre que más servicios le prestó a Macri en el
Poder Judicial. Ahora, en la benemérita cruzada por desalojar magistrados
federales sospechados, se olvidan de la madre que los parió y mantiene: el
Consejo de la Magistratura. Pero de ese tema no se habla, política al fin.
También Carrió contribuyó a instalar ese instituto con la reforma del 94.
Contrasentido. Tanta
pasión transparente ni siquiera ocupó al oficialismo para tratar dos casos de
alto costo para el Estado, seguramente no judiciables, pero inquietantes: la
causa del dólar futuro y la salida de Miguel Galuccio de YPF. Inclusive, se le
escapó a la cimitarra de Carrió. Hay, en el tema de la venta de dólares,
una insensatez manifiesta de la Justicia: imputan en la misma romería a los de
un gobierno que vendió divisas a precio vil (Cristina, Kicillof, Vanoli) y a
los de otro gobierno que compró esos mismos activos a valor de chatarra, de
Quintana a Torello pasando por Lopetegui y prescindiendo al embajador Lousteau,
entre otros. Un daño gigantesco a las reservas por la lenidad amoral de unos y
el aprovechamiento usurario de otros, que la Justicia no podrá sancionar por
más que ahora haya procesado a Cristina: poco serio es el fundamento del juez
Bonadio y resulta atrabiliario cualquier condena a los piratas del mar
que se beneficiaron con el botín, hoy en la administración Cambiemos. Aun
así, sorprende en un gobierno tan pregonero de sus pasos legales que haya
permitido la desprolijidad de Quintana por participar en la negociación de una
quita en los contratos del monto a pagar por el Banco Central. Por más que él
invoque que se podó a sí mismo las ganancias. De todas formas, este caso no es
el único imputable de confabulación espontánea entre un gobierno y otro para un
mismo perjuicio.
Otro es el final de
Galuccio. Hace una semana, festejaban en la Casa Rosada haber reducido a la
mitad el pago de cuatro meses de ingresos y la indemnización al “Mago” por
dejar YPF. Oblaron, pesos más, pesos menos, unos 5 millones de dólares. Nadie
sabe si fue una generosidad de Galuccio o una presión febril del “Pepín”
preferido de Macri, quien se responsabilizó de la gestión a pesar de integrar
el directorio de la empresa con mayoría estatal y que oficia, en simultáneo, de
legislador en el Parlasur.
Un inexplicable
contubernio de funciones y responsabilidades. Partió entonces Galuccio,
admirado por el mismo Presidente, quien lo consideró para seguir en el cargo
(como a Ricardo Echegaray en la AFIP) sin la reserva mínima de entendimiento de
lo que fue ese funcionario privilegiado de Cristina al frente de YPF: el que
endeudó geométricamente la empresa para una producción nimia y quien no evitó
que se importara la energía que antes sobraba en la Argentina (siguiendo los
lineamientos absurdos de Néstor, Cristina y Julio De Vido). Ni mencionar Vaca
Muerta, una cuantiosa utopía empantanada. Por supuesto, Galuccio piensa lo
contrario y sus deliberadas campañas de publicidad nublaron la vista de
observadores, medios y periodistas.
Cristina lo acompañó a
Galuccio en ese ejercicio –tambien la familia Urribarri, que lo propició,
interesada en la refinación, como ex directivos de YPF–, debía justificar un
convenio leonino para el Estado que Ella suscribió con la garantía de que era
una “abogada exitosa” (junto a Carlos Zannini, encargado de negociar con el
“Mago” desde dos meses antes al l6 de abril del 2012 cuando entraron con la
Gendarmería a buscar “la caja fuerte con los dólares”).
Un malvado diría que el
“Mago” estimuló la estatización para medrar luego con la estatización gracias a
salarios, bonos y dividendos descomunales para su persona, sin incluir en la
descripción una graciosa cesión de acciones de la compañía cuyo monto, a la
hora de la venta, puede oscilar entre 20 y 40 millones de dólares. No es lo
único que la dadivosa Cristina se permitió con Galuccio, performance que hasta
Lázaro Báez puede envidiar, igual que el pirata Jack Sparrow: sobre todo
porque esos actos de gobierno resultan incuestionables ante la Justicia.
Cristina se permitió –como en el caso del dólar futuro– lujos principescos que pagaban otros, costos exorbitantes que hasta el mismo Macri ignoraba junto a sus equipos especializados de los que tanto presume.
La insistente Maldición
del Perla Negra.
© Perfil
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