Por Ernesto Tenebaum
Hace muchos años, el psicólogo norteamericano Harry Harlow
separó a un grupo de monitos de sus mamás y las reemplazó con dos maniquíes.
Uno de ellos era un armazón de metal del cual colgaba un biberón. El otro
maniquí era de madera, estaba disfrazado de mona pero no proveía ningún
alimento. Para sorpresa de Harry, los monitos pasaban la mayor parte del tiempo
con la mamá de trapo, aunque no les diera nada.
Investigaciones posteriores demostraron que los monos
huérfanos de Harry Harlow estaban bien alimentados pero padecían de altos
niveles de ansiedad y agresión. Esas experiencias son citadas habitualmente
para demostrar la crueldad de los seres humanos con los animales de granja,
producidos en masa en instalaciones que parecen fábricas y cuyo cuerpo se modela
según necesidades industriales. La historia de la castración, por su parte,
arranca probablemente hace 10 mil años, cuando los humanos comenzamos a castrar
bueyes porque ello los disponía mejor para arrastrar arados. Sin embargo, es
realmente poco habitual que esas dos historias se crucen, es decir, que alguien
cape monos. Se han castrado animales domésticos, bueyes, toros o seres humanos,
para producir eunucos o cambios de sexo. Pero, ¿monos? ¿de dónde habrá sacado
Hugo Moyano esa idea tan extravagante? Para decirlo con sutileza, Moyano es un
líder sindical cuyo cerebro transita por recorridos irregulares.
En cualquier caso, por fuera de esa inquietud casi
científica, Moyano produjo la desautorización más violenta al presidente
Mauricio Macri casi desde su asunción, tanto por la brutalidad de la frase que
pronunció, "Macri sabe tanto de política como yo de capar monos",
como por su propia envergadura como líder sindical. Hace un par de semanas,
Macri se quejaba en privado por una reacción que había tenido el fiscal federal
Federico Delgado, luego de abrir la investigación sobre él por la aparición de
una empresa off shore familiar. "Soy el primer presidente imputado a los
tres meses de asumir. Me la banco. ¿Me tengo que bancar también que un fiscal
diga que se me escapó la tortuga?". Ese tipo de ninguneo aparece por los
lugares menos pensados. Los empresarios aplaudieron su discurso en la quinta de
Olivos hace dos semanas. Al día siguiente, los precios llegaron a los
supermercados remarcados en, al menos, un 10%. Luis Barrionuevo, su presunto
aliado, lo dejó plantado en el gremio gastronómico en un fin de semana cargado
de tensión. No se puede confiar en nadie.
Cualquiera que lea esta seguidilla, en la que se omiten una
enorme cantidad de hechos, entenderá que lo que está en juego es la autoridad
presidencial, nada menos. Es un asunto delicado. Si Macri permite que se le
diga cualquier cosa, probablemente tenga menos posibilidades de que se cumplan
sus órdenes y sea más sencillo imaginar cualquier desplante, en el territorio
que fuera. Si se excede en la reacción, puede provocar conflictos allí donde no
los hay. Por exceso de demostraciones de autoridad, Cristina por momentos
parecía una señora muy extraña. Por defecto, De la Rúa terminó como se sabe. No
hay receta para estas cosas, pero es un desafío que asoma muy claramente.
A partir de la experiencia reciente, y tal vez a contramano
de sus propios impulsos, Macri resolvió adoptar una política paciente y
permisiva. Por ejemplo, al día siguiente que la Cámara de Diputados aprobó la
derogación de las leyes que impedían un acuerdo con los buitres/holdouts, ese
lejano día de triunfo, el artista Hermenegildo Sábat dibujó a Macri con pico de
cuervo y una cuerda de títere en la espalda. Unos días después, la revista
Noticias publicó un título ofensivo respecto de Juliana Awada: "El regreso
de la mujer decorativa". Sábat y la portada de Noticias solían generar
gritos y pataleos por parte de la ex presidenta. Eso, y tantas otras cosas, advertencias
de que se iría antes de tiempo, pedidos de
juicio político a los cinco días de iniciar el mandato, puteadas callejeras, no produjeron respuesta.
Las cosas han cambiado.
El primer desplante que sufrió Macri fue el día de su
asunción, cuando Cristina no asistió. Pero dos días después le respondió con un
hecho contundente: la foto de todos los gobernadores, incluida Alicia Kirchner,
en la quinta de Olivos. Así, hizo pie. A partir de allí, el Gobierno consiguió
articular una alianza con todo el peronismo no kirchnerista, que se plasmó con
abrumadores triunfos en las dos cámaras legislativas cuando se derogó la ley
cerrojo. Esa construcción se proyectaba también hacia el ala sindical. El
macrismo siempre sostuvo que a todos los sectores políticos del país les
conviene que a la Argentina le vaya bien y por eso, basta una buena gestión
política para conseguir su apoyo. Si Cristina no lo tenía, era porque era
bruta. Macri no lo sería.
La persistencia del gobierno en sucesivas políticas de
ajuste pulverizó esa delicada ingeniería. Eso se expresó la semana pasada en el
Senado, cuando se aprobó la ley antidespidos, y en la calle, con el imponente
acto que organizó la CGT. Cristina Fernández calificaba de golpista a todo
aquello que se moviera fuera de su voluntad, paros sectoriales incluidos. Macri
no. Pero eso no quiere decir que los hechos no se produzcan. Y la realidad no
ayuda. Solo ayer, las noticias referían a una caída del consumo del 6,5%, una
fuga de capitales de u$s 3600 millones en el primer trimestre, una inflación
superior al 7% en abril y un 10% de aumento de la nafta. Esos datos cotidianos
provocan enojos; los enojos, bravuconadas, todo ello mina la autoridad y ese
proceso realimenta la crisis o retrasa su solución. La Argentina es cruel con
los Presidentes, A la primera señal, hay demasiados expertos en sacudir la
alfombra que los sostiene. Y para argentino, nadie como Hugo.
Lo que está ocurriendo no va más allá de la normalidad. Cada
vez que un Gobierno emprendió un ajuste, y eso es lo que está ocurriendo más
allá de a quién se le adjudique la principal responsabilidad, la estructura
sindical argentina ha respondido con contundencia. Eso le sucedió a Juan Perón
en 1952, a Arturo Frondizi en 1960, a Celestino Rodrigo en 1975, a Raúl
Alfonsín en los ochenta y a Fernando de la Rúa. Solo Eduardo Duhalde, tal vez
por la gravedad extrema de la situación, pudo controlar a los gremios. No todos
los ajustes terminan mal: los de Perón y Frondizi lograron hacer que la
economía rebote mientras que los otros se hundieron por su propia lógica. En
todos los casos, al menos en la Argentina, han alimentado desenlaces políticos
traumáticos.
Hay, además, un contexto regional que agrava la situación.
Así como Néstor y Cristina Kirchner gobernaron en un momento excepcional donde
la mayoría de los presidentes de la región gozaban de autoridad y largo tiempo
de permanencia en el poder, a Macri le tocan tiempos más complicados. Basta
mirar cómo Dilma Rouseff y Nicolás Maduro resisten en el borde de la cornisa,
mientras amenazan con la venganza contra cualquiera que los reemplace. El PT ya
empezó a cortar rutas contra Temer y este todavía no es Presidente. Todos los
sillones tiemblan ante la crisis de las commodities.
Se podrá decir que varios gremios pegaron el faltazo a la
marcha de las CGTs, como mecánicos, mercantiles, gastronómicos. O que la
dirigencia sindical está desprestigiada y, en principio, la confrontación con
ella puede abroquelar con el Gobierno a la clase media más antiperonista. O
especular con que la marcha refleja la existencia de un aparato fuerte y no es
una expresión del descontento social. Pero solo un necio puede afirmar que todo
lo que ocurre bajo el cielo favorece a Macri. O no percibir que el clima
empieza a enrarecerse. O no advertir las dificultades que, progresivamente, se
van acumulando, donde las malas nuevas tienen una dimensión mayor de lo que se
esperaba y las buenas, en fin, tardan una eternidad.
Capar monos no es para cualquiera. Dicen los que saben que
requiere una técnica precisa, rápida e indolora. Pero, al lado de gobernar la
Argentina, es un poroto, para abusar de la insuperable sutileza moyanista.
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